sábado, 25 de febrero de 2012

UN ÁRBOL DE OTRO MUNDO. En homenaje a Antonio Gamoneda

Jeannette L. Clariond y Antonio Gamoneda





La editorial mexicana Vaso roto rinde homenaje a Antonio Gamoneda, en su octogésimo cumpleaños, reuniendo en una bella y muy cuidada edición a cincuenta y dos poetas españoles e hispanoamericanos. El libro - Un árbol de otro mundo- tiene la virtud de situar a Gamoneda como voz principal de un modo de ver y entender la poesía que entronca con una tradición a la que, en distintos períodos de la historia, se ha pretendido ignorar tras las estridencias del realismo.

No es casualidad que sea una editorial hispanoamericana la que haya tenido la iniciativa de este homenaje a un poeta que, como Antonio Gamoneda, tiene más afinidades con la producción poética latinoamericana que con la peninsular, en la que hay muy pocos parientes - Claudio Rodríguez y, sobre todo, José Ángel Valente- reconocibles de su generación. La poeta mexicana Jeannette Lozano Clariond, directora de Vaso roto, ha impulsado el homenaje no sólo como un gesto de reconocimiento a una de las más importantes voces poéticas contemporáneas sino al valor de esa voz para resistir y salvar la honestidad de su palabra por encima de las tendencias e intereses que han venido condicionando y, en este caso, marginando el reconocimiento social.
La palabra de Antonio Gamoneda es iluminadora y, como dice Luis Aguilar en el epílogo del libro «su búsqueda es el lenguaje extraordinario en medio de las percepciones humanas más ordinarias» y su propósito a través de él de «elevar al rango de la belleza todas las pasiones del hombre, sus amores, sus crueldades, sus culpas». Pero hay algo más, tal como Jeannette L. Clariond lo pone de manifiesto en la formulación del libro y el carácter del homenaje. Con inteligencia y sensibilidad la poeta mexicana ha sabido hallar el modo de abrazar la tradición poética peninsular con la tradición mítica náhuatl para connotar que la intensidad y la naturaleza de la luz que emana de la poesía de Gamoneda es la misma luz que emana de las leyendas teotihuacanas en las que están comprometidos los dioses de la luz, la sombra y el silencio. 
Y si ella cuenta que el poeta «llegó a Monterrey el día 1º de diciembre que, en el calendario náhuatl, se corresponde con el año ce-tochtli (uno-conejo)», que es aquel en el que fue sacrificada Coatlicue, la Tierra, porque «cada nacimiento crea unidad y discordia, lucha celeste de los astros», la luz se hunde en la oscuridad y renace cada cincuenta y dos años, es porque quiere significar que la luz del poeta es la luz del renacimiento que encuentra correspondencia y extensión en los reflejos de cincuenta y dos voces españolas e hispanoamericanas, cuyo criterio de elección no ha dependido del brillo mediático sino de la intensidad de sus propios reflejos. Cada uno de quienes aquí se encuentran bien pueden aparecer, al igual que Quetzalcóatl, el Señor de la Aurora, como encarnaciones del viento y del lucero, como esos atlantes que guardan el templo de la Estrella Matutina. 
Los cincuenta y dos poetas reunidos en Un árbol de otro mundo son dispares en sus voces mas no en la calidad poética de su obra y ello hace que este libro sea un homenaje genuino a un poeta que, como Antonio Gamoneda, ha conseguido proyectar finalmente la intensidad de su luz convirtiéndola, como dice Clariond, en «heredad nuestra».


sábado, 18 de febrero de 2012

EL GATO NEGRO DEL AMOR, Kepa Murua



El gato negro del amor, (Calambur, 2011), de Kepa Murua es otra obra magistral de un poeta mayor. Este libro, al igual que su  Poesía sola, pura premonición, revela una poética depurada cuya esencialidad pone al lector ante un vasto horizonte semántico y emocional trabajado desde un profundo conocimiento de la materia poética y desde una  rica y reflexiva experiencia sentimental. 

Uno de los más frecuentes peligros a los que se enfrenta el poeta a la hora de escribir un poema que trata de los sentimientos es el tópico romántico que ha distorsionado y, en cierto modo, bastardeado su léxico hasta hacer de la experiencia amorosa una pobre caricatura, a la que contribuye una creciente inflación de productores de versos. En este contexto, la voz de Kepa Murua suena con la gravedad y la honestidad del poeta consciente de la responsabilidad de no aludir al amor en vano. Porque KM utiliza la palabra «amor» como se emplea la palabra «dios», es decir, como una referencia léxica de aquello que, por su naturaleza sagrada, no se puede nombrar. 
Con esta tesitura, El gato negro del amor se manifiesta como una metáfora que permite al poeta diseccionar la naturaleza, la expresión vital y las secuelas del sentimiento amoroso en la vida del individuo en relación a sí mismo y en relación con los demás, con sus padres, sus amigos, sus parejas. El suyo es un trabajo minucioso y crudo, sin concesiones al sentimentalismo ni al patetismo. Su poema es una mirada a y en la vida que lo particulariza, lo identifica nombrándolo -Lo que más me gusta de este mundo / es cómo la mida me llama / por mi nombre...- y que al hacerlo le permite ver la verdadera dimensión de las criaturas que habitan «este mundo» y precisar cuánta superstición cubre el miedo que suponen el amor y el vivir, porque es el amor [el] que confunde el miedo con la silueta de los gatos negros
Este es el punto de partida de un desafío para despejar las miradas y las conductas presas de la metástasis de la confusión, como lo está también la creación del poeta desde mucho antes de que llegue a la escritura. Porque, como bien dice el poeta, no es posible escribir sin conocer, sin sentir, sin vivir. Cuando mi corazón estuvo fuera de mí / yo nunca pude escribir un poema. / Lo intenté, pero no pude.
Y no pudo porque el amor no requiere permisos ni acepta el escrutinio público. ¿A quien debo pedir permiso / para amarte? ¿Al sol que me mira / detrás de las nubes de invierno? / ¿Al asfalto de la calle que une / lo que parece lejano?. Porque sin verdad y libertad entre quienes asumen el compromiso de reconocerse en él el espacio es ocupado por las supersticiones, los gatos negros del rencor, de la envidia, la tristeza, la mentira que atraviesa  / un vaso de cristal / que nunca puede romper, pero que hace que la inexactitud de las palabras se abra paso entre dos reflejos y lleve a sus portadores por terrenos movedizos, donde sucumben las vidas y hace imposible el diálogo entre el cuerpo y los sentimientos que sostiene la vida en común. 

sábado, 4 de febrero de 2012

EL OTRO POR SÍ MISMO, Jean Baudrillard


















El filósofo francés Jean Baudrillard ya expuso en la década de 1960 que la sociedad moderna ya no era determinada por la producción sino por el consumo y que el consumismo era expresión de la hegemonía del sistema capitalista. En El otro por sí mismo (Anagrama, 2ª edic. 1994, trad. Joaquín Jordá), Baudrillard analiza esta sociedad «dominada por el éxtasis de la comunicación» poniendo de manifiesto una hiperrealidad donde el individuo ha sido desplazado hacia la virtualidad existencial.

Desde su inicio el libro plantea la existencia de una realidad, la social, que parece carecer de objetivo proyectivo y que requiere, para su análisis, la construcción de la entelequia de obra preexistente que presiente «su final desde el principio». El otro por sí mismo es una tesis que se desarrolla a partir de un sistema, el de los objetos, para Baudrillard ya desaparecido y que se sostenía entre «un signo cargado de sentido, con su lógica fantasmática e inconsciente y su lógica diferencia y prestigiosa», entre las cuales se inserta el sueño antropológico de «un estatuto del objeto más allá del cambio y el uso, más allá del valor y la equivalencia», y el de de una «lógica sacrificial» -don, gasto, consumación, cambio simbólico, etc.- que en la medida que existe desaparece. Es decir, el universo del objeto como espejo del sujeto. La oposición entre ambos -objeto y sujeto- se significa a través de la escena de la historia y también a través de la escena de la cotidianidad que emerge de una «historia cada vez más políticamente desinvestida». Lo cual conduce a la sustitución de ambas escenas por la irrealidad de la pantalla y la red.
Es así como «todo el universo que nos rodea e incluso nuestro propio cuerpo se convierten en pantallas de control», dice Baudrillard, que constituyen la sustancia de una hiperrealidad. Un contexto virtual en el que el individuo desaparece como autor y actor para convertirse en «terminal de múltiples redes», y donde pueden imaginarse simuladores para cualquier actividad o vivencia. En esta apariencia la vida queda reducida a una brutal obscenidad entendiendo como obsceno «lo que acaba con toda mirada, con toda imagen, con toda representación», pues no es sólo lo sexual lo que se torna obsceno, pues prevalece «una pornografía de la información y la comunicación» que borra toda intimidad exponiéndola al escrutinio público.
Al borrarse las fronteras entre los espacios público y privado, la publicidad se convierte en el vehículo «de una visibilidad omnipresente de las empresas, las marcas, los interlocutores sociales, las virtudes sociales...» que invade todo y trastoca el sentido. En ese espacio público virtual, el monumento, el museo, la calle, etc. no son partes de un paisaje real sino representaciones simbólicas, reclamos publicitarios de un espacio. La torre Eiffel de París o el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, por ejemplo, no son un monumento cultural o religioso sino imágenes de un anuncio publicitario elevado a la categoría de símbolo. Desde esta perspectiva puede comprenderse el por qué los terroristas de al-Qaeda estrellaron sus aviones contra las torres gemelas de Nueva York y el edificio del Pentágono, símbolos del capitalismo y el militarismo estadounidenses.
Marx, dice Baudrillard, ya había denunciado «la obscenidad de la mercancía» que, a diferencia del objeto que preserva su secreto, exhibe «su esencia visible, esto es, su precio». Es así cómo del mismo modo que la prostitución y la pornografía son formas extáticas de la circulación del sexo, «el mercado es una forma extática de la circulación de los bienes», un vasto espacio donde se impone la obscenidad fría y comunicacional y esa promiscuidad que equivale a «la saturación superficial» dominada por la fascinación y el vértigo. Una fascinación y un vértigo que traen aparejados la incertidumbre del existir y, consecuentemente, la «obsesión por demostrar nuestra existencia» y de «hablar cuando no hay nada [o no se tiene nada] que decir.»