viernes, 26 de diciembre de 2008

POLÍTICA DEL AMOR UNIVERSAL, Mo Ti


Política del amor universal (Tecnos, 1987), de Mo Ti, con un espléndido estudio preliminar de Fernando Mateos y la traducción y notas de Carmelo Elorduy, el lector de lengua castellana puede acceder a una de las obras fundamentales del pensamiento chino. Mo Ti o Motzy, que vivió hacia 459 y 382 a.C., fue, como el innominado narrador de Kafka de La construcción de la muralla China, un constructor. Al parecer se especializó en fortificar ciudades «en peligro de ser injustamente agredidas».
El maestro Mo fue el primer pensador chino que desarrolló un sistema filosófico sustentado en una lógica argumentativa que formulaba objetivamente la moral haciéndola piedra angular de las relaciones sociales. En este sentido, sostenía que la política debía ser el resultado de la aplicación de los principios éticos y la misión del maestro enseñar a los gobernantes y al pueblo la doctrina moral. Para Mo Ti, que vivía en un mundo injusto y violento, donde los señores feudales habían introducido la fuerza y la violencia en el gobierno [«No hay probidad en los superiores; estos no se esfuerzan en hacer justicia y mantener el orden. Los de condición humilde tampoco se esfuerzan en sus tareas. El pueblo se entrega al vicio, a la violencia, al robo, al desorden...»] era vital organizar un sistema ético-político cuyo núcleo fuese el amor mutuo. De este modo introducía el principio de amor al prójimo que, casi cuatro siglos más tarde, predicarán Jesús y sus seguidores en Occidente.
La obra de Mo Ti sufrió la incomprensión de los confucianos y también la persecución del emperador Shih Huang Ti, el unificador de China (221-210 a.C.), quien ordenó la destrucción de todos los libros, porque, como conjetura Borges, «enseñaban lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre». A pesar de esto, muchos capítulos de Política del amor universal, de Mo Ti, se salvaron, quizás porque igualmente por ocultar un libro fueron muchos los que sufrieron el castigo de ser marcados con un hierro candente y de trabajar hasta el fin de sus días en la construcción de la gran muralla.

domingo, 21 de diciembre de 2008

EL SÍNDROME DE FALCÓN, Leonardo Valencia

El artista que reflexiona sobre el acto creador y, en el caso del poeta o narrador, sobre la escritura define para sí y para los demás su preocupación por conocer la mecánica celeste que rige su universo y la naturaleza de la materia con la que éste ha de construirse. En El síndrome de Falcón (Paradiso editores, 2008), Leonardo Valencia reúne una serie de ensayos, entrevistas y notas que suponen una toma de posición ante la lengua, la creación y la tradición literaria hispanoamericana.
A su condición de narrador, LV suma la de ensayista al dotar a sus piezas de análisis y observación de una tensión dramática que arrastra al lector como si fuesen relatos de ficción. En este sentido no es gratuito que el primer ensayo se titule Tribu errante y el punto de partida sea Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, trayendo a colación un desencuentro de traducciones.
Tras sus atinadas observaciones acerca de un edificio literario hispanoamericano cuya vitalidad que trasciende todo intento de realismo se sostiene sobre fundamentos poéticos («...Se produce una pérdida se se entroniza a la novela como el eje de la literatura latinoamericana, deslindándola de sus provechosas relaciones -marcadas por la tradición- con el cuento, la poesía, el ensayo y el teatro»), LV atraviesa con su mirada las obras de los grandes creadores, desde Borges a Jabés, desde Lezama Lima a Agustín de la Cueva, para afrontar lo que denomina el síndrome de Falcón. Una tendencia circunstanciada por la historia y la política del continente que ha actuado como lastre de la creación y formado poderosas sectas entre poetas y narradores hispanoamericanos. El síndrome de Falcón es la carga -el peso de Anquises- que pesa sobre la literatura latinoamericana y que se define por esas obras surgidas del realismo socialista. Una corriente que malogró (y aún malogra) muchas obras por imponer el axioma según el cual la literatura es «para denunciar [la cursiva es mía] la realidad».

jueves, 11 de diciembre de 2008

MORT CINDER, Alberto Brecchia/Héctor Oesterheld

La sociedad que formaron el dibujante Alberto Brecchia y el guionista Héctor Oesterheld, chupado y asesinado por la dictadura argentina al igual que sus cuatro hijas, constituye uno de los momentos cumbres de la historieta -comic- argentina. La relectura de Mort Cinder (Lumen, 1980) -pariente próximo de El eternauta, otra de sus inquietantes creaciones, me ha supuesto un nuevo impacto emocional que ha tocado la memoria. El recuerdo vivo de una lectura que me transporta al misterio del universo poniéndome ante la aberrante posibilidad de un ser condenado no sólo a vivir eternamente sino también a sufrir mil y una muertes y al mismo tiempo al goce estético de unas figuras que convierten cada viñeta en una ventana subyugante abierta al no menos desconocido cosmos del alma humana. Mort Cinder es la personificación de la dolorosa memoria del mundo, de sus dramáticas y casi siempre erróneas reiteraciones. Y otros recuerdos, el de una época y un país, donde los Ojos de plomo o los Ellos, los enemigos oscuros e implacables imaginados por HO, y el de un encuentro entrañable, en el destierro, con AB, el hombre que dio formas a las sombras como manchas en el tiempo.

[Imagen: Alberto Brecchia y Antonio Tello, dibujo de Alberto Brecchia, 1980]

jueves, 4 de diciembre de 2008

LOS GIRASOLES CIEGOS, Alberto Méndez

El realismo rancio que ha pesado como una losa en la narrativa española ha sido el patrón seguido en casi toda la producción novelística dedicada a recrear la guerra civil. No obstante, ya existen algunos intentos que escapan a este molde, como Santo diablo (Kailas, 2004), de Ernesto Pérez Zúñiga, entre otros, y Los girasoles ciegos (Anagrama, 2004), del malogrado Alberto Méndez.


Antes que una novela, Los girasoles ciegos es un breve corpus de cuatro cuentos unidos por el cruce de vidas, a veces sin relación directa, de unos personajes víctimas de la violencia bélica, ideológica y religiosa. Es así que la piedra angular del relato de estas vidas es la angustia de unos seres indefensos y en ocasiones inocentes que se enfrentan a la absurda ceguera de la intolerancia. En este sentido, los perdedores no sólo están representados por los republicanos, sino por hombres y mujeres de ambos bandos arrastrados por el odio y que miran a sus semejantes sin comprender la razón de tanto dolor.


Alberto Méndez transmite con intensidad lacerante, sobre todo en ese hermoso Manuscrito encontrado en el olvido, ese dolor, físico y moral, que malogra la vida de sus personajes y compromete al lector en la misma peripecia.