La
única hora (Ediciones Estival & Asociados, Venezuela, 2016), de
Alberto Hernández es una novela que cuestiona desde la escritura
tanto la naturaleza como el sentido de la existencia en tanto
realidad y ficción parecen estar sujetas al arbitrio de un creador
omnímodo y omniciente, en un mundo dominado por la violencia y la incomunicación.
Con
un notable dominio de las herramientas narrativas, el escritor
venezolano Alberto Hernández obra un relato en el que los personajes
y sus peripecias cobran vida a través de la voz de Ignacio, el
protagonista, conscientes de la naturaleza ficcional de sus
realidades y, desde este saberse, cuestionan la conducta caprichosa y
autoritaria del autor, quien, a su vez no puede escapar al sueño o
pesadilla de sus criaturas.
Es
así cómo la memoria es sustento y destino marcado de sus vidas, y la
evocación de cada individuo humano el medio para traer al presente
las almas de quienes han desaparecido o muerto según el inescrutable
arbitrio del creador, quien tiene como poderoso recurso la acción
corruptora del tiempo. Este es un punto clave en La única hora, pues
los personajes no parecen estar prisioneros en un lugar y gozan de
libertad espacial -de hecho Ignacio e Ingrid, ahogados por la
realidad opresiva de Venezuela marchan a Londres para realizarse en
el amor- y van de un lugar a otro, pero no pueden evitar la trampa
del tiempo y se aferran al recuerdo o al deseo del recuerdo.
Esta
concepción de la realidad explica que una postal, a partir de la
cual el protagonista recuerda y revive los momentos más felices, sea
al mismo tiempo la piedra Rosetta para el lector, quien no puede
evitar sentirse aludido en esa representación existencial. Una
representación que es también reflejo y sustrato de lo que llamamos
Historia en tanto esta es memoria narrada y que por tal circunstancia
descubre al individuo humano en el mundo incapaz de comunicarse para
ser uno y los demás. Un individuo separado de los otros por hablas
fragmentarias o bajo los efectos de la xenoglosia, tal como le sucede
a Ingrid, la cual en determinadas situaciones habla lenguas
desconocidas, a veces sin saber qué está diciendo.
Resulta
así que La única hora va mucho más allá de ser una metáfora
sobre la endeble frontera entre realidad y ficción y centra el
origen de la violencia, la incomprensión y la angustia existencial
que extranjerizan al ser humano en el mundo en la ignorancia del
origen y la ocultación de éste que fraguan los sistemas de poder.