domingo, 12 de mayo de 2019

EN LA NOCHE YERMA, Antonio Tello

En la noche yerma (Editorial Vaso Roto, Madrid, 2019) es un poema de treinta cantos que relata el dramático derrumbe de la civilización y su lenguaje, entre cuyas visiones, el poeta y narrador Mario Satz cree ver incluso la destrucción de Notre Dâme.


Tras una primera y emocionada lectura de  En la noche yerma, me vienen dos imágenes: el poema, sus cantos, son una larga y ancha radiografía-en blanco y negro- de nuestra época infernal, lo que lleva a la segunda, la abundancia de perros, recurrente y dolorosa, para hablar de la rabia del poeta-profeta y también de esas jaurías de perros en el campo argentino que, hacia fines del XIX más tarde, vivían de la carroña de las vacas y toros muertos a lo largo y ancho del país. Es, en suma, un poema lleno de dolor y de rabia. Un relámpago zigzageante en el que se cruzan los profetas bíblicos y  Apollinaire y los beatniks, sobre todo el Aullido de Allen Guinsberg. Me refiero al tono, a la melodía apocalíptica. Pero también es bien Tello, solemne, una profunda endecha sobre la finitud y la falsedad de las estructuras sociales frente a la vida individual, que es la que siempre defiende el desterrado. 
Es un poema para leer más de un vez, pudiendo hacerse de atrás para adelante y de adelante para atrás. Algunos cantos son mejores que otros,  y lo más impresionante es la profecía sobre la destrucción de la catedral de Notre Dâme. Siempre sucede eso con los poemas largos. Ya imagino su sufrimiento y dolor en la composición. Tiene momentos sinfónicos. Durante su lectura pensé todo el tiempo en la Metamorfosis de Richard Strauss, escrito tras la guerra mundial. Grave y por momentos lastimero, pero no es para menos. Las referencias literarias a las que apela no se comen la libertad del poema. Después del Apocalipsis hay que volver al Génesis. La Biblia es un libro circular y autorreferente.  Hay dos Génesis, pero un solo Apocalipsis. Y en ese sentido este libro es irrepetible. Admirable que el lirismo florezca en medio del desastre.
A partir del canto XVII el poema se aclara a fuerza de sabias reiteraciones, aflora el desterrado como  un auténtico vigía en una torre de hierro, oteando el paso de las tormentas humanas, los desaciertos y los dolores. Pensé en Isaías, en Ezequiel, en los grandes profetas bíblicos, de quien en este libro tienes muchos ecos. La pregunta sobre dónde está el mar es crucial: para los kabalistas mar o yam, y si se lee al revés, es mi, quién, por lo tanto uno de los nombres de Dios. Al poeta, y con él a todos, le han robado la dicha de una oleaje manso y fecundante. Es interesante como a partir de la mitad del libro el pulso se acelera, y hasta diría que mejora la densidad diagnóstica de la primera parte. A propósito: la mención de los cazadores me hizo pensar que en uno de los últimos libros de Quignard donde éste habla de la depredación, de la caza como el origen de la cultura y también de la guerra. La primera escritura que los hombres leyeron fueron las huellas de los animales en la nieve. En fin, que es una proeza salir más o menos sano de tamaño apocalipsis poético.