domingo, 3 de febrero de 2013

CINCO ITINERARIOS PARA UNA NOVELA FUTURA, Juan Miguel Ariño



Juan Miguel Ariño, en Cinco itinerarios para una novela futura (Sangrila, textos aparte, 2012), eleva al lector a la categoría de protagonista de la fabulosa aventura de leer. De hecho, este libro no es un ensayo sobre algunos de los más grandes escritores de los siglos XIX y XX, sino una emocionante y reflexiva exploración por los universos creados por Dostoievsky, Proust, Mann, Ford y Bolaño, pero también de otros grandes narradores con quienes éstos mantuvieron un rico diálogo contemporáneo o histórico.

Juan Miguel Ariño, quien con el seudónimo de Jimarino mantiene Los perros de la lluvia, uno de los blogs literarios más interesantes y sólidos en sus contenidos, tiene la extraordinaria habilidad de dejar fluir sus lúcidos pensamientos y observaciones tramando en su escritura la tensión dramática que se suscita entre su experiencia vital y las vivencias generadas por la lectura.
Tras una introducción en la que fundamenta las razones que guiaron la elección de los itinerarios dado que «cualquier recorrido posee un trayecto alternativo al menos», Ariño entra de ello en materia introduciéndose e introduciéndonos en la experiencia dialógica de esos dos colosos de la literatura universal moderna, como son Fiodor Dostoievsky y Lev Tolstoi, y las motivaciones que inclinaron sus simpatías por el primero. De este modo, con frescura y sin manierismos ensayísticos, Juan Miguel Ariño trasmite la experiencia emocional de un lector inteligente que se adentra en los territorios cuyos paisajes se sustentan en los sustratos de una secular geología literaria. 
Si la literatura es un organismo vivo que lucha contra el tiempo, para Juan Miguel Ariño, como él mismo lo confiesa espotáneamente, también lo es la lectura, la cual se modifica y cambia los puntos de vista, fenómeno que se hace explícito en su capítulo dedicado a Marcel Proust y que no en vano titula Proust. El tiempo literario y la memoria. Este apartado, que incluye a James Joyce, constituye uno de los momentos más brillantes del libro y su lectura, lo reconozco, me llevó a buscar y releer El tiempo recobrado al dar de este libro una perspectiva novedosa y enriquecedora acerca del tratamiento del tiempo y las vivencias del narrador-personaje. Igualmente interesantes son sus apuntes sobre Thomas Mann y La montaña mágica que trasuntan la decadencia de una cultura, la europea, cuya agonía se prolonga hasta la recién iniciada segunda década del siglo XXI no obstante haber provocado dos cataclismos bélicos y haber sido incapaz de evitar el horror y el predominio de las fuerzas del mal que hoy controlan el mundo.
Menor tensión tienen los capítulos dedicados a Richard Ford y Roberto Bolaños, un autor éste que, a pesar del empeño de muchos críticos y del amor de Juan Miguel Ariño, su escritura sigue pareciéndome impostada. Pero esto es una cuestión de afinidad y gusto, que no viene al caso. Lo que si cabe es la inteligencia y la lucidez con que Ariño lee y comparte sus lecturas haciendo de éstas una emoción apasionada y seductora para quienes aman la literatura mayor.