Campos de ajedrez, de Mario Satz /Huerga & Fierro Editores, Madrid, 2016) es una pequeña obra maestra que, en la estela de los grandes relatos orientales, plenos de magia y misterio, nos habla de las fuerzas y las tensiones que obran el mundo.
Hay escritores que traman sus producciones a partir de
una realidad evidente que por desinterés del autor, interés político,
económico, ideológico o religioso, o limitaciones de su escritura no penetran dando lugar a libros de fácil lectura y rápido consumo, y otros que escriben
historias que descubren a quienes las leen los múltiples registros de la trama
que urde el mundo y el destino de sus habitantes, entendiendo por éstos a todas
las criaturas vivientes. Mario Satz, argentino afincado en Barcelona desde los
años setenta, pertenece a esta última clase de escritores que sostienen sus
historias en la fuerza metafórica de la escritura poética y, en el caso de Campos de ajedrez, como en muchos otras producciones suyas, en la tradición oriental.
En esta novela o más precisamente nouvelle, Satz apela a la mirada china no con pretensiones de
describir un escenario exótico, sino para revelar desde el valor de la luz
propio de Occidente el valor de las sombras propio de Oriente. Desde este posicionamiento estético el autor traza sobre el damero, donde dos amigos, el
emperador y su general, enfrentan sus estrategias personales -afectivas,
políticas- y libran una batalla acotada -aparentemente- al juego en la batalla
mayor que libran las fuerzas encontradas que tensan el mundo y el universo y
que arrastra y compromete a otros hombres de distinta condición así como a la
naturaleza y sus criaturas.
Es así como cada movimiento que tiene su correlato
formal en cada breve capítulo se corresponde cabalmente con los avances de una
batalla que compromete al poder, al futuro del imperio y la felicidad de sus
súbditos. Cada movimiento representa uno a uno los capítulos de una intriga que
socaba los cimientos del poder real y arruina sus símbolos hasta casi hacerlos
desaparecer, al mismo tiempo que en otra parte se producen acontecimientos extraños
a las vivencias humanas y la rutina de la naturaleza como signos de la armonía
alterada y amenazada por la ambición. Y en ese acontecer serán la fuerza
poderosa que sustenta la trama del universo, encarnada en la figura de un
tigre, y la inocencia de un campesino que intuye los movimientos del “juego del
Elefante”, como le llaman al ajedrez, las que restaurarán la felicidad y la
riqueza, esos granos de arroz que representan el poder del viejo emperador.
Pero esta narración, tan propia de una fantasía
oriental, sería una más si la escritura y el estilo de Mario Satz, su precisión
y delicadeza, no convirtieran Campos de
ajedrez en una joya literaria de alto aliento poético extraña a las
adocenadas producciones editoriales contemporáneas.