domingo, 29 de junio de 2008

LA CONSTANCIA DEL AGUA, Jorge de Arco

En la cultura judeocristiana, el agua es siempre metáfora de la vida. En Constancia del agua [La Garúa,2007], Jorge de Arco no sólo no renuncia a ese simbolismo sino que parece ir a buscarlo hasta las más hondas capas freáticas de la memoria colectiva, a esas «alfaguaras del alma humana». De este modo sus versos se convierten en cauces transparentes que fluyen con la apariencia de un meandro por el territorio de la pasión amorosa. El romanticismo que pudiera atribuírsele es sólo aparente. No hay aquí un trato sentimental con el yo, sino el relato de una experiencia vital que desborda ese yo merced a un depurado lenguaje poético.
Con el temblor que deja / el tacto del azúcar tras la lluvia temprana, / baña la luz tus ojos./ Madrid es una tarde que nos mira / disuelta en el café / velado y deseante que envuelve esta condena. La hondura y sutileza de estos versos ejemplifican la manera como el yo poético fluye por la memoria individual hasta disolverse en sensaciones y recuerdos que, indefectiblemente, desembocan en esa «condena», como un río desemboca en la mar. «Incluso cuando el cauce parece desbordado, dominado, portector o escurecido..., incluso en estos momentos de los poemas y de la vida que los ha suscitado, el agua asiste y da identidad y veracidad», apunta con acierto Enrique Badosa en el prólogo del libro.
Antes que romántico, por más que en algún epígrafe deje constancia de su deuda con Hölderlin, en la poesía de Jorge de Arco hay una filiación tácita a la poesía mística de Juan de la Cruz, por sólo citar a uno de los fundadores de esta tradición poética en lengua castellana. ¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, / aunque es de noche!, escribe el carmelita en Cantar del alma...mientras que el eco de Jorge de Arco dice: Agua es el hombre, / alma / que crece y que se extingue / como una lumbre rútila, / pero que fluye y duele / y en lo hondo parpadea /secreta y diluviante.

viernes, 20 de junio de 2008

AMORE LUDUM, Mario Satz

A mediados del siglo XIII, en el efervescente clima cultural de la Toledo que acogía a la Escuela de Traductores, las fuerzas del amor y del odio libran un duelo singular. Amore ludum (Huerga & Fierro Editores, 2008) es la historia de dos amantes que se reconocen en su común amor al saber. Judíos, árabes y cristianos conforman el alma de una ciudad abierta al conocimiento, pero atravesada por la insidia y la intolerancia.
Con una prosa exquisita, el poeta Mario Satz construye con brillantez un hermoso relato a partir de un pergamino que oculta un escrito profano de Ovidio sobre el amor. Una traductora, judía conversa, y un erudito, cristiano libertino, atraídos por esa fuerza poderosa del instinto y el espíritu que necesita de la libertad y del escenario gozoso de la naturaleza para realizarse, provocan la reacción de las fuerzas del poder.
Es este el momento histórico, cuando la lengua castellana es aún latín macarrónico, que un grupo de sabios de las tres culturas rescata y lega a las generaciones futuras la tradición griega y oriental no sin librar una lucha dramática con los esbirros de la intolerancia y el fanatismo religiosos.
Pero, aparte de la sugestiva recreación del ambiente cultural de aquella Toledo y de la intriga que genera el palimsesto de Amore ludum, la escritura poética de Mario Satz revela que, más allá del nombre que los hombres den a su dios, entre ellos prevalece el amor al prójimo y el deseo de saber como móvil civilizador.

miércoles, 4 de junio de 2008

44 Cuartetas, Osías Stutman

En estas 44 Cuartetas (Emboscall, 2008), Osías Stutman es más coherente con su yo poético que con su poesía. No puede afirmarse que haya aquí una ruptura con su obra anterior, pero sí un elegante cuestionamiento a algunos de sus anteriores recursos estilísticos que tendían a disimular la naturaleza esencialista de su poesía. La sencillez no enseña nada / pero sorprende con su presencia / en el texto. Sorprende por inesperada / y por que funciona como afectación, escribe el poeta. De espaldas a la intrusa, la fama, siempre fiel a su yo poético, Stutman verifica su sorpresa ante una vocación estilística que lo ha llevado a prescindir de toda afectación intelectual acercándolo, hasta el punto de atisbarla, a la ciudad de Engels, a ese mundo con «aire de familia». Un mundo que contiene el secreto, la verdad poética, cuya percepción parecía ocultársele detrás esos artificios dichos sin inocencia y que quizás compartía con aquella gente que escribe y que huele en la noche. Es por esto que Stutman se pregunta en la cuarteta 26: ¿Realzo o resisto ese género / que escribo, tan diferente / del otro que escriben / los que no escriben como yo? Pero no es una pregunta retórica, porque el poeta ahora tiene la certeza de que por fin escribe en esa lengua inexistente que entienden quienes han comprendido que sólo el secreto se aprende. Acierta Carlos Edmundo de Ory cuando en el prólogo afirma que estas 44 Cuartetas de Osías Stutman «suenan a música de pensamiento oral», pero por esto mismo van mucho más allá de meras «fragmentaciones de recuerdos y olvidos calidoscópicos». Estas cuartetas, por su radical decantación, son notas comprensibles -en la medida que la música lo es- que portan al lector los ecos de la perplejidad de un poeta que acaso ha llegado, como la ciudad de Engels, al principio de ese descampado .