Lecciones de tiempo. Dibujo de portada de Erica Selinger |
Lecciones de tiempo, de Antonio Tello (Libros del Innombrable, Zaragoza, España, 2015) según la lectura del poeta y crítico venezolano Alberto Hernández, para su columna "Crónicas del olvido".
1.-
En el silencio está el origen. No en el
verbo, que fue el apuntador, el que simuló la presencia del silencio. De esta
manera, la poesía es la fundadora del origen. Es la creadora de todas las
cosas. El silencio de la poesía. Mientras más silencio haya en la palabra, más
poesía contiene el poema. Y éste, el poema, es el continente de los primeros
balbuceos.
En el principio fue el verbo, sí, pero
antes estuvo el silencio en todos lados, entre los astros, en el barro inicial,
en el parpadeo primario, en el pecado original. En la primera ofrenda. En la
primera huella, en el primer coito. En el eco que ocultó un terremoto. En la
pisada profunda de una bestia. Allí estaba el silencio.
Las bocas aún no habían pronunciado la
piedra, el agua, el fuego, la tierra. Y el dedo de Dios era la placidez del
cielo. O la tormenta viva sobre un árbol mudo cubierto de animales.
En esta premura por crear el mundo, porque
el silencio rompiera la envoltura de quienes viajaban con el clima en las ancas
de bestias y relámpagos, la poesía se hizo fuego en la mirada del primer
hombre, del primer sujeto que un día decidió bajar de un árbol ayudado por la
voz inmanente de quien se lo ordenaba desde el arriba de la voz, de una voz que
se convirtió en nombres, en sustantivos, en adjetivos, en la sintaxis de todas
las cosas.
Y el silencio habló. Nombró, construyó
oraciones. Se hizo fealdad y belleza. Engendró y mató. Alabó y calumnió.
Extrajo y enterró. Respiró y se ahogó. Se hizo vibración, conmoción, relincho,
aullido, berrido, voz, sílabas, palabras. Invento desde adentro y desde afuera.
Escritura en el barro y en la sombra. Fue el poema, maltrecho, torpe, arisco.
Pero la poesía estaba allí. Siempre estuvo
allí. Nido y pájaro. Pedrada y caricia. Creación y evolución. Dios y ciencia.
Pálpito y podredumbre.
Desde esta perspectiva, desde este amago,
Antonio Tello escribe “Lecciones de Tiempo” (Editorial Libros del innombrable /
Colección Biblioteca Golpe de Dados, Zaragoza, España, 2015).
Alberto Hernández, autor de la reseña sobre "Lecciones de tiempo" |
2.-
El pensamiento poético enarbola su
presencia en la medida en que presuma el origen. Lo invente o lo imagine. Una
voz remota, raíz de todas las cosas se asienta en la penumbra: metafísica,
razonamiento del tiempo, lección de las horas que harán posible este verso:
“aunque seamos designios del silencio”,
Y en este sentido el nacer, retornar al
origen en plural: “volvemos al olvido/ al tiempo quieto del
verbo…”
Cada texto que reposa en estas páginas
tiene la marca de una preocupación por lo que no se sabe, por la oscuridad,
pero también por la luz que hizo posible la silueta de las cosas, y así el
nombre que por vez primera salió de boca animal alguno. Porque quien habló fue
el animal, el que abrió los ojos y supo de su presencia y de las piedras, de
las escritura de las hojas de los árboles, del sonido permanente de los ríos,
de las mareas constantes. Y ese animal no tenía “ni señal ni camino”, sólo
lugar para estar, para tocar la superficie de los objetos, saborearlos, oírlos,
masticarlos y luego hablarlos.
Hasta que se descubrió él mismo en el agua,
en la ondulación de un pozo: “El rostro que ves en este lado del espejo
/ es luz”.
La palabra se estacionó en la mirada. En el
recuerdo. No obstante, el “morir de la memoria” hizo posible el andamiaje de la
anécdota. La palabra sirvió para construir los detalles de los eventos bajo el
cielo. El teorema del instante. El ser en poco tiempo. El ser y su nada.
3.-
La angustia ontológica de ese instante en este texto que Antonio Tello establece como un resumen: “apenas un parpadeo / y estás de nuevo / en
el punto de partida / mas ya no eres el mismo”. Dejar de ser, cambiar, o ser realmente lo
que el tiempo define: ser parte de un abismo, de una caída ya predestinada en
el origen. Ese instante, ese parpadeo, descubre al Otro, al doble, los rostros
en el espejo hechos Uno.
Por eso el permanente deseo del “escape a
la traición de origen” y confirmar que también es dolor, punzada, carne débil,
destinada a desgastarse, a descomponerse con los elementos. Y luego, de nuevo,
el silencio. Una vuelta al principio. Tello despliega esa reflexión con estas
palabras: “..es la eternidad/ el monstruo que te
ahoga”. Y “más allá de las sombras” (…) “fantasía que
larva la noche”.
Los contrarios como fórmula del origen. Los
antónimos sombra y luz, agua y tierra, sonido y silencio. El poema y su
pensamiento, la ontología de la caída: “el silencio es tiempo sin nombre/ esencia
del abismo que atrae/ y connota los sonidos del mundo”. Aquí, en este lugar, en
este parpadeo, el autor argentino resume todo el libro.
Podría parecer paradójico afirmarlo, pero
“Lecciones de Tiempo” es un poemario que no tiene tiempo: es angustia
innombrable. Un asunto del yo disgregado, cósmico, extraviado, buscado entre
los contrarios, en el mismo lenguaje, en los verbos olvidados, en un árbol
simbólico, en el otoño como persecución de las “voces muertas”, de las “lenguas
muertas”, ocultas en una “gruta de espejos”. Queda en nuestro eco interior esta frase:
“el polvo del ocaso”. Y un poco más hacia el final:
“mienten los libros sagrados.
La piedra, el árbol y el aire
son anteriores a los dioses”.
El origen, siempre lo remoto y la poesía,
fundadora del tiempo cuyas lecciones han creado el yo, la voz que dice y
desdice, la voz que se contraría, la voz que nace y muere, la voz que vuelve
del abismo, de las mareas y del barro del poema como construcción. A.H.