sábado, 26 de noviembre de 2011

BAJO EL SOL JAGUAR, Ítalo Calvino






En Bajo el sol jaguar (Tusquets, 1989, trad. Aurora Bernárdez), Ítalo Calvino, llevado su impulso poético, penetra en el territorio de los sentidos para desentrañar sus vínculos con el alma y el modo como ayudan al hombre a situarse en el mundo. Cada una de estas exploraciones representan asimismo una experiencia original que, a través de la escritura, envuelve al lector haciéndolo partícipe de ella.

Como explica Esther Calvino, en una nota aclaratoria, los tres cuentos que integran el libro, formaban parte de un proyecto iniciado en 1972 y en el que Calvino pretendía indagar sobre los cinco sentidos. Sólo pudo concretar tres antes de que lo sorprendiera la muerte en 1985 quedando pendiente no sólo dos cuentos, sino la forma y la articulación definitiva del libro. IC dudaba entre la posibilidad de añadir un prólogo ensayo, a la manera de Nuestros antepasados, o bien en forma de «marco novela», como Si una noche de invierno un viajero. A pesar de las circunstancias, estamos ante un libro de tres cuentos autónomos, cuya entidad alcanza para satisfacer las expectativas de todos los lectores, tanto de aquellos que ignoran la ambición literaria de Calvino, como de quienes la conocían.
El primero de los cuentos trata del olfato como ya se enuncia desde su mismo título, El nombre, la nariz. Aquí, la poesía de Calvino [nadie puede entrar en el laberinto del alma sin el estilete de la poesía] penetra en el sentido volátil y efímero del lenguaje con la pasión de un hombre que interpreta el olor como una huella de identidad. Monsieur de Saint-Caliste sigue el hilo de un perfume para hallar a una mujer desconocida que lo lleva ignorando que, al hacerlo, se perderá en «una escala de los olores» y será incapaz de discernir en qué dirección se orienta su recuerdo, pues «sólo sabía que en un punto de la gama se abría un vacío, un pliegue oculto donde anidaba el perfume que era para mí toda una mujer». El conocimiento de esa escala, que revela tanto la belleza como la corrupción y la muerte, fue lo que permitió al hombre de las cavernas distinguir la comida de la carroña, los amigos y de los enemigos y las hembras de la horda, cada una de las cuales «tiene un olor que la distingue de las otras». Ese olor particular por el cual el narrador -músico de un grupo de rock- es capaz de reconocer a la muchacha de Hampstead en medio de un amasijo de cadáveres, que es a su vez un montón de «vocablos inarticulados».
Y siguiendo el efluvio léxico, el poeta, Ítalo Calvino trasciende el espacio y pone al lector Bajo el sol jaguar y, ante una pareja que prueba, siente y vive la comida en México y, a través de sus papilas, de sus monólogos e incomunicación, lo hace trascender el tiempo devolviéndolo al estadio antropófago y sagrado del acto de comer y ser comido. «Ese canibalismo universal que pone su impronta en toda relación amorosa y anula los límites entre nuestros cuerpos y la sopa de frijoles, el huacinango a la veracruzana, las enchiladas...». Una escala sensible que Un rey escucha percibe como una nota en conflicto con el silencio, con el poder y con su soledad. Una nota que lo condena a ser victimario y víctima de la violencia política y de cuyo sonar -canciones, pasos, murmullos, disparos, tanques sobre la arena- nadie puede rescatarlo hasta que, convertido en «otro tú sin cuerpo que escucha esa voz sin cuerpo», «prisionero en una jaula de repeticiones cíclicas», comprende que «la obstinación en que se funda el poder nunca es tan frágil como en el momento de su triunfo.»
Los tres cuentos son, en definitiva, sendas piezas magistrales que, para serlo han exigido al autor aniquilar el argumento y liberar los sentidos de cualquier condicionamiento ideológico o intención preconcebida. Poco antes de morir, reflexionando sobre el libro que pretendía, Calvino escribió: «Hay una función fundamental, tanto en arte como en literatura, que es la del marco. Marco es aquello que señala el límite del cuadro y lo que está fuera de él: permite al cuadro existir aislándolo del resto, pero recordando a la vez -y en todo caso representando- todo aquello que del cuadro permanece fuera de él.»

sábado, 19 de noviembre de 2011

28010, Marta Agudo



Con 28010 (Calambur, 2011), Marta Agudo fundamenta el decir poético como código que domicilia la identidad en el mundo y cuestiona su dirección a partir del lenguaje, que aquí se revela materia maleable y corregible. Con este poema, la poeta construye su tiempo, su geografía a la vez que se reconstruye a sí misma como voz en un paisaje donde «la luz fracasa».

Juan Luis Panero suele afirmar que en estos tiempos que corren, el problema de muchos poetas, por no decir de la mayoría, es que no piensan. «Escriben versos, pero no piensan», dice. No es el caso de Marta Agudo, quien en 28010 no sólo piensa sino que hace de su pensamiento el móvil de una corrección, de una recreación que, desde el primer latido de la palabra, la devuelve al mundo. A la realidad perceptible del mundo. Partiendo de la idea de que la verdadera patria del hombre es el idioma, MA tiene la voluntad de hacer desaparecer todo vestigio de identidad individual, conduciendo condición temporal hacia el sumidero del yo, para descubrirse, sentirse libre, inocente -...en la explanada de la palma poder sembrar carteles, opúsculos, las cadencias de mi sintaxis o la precocidad de un niño...- y viva.
¿Qué fue primero, el nombre o el verbo? se pregunta MA y sobre esa incertidumbre levanta su poema como una desesperada voz, como una argamasa que pretende cubrir las junturas dúctiles, pero también las fracturas y contradicciones de una lengua, que es yo, carne consciente inferida de tiempo. Formulación de una sintaxis dislocada que se balancea con temerosa cadencia al borde del abismo. Una sintaxis ante el espacio que le revela su verdadera escala y su finitud.  
Entonces ¿hacia dónde trazar la fuga? Quizás la salvación está en los otros, pero al cabo comprende que en el signo «más» donde el conflicto y sobreviene la parálisis y la certidumbre de no hay rumbos ni decisiones...sintaxis de los prodigios, la relación del yo con sus restantes. Se desgastan las aceras y plagas acorraladas, infecciones aún por explorar, avalancha de vidas que sustentan el engranaje de este mecano de hombres bruscamente verdaderos. Milagro o astucia, ignoro las reglas y voy dando tumbos hasta casa. Cuando llegue patios abandonadas, memorias de oscuros exterminios, aunque, paredes adentro, hexágonos de miel. Este poema sintetiza magistralmente no sólo el sentido del libro, sino, sobre todo, ese estado del vivir con un radical sentimiento de extranjeridad existencial  que prolonga en la modernidad una tradición poética enraizada tanto en los poetas bíblicos de Sabiduría o el Eclesiastés, como en los poetas sufíes o los místicos españoles. Aunque, a diferencia de aquéllos, el creador de  MA ha sido despojado de su divinidad y se lo percibe luchando por corregir las torpezas sintácticas de su lengua.

sábado, 12 de noviembre de 2011

transAtlánticos


El poeta Dante Bertini ha cumplido con un trabajo importante y necesario para la literatura y la sociedad argentinas. En transAtlánticos, editado por el Consulado General de la República Argentina y prologado por María Kodama, reúne a cincuenta poetas argentinos, éditos e inéditos, que han residido o residen en Barcelona.

La compilación realizada por Bertini, para la que contó con el inestimable apoyo de cónsul Andrés Mangiarotti, radica, al margen de la mayor o menor calidad de las aportaciones poéticas, en su carácter integrador, que salva las tentaciones de capillismo -estético, político, clasista, etc.- que suelen menoscabar este tipo de obras. Aunque la poesía no es en sí misma democrática ni tiene vínculos con el sentimentalismo bienintencionado, el libro conseguido por D.B. tiene la virtud de ofrecer un espectro totalizador de las pulsiones emocionales que llevan a muchos a sentar por escrito y en forma de poemas las percepciones que se tienen del mundo y de los seres humanos y, en este caso, del éxodo sufrido por miles de argentinos. Y este es un elemento de vital importancia porque representa el común denominador de la producción reunida en transAtlánticos en la medida que expresa un desgarro del lugar original. Un desgarro que parte en dos el corpus cultural y biográfico de los desterrados, ya sean exiliados políticos o emigrados económicos, pues siempre hay una violencia de fondo en esta clase de trasterramientos. En tales situaciones, la poesía traduce no sólo ese desgarro sino, y aquí se aprecia en la mayoría de los poemas recopilados, el anhelo de no olvidar la pertenencia a un lugar y a una historia que forman parte de la identidad de cada uno de los extrañados del país natal. 
En este sentido, el trabajo de D.B. se manifiesta como expresión de ese anhelo y queda como una voz colectiva de quienes no quieren olvidar y, lo que le confiere cierto dramatismo, tampoco ser olvidados. En cierto modo, en el imaginario social de la Argentina los desterrados tienen algo de fantasmas del pasado. Pero estos fantasmas son personas de carne y hueso que reclaman su sitio como ciudadanos de pleno derecho. Los cincuenta poetas transatlánticos son la memoria viva de una tragedia y de las secuelas de esa tragedia que, a través de sus poemas, emergen como una isla oceánica que, cualquiera sea la distancia, siempre estará en el mar territorial argentino. En su cultura y en su literatura.
Podría nombrar a algunos poetas o citar algún verso, pero de hacerlo sería desvirtuar la naturaleza de transAtlánticos y la idea fundamental de que todos somos uno.

sábado, 5 de noviembre de 2011

TÚ ME ACARICIASTE Y OTROS CUENTOS, D.H. Lawrence




D.H.Lawrence con Frieda Weekley
Tú me acariciaste y otros cuentos, de D. H. Lawrence (Debolsillo, 2007, trad. P. Mañas, M.Covián, A. Eiroa, V. Fernández Muro, R.G. Salcedo y R. Parramón), es una magnífica edición en la que originalmente trabajaron los profesores James T. Boulton y Warren Roberts para la Cambridge University Press a partir de mecanoscritos, pruebas de imprenta y primeras impresiones «para intentar restaurar al máximo, no sólo los párrafos censurados impunemente, sino la puntuación original del autor», como afirman los editores de la presente edición, prologada por Pilar Mañas.

La lectura de los veinticinco cuentos que componen Tú me acariciaste y otros cuentos supone una bella experiencia espiritual e intelectual. D.H.Lawrence pasa por ser uno de los autores británicos más controvertidos de las primeras décadas del siglo XX debido al tratamiento que ha dado a las relaciones entre hombre y mujer, a la sexualidad y a los efectos alienantes de la sociedad industrial. Si bien es más conocido por su célebre y, en la época de su publicación, escandalosa novela El amante de Lady Chaterley, ha sido su novela Mujeres enamoradas, sus poemas y, sobre todo, sus cuentos los que le han dado un perfecto encaje en la tradición literaria inglesa y un lugar relevante en la literatura universal.
David Herbert Lawrence fue un hombre y un escritor inconformista, inteligente y sensible. Una suerte de espíritu libre, que asumió sin complejos ni reticencias, sus contradicciones. Sus cuentos, elaborados a partir de una aguda observación de las conductas condicionadas por el medio y las circunstancias, constituyen historias tan simples como intensas. Pero no se trata de una intensidad sostenida por la acción o una dinámica precipitada de los hechos y las causas, sino por la poesía que, para revelar las ocultas motivaciones que llevan a los personajes a actuar de determinados modos, hace inútil cualquier registro argumental. Cuentos como La media blanca, Olor a crisantemos, El oficial prusiano, Tú me acariciaste, La hija del tratante de caballos o El ciego, por señalar sólo algunos, son de una gran hondura humana. En ellos, el alma de los personajes queda al desnudo y casi puede verse en ella, como en un mapa anatómico, la red nerviosa que componen los sentimientos que la sostienen en su andadura humana. 
No es, sin embargo, lo que los personajes sienten lo que interesa realmente a Lawrence, sino lo que los seres humanos son. El sentir como latido de la vida. Al respecto hay un pasaje revelador en Olor a crisantemos, cuando la mujer del minero muerto le lava su cuerpo, acción que por otra parte tiene un simbolismo purificador y la voz narrativa que la suplanta dice: «La boca del hombre estaba hundida hacia atrás, ligeramente abierta bajo el bigote. Los ojos, a medio cerrar, no parecían vidriosos en la oscuridad. La vida con su humeante brillo se había alejado de él, le había dejado separado y totalmente ajeno a ella. Y ella sabía cuán extraño le resultaba. En su vientre sentía un miedo helado por este alejado y extraño ser con quien había vivido como en una sola carne. ¿Era esto lo que significaba todo?» 
Aunque, en su época, los pacatos de la sociedad posvictoriana lo tildaron de pornógrafo y las feministas, entre ellas Virginia Woolf, cuya prosodia poética no era diferente a la de él, lo acusaron de machista, la  obra literaria de Lawrence, sustentada en su experiencia y en su libre  forma de pensar y escribir, constituye uno de los pilares más firmes de la moderna literatura inglesa.