El gato negro del amor, (Calambur, 2011), de Kepa Murua es otra obra magistral de un poeta mayor. Este libro, al igual que su Poesía sola, pura premonición, revela una poética depurada cuya esencialidad pone al lector ante un vasto horizonte semántico y emocional trabajado desde un profundo conocimiento de la materia poética y desde una rica y reflexiva experiencia sentimental.
Uno de los más frecuentes peligros a los que se enfrenta el poeta a la hora de escribir un poema que trata de los sentimientos es el tópico romántico que ha distorsionado y, en cierto modo, bastardeado su léxico hasta hacer de la experiencia amorosa una pobre caricatura, a la que contribuye una creciente inflación de productores de versos. En este contexto, la voz de Kepa Murua suena con la gravedad y la honestidad del poeta consciente de la responsabilidad de no aludir al amor en vano. Porque KM utiliza la palabra «amor» como se emplea la palabra «dios», es decir, como una referencia léxica de aquello que, por su naturaleza sagrada, no se puede nombrar.
Con esta tesitura, El gato negro del amor se manifiesta como una metáfora que permite al poeta diseccionar la naturaleza, la expresión vital y las secuelas del sentimiento amoroso en la vida del individuo en relación a sí mismo y en relación con los demás, con sus padres, sus amigos, sus parejas. El suyo es un trabajo minucioso y crudo, sin concesiones al sentimentalismo ni al patetismo. Su poema es una mirada a y en la vida que lo particulariza, lo identifica nombrándolo -Lo que más me gusta de este mundo / es cómo la mida me llama / por mi nombre...- y que al hacerlo le permite ver la verdadera dimensión de las criaturas que habitan «este mundo» y precisar cuánta superstición cubre el miedo que suponen el amor y el vivir, porque es el amor [el] que confunde el miedo con la silueta de los gatos negros.
Este es el punto de partida de un desafío para despejar las miradas y las conductas presas de la metástasis de la confusión, como lo está también la creación del poeta desde mucho antes de que llegue a la escritura. Porque, como bien dice el poeta, no es posible escribir sin conocer, sin sentir, sin vivir. Cuando mi corazón estuvo fuera de mí / yo nunca pude escribir un poema. / Lo intenté, pero no pude.
Y no pudo porque el amor no requiere permisos ni acepta el escrutinio público. ¿A quien debo pedir permiso / para amarte? ¿Al sol que me mira / detrás de las nubes de invierno? / ¿Al asfalto de la calle que une / lo que parece lejano?. Porque sin verdad y libertad entre quienes asumen el compromiso de reconocerse en él el espacio es ocupado por las supersticiones, los gatos negros del rencor, de la envidia, la tristeza, la mentira que atraviesa / un vaso de cristal / que nunca puede romper, pero que hace que la inexactitud de las palabras se abra paso entre dos reflejos y lleve a sus portadores por terrenos movedizos, donde sucumben las vidas y hace imposible el diálogo entre el cuerpo y los sentimientos que sostiene la vida en común.
Y no pudo porque el amor no requiere permisos ni acepta el escrutinio público. ¿A quien debo pedir permiso / para amarte? ¿Al sol que me mira / detrás de las nubes de invierno? / ¿Al asfalto de la calle que une / lo que parece lejano?. Porque sin verdad y libertad entre quienes asumen el compromiso de reconocerse en él el espacio es ocupado por las supersticiones, los gatos negros del rencor, de la envidia, la tristeza, la mentira que atraviesa / un vaso de cristal / que nunca puede romper, pero que hace que la inexactitud de las palabras se abra paso entre dos reflejos y lleve a sus portadores por terrenos movedizos, donde sucumben las vidas y hace imposible el diálogo entre el cuerpo y los sentimientos que sostiene la vida en común.