sábado, 21 de octubre de 2023

ELLA TAMBIÉN ES TODAS ELLAS, Ricardo Di Mario

 


Con “Ella también es todas ellas”, (Edición Letras y Bibliotecas Córdoba, Córdoba, 2021) Premio Literario Provincia de Córdoba 2020, Género Poesía, Ricardo Di Mario continúa su recorrido por los senderos interiores del alma de seres apegados a la tierra y a un paisaje encarnado en sus gestos, aún en aquéllos más imperceptibles. Pero aquí, su poética se abre a las fantasías de la intimidad, atraviesa los espejos hasta encontrar los reflejos comunes que nos identifican con el otro, con los otros.

Ya en el primer poema Di Mario deja sentada su intencionalidad cuando cuenta que “ella era una mujer de carbón / en su memoria prístina ronda un olor a madera quemada / a humedad de la tierra…”. Esta entrañable identificación define el carácter de un ser singular y bello dador de vida y, por consiguiente, partícipe de todas las otras vidas que laten en el mundo. Un ser cuya entereza, cuya fortaleza, le permite enfrentar y superar cuantas adversidades le sobrevienen, sean desiertos de arena, dolorosas soledades con “punta de espinillo” o un barro que ensucia los recuerdos. Nada es impedimento porque el amor está allí, en el interior de una ría donde habita el “animal transparente” con el cual se consuma.

Y es de este modo, como Ricardo Di Mario edifica su escritura, sobre el dolor y el amor. Es así como su poesía se abre a la esperanza para escapar de ese tiempo de “elefantes muertos en la vereda” y atravesar “el espejo como un pan fresco del horno”. Desde este umbral, desde esta frontera especular, el poeta escribe y sus versos se disponen siguiendo la misteriosa mecánica del universo, como “piedras en el río que las ordena a su antojo [conformando] un fondo que nunca vemos”. Un fondo que, si bien no vemos, está en el sentido de la escritura y de la memoria, de los recuerdos que indefectiblemente se irán disipando, porque “el olvido es una tierra arrasada que se devora todo hasta lo necesario”, aunque en su momento las vivencias hayan sido esa conmoción constante, ese desafuero que nos abocaba a enterrar libros, folletos y carteles que anunciaban una ilusoria libertad. Y Di Mario aquí, parece detenerse, tomar aliento y, mientras lo hace, metaforiza el umbral, para alejarse y ofrecernos la visión de la frontera: “A un lado de la ventana una estatua perfecta de pájaro”, ¿acaso la muerte?, y del otro “alguien escribe”. Afuera, el vuelo del pájaro detenido ¿imagen del espíritu contemporáneo? y adentro alguien que escribe procurando recuperar “el aleteo ausente”, la voz desnuda escondida en el tiempo. Aquí, en el poema VIII, la alusión a Edgar Degas no es caprichosa. En sus cuadros, el pintor francés se sitúa y nos sitúa frente al ojo de la cerradura, frente a una rendija abierta por la imaginación, para que observemos la intimidad de los personajes, como el poeta lo hace de nuestra propia historia desde los tiempos más remotos, razón del poema siguiente:  “Una muy antigua untó con aceite de animal marino todo su / cuerpo y cruzó el canal casi desnuda / otra hija de la tierra soltó el cabello y caminó delante del / cortejo hasta el camposanto / negra ya no esclava encendió un puro lo mordió y humeó la / tienda del difunto…”.

La mujer, la tierra, la dadora de vida no cesa en su trajín y ella, que no es diosa ni la libertad guiando al pueblo, sino “continente / unas veces de agua y otras de tierra / enorme territorio que se abre a la luz”, para ser en el mundo, para “vivir al día sin mandatos de la memoria y del olvido” hasta que arda en los “fuegos de la tarde”, hasta el final del día, hasta el final de los días, hasta llegar al territorio de los “silencios que conmueven más que las palabras”.