lunes, 15 de julio de 2019

EN LA NOCHE YERMA, Antonio Tello

Lectura y reseña del poeta venezolano Alberto Hernández sobre "En la noche yerma" (Vaso Roto, Madrid, 2019).


Crónicas del Olvido
“EN LA NOCHE YERMA”, DE ANTONIO TELLO
**Alberto Hernández**
1.-
Bajo la influencia de Eliot y Paz, Antonio Tello recorre las sombras. Con “Tierra baldía” y “Piedra de Sol”, al amparo de sus líneas, construye este libro, “En la noche yerma” (Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2019) donde, precisamente, una voz relata el temor de perder las palabras, de ser asaltado por bestias oscuras, por el miedo que la niebla suele imponer en el espíritu humano.
Poesía de sombras. Poesía en la que el alma se deposita cerca de la luz para tratar de borrar el inmediatismo de tantos intentos por huir del miedo a la noche, a las tinieblas, a la desaparición. Poesía gótica, timbrada por el ritmo de la nocturnidad, fantasmal, ubicua en la medida en que los pasos del que anda se extravían entre tantos susurros.
Antonio Tello escribe una destrucción. Escribe desde el lenguaje que podría desaparecer. Escribe desde el vacío que podría borrar lo que ha escrito. Suerte de Armagedón, este libro del poeta argentino destaca su carácter oscuro, nocturnal desde una “tierra baldía”, muerta en la perspectiva del ojo que busca en la luz la piedra que podría dejar alguna huella salvable. No se trata de una poesía pesimista: es una poesía en la que la oscuridad podría favorecer a la luz y hacerla posible. Al contrario de lo afirmado por la crítica, este libro de Tello es un artefacto de construcción desde la oscuridad, desde las sombras. Escribir sobre este tema, vivir en este tema, no es más que una manera de salir de ella. El mundo se destruye, el mundo recobra la memoria apocalíptica para volver a ser tiempo, voz recobrada.
2.-
La noche anticipa el día. No es un lugar común: la poética de estas páginas flota sobre la pérdida de la fe, pero alterando algunos elementos que podrían revelar la posibilidad de que desde la noche, desde la niebla, es posible avizorar la luz, la otra luz, porque la noche es una luz en sí misma. La sombra contiene luz. Y la luz es la madre de la sombra. Sin la noche es imposible el día. Sin la muerte es imposible la vida.
El tiempo ha sido sometido por la noche. Su porvenir difiere del pasado. La sombra perdura en sus horas y se desgasta en el poema. Una salivación verbal la menciona y la instaura en los versos.
En el canto III, Antonio Tello reza:
“quizás hoy ha comenzado ese día futuro
y en el estéril paisaje del tiempo por venir
bebe el ganado de la corriente que pasa
ante el cristal de sus ojos el aire simula
su tranco inerte sobre las sombras del agua
buitres buitres se abaten sobre la carne yerta
ángeles y gusanos se alimentan del misterio
en campo abierto los deudos de la desdicha
abonan la tierra con los huesos de sus muertos”.
Un silabeo fúnebre. La tierra de Eliot y la noche de Tello se imbrican. Yerta la noche, yerma la tierra. Mientras el sol se cimbra sobre las piedras de Paz. Pero la sombra reina más allá de cualquier ilusión.
Este libro de Antonio Tello me permite volver a dos títulos del poeta venezolano Francisco Pérez Perdomo: “La casa de la noche” y “Círculos de sombras”, donde nuestro autor recorre el mundo espectral de la oscuridad, entre voces y susurros que alternan con referentes que la luz descubre al amparo de diversos ecos en los que la soledad impera.
Seres nocturnos cruzan calles y avenidas. Sombras alargadas. El poema como descubrimiento de lo que suele pasar durante el desarrollo del misterio.
Otro ejemplo de Tello para cerrar:
“la turbamulta invadirá las calles arderán/ las ciudades caerán las catedrales y entre las/ cruces alzadas deambularán los templos vivos/ buscando a sus dioses entre los escombros/ tarde sabrán que en el vientre de los ídolos/ se gesta la violencia que nutre los estambres”.

domingo, 12 de mayo de 2019

EN LA NOCHE YERMA, Antonio Tello

En la noche yerma (Editorial Vaso Roto, Madrid, 2019) es un poema de treinta cantos que relata el dramático derrumbe de la civilización y su lenguaje, entre cuyas visiones, el poeta y narrador Mario Satz cree ver incluso la destrucción de Notre Dâme.


Tras una primera y emocionada lectura de  En la noche yerma, me vienen dos imágenes: el poema, sus cantos, son una larga y ancha radiografía-en blanco y negro- de nuestra época infernal, lo que lleva a la segunda, la abundancia de perros, recurrente y dolorosa, para hablar de la rabia del poeta-profeta y también de esas jaurías de perros en el campo argentino que, hacia fines del XIX más tarde, vivían de la carroña de las vacas y toros muertos a lo largo y ancho del país. Es, en suma, un poema lleno de dolor y de rabia. Un relámpago zigzageante en el que se cruzan los profetas bíblicos y  Apollinaire y los beatniks, sobre todo el Aullido de Allen Guinsberg. Me refiero al tono, a la melodía apocalíptica. Pero también es bien Tello, solemne, una profunda endecha sobre la finitud y la falsedad de las estructuras sociales frente a la vida individual, que es la que siempre defiende el desterrado. 
Es un poema para leer más de un vez, pudiendo hacerse de atrás para adelante y de adelante para atrás. Algunos cantos son mejores que otros,  y lo más impresionante es la profecía sobre la destrucción de la catedral de Notre Dâme. Siempre sucede eso con los poemas largos. Ya imagino su sufrimiento y dolor en la composición. Tiene momentos sinfónicos. Durante su lectura pensé todo el tiempo en la Metamorfosis de Richard Strauss, escrito tras la guerra mundial. Grave y por momentos lastimero, pero no es para menos. Las referencias literarias a las que apela no se comen la libertad del poema. Después del Apocalipsis hay que volver al Génesis. La Biblia es un libro circular y autorreferente.  Hay dos Génesis, pero un solo Apocalipsis. Y en ese sentido este libro es irrepetible. Admirable que el lirismo florezca en medio del desastre.
A partir del canto XVII el poema se aclara a fuerza de sabias reiteraciones, aflora el desterrado como  un auténtico vigía en una torre de hierro, oteando el paso de las tormentas humanas, los desaciertos y los dolores. Pensé en Isaías, en Ezequiel, en los grandes profetas bíblicos, de quien en este libro tienes muchos ecos. La pregunta sobre dónde está el mar es crucial: para los kabalistas mar o yam, y si se lee al revés, es mi, quién, por lo tanto uno de los nombres de Dios. Al poeta, y con él a todos, le han robado la dicha de una oleaje manso y fecundante. Es interesante como a partir de la mitad del libro el pulso se acelera, y hasta diría que mejora la densidad diagnóstica de la primera parte. A propósito: la mención de los cazadores me hizo pensar que en uno de los últimos libros de Quignard donde éste habla de la depredación, de la caza como el origen de la cultura y también de la guerra. La primera escritura que los hombres leyeron fueron las huellas de los animales en la nieve. En fin, que es una proeza salir más o menos sano de tamaño apocalipsis poético.