La poeta española Mercedes Ridocci antes que en la
escritura halló la expresión poética en su propio cuerpo y fue desarrollándola
primero en el teatro y más tarde en técnicas de expresión corporal y danza creativa.
Este dato no es baladí en la medida que nos permite comprender ese latido
orgánico de su poesía y de modo muy particular en este poemario, Arrugas de silencio (Playa de Akaba, Barcelona, 2017), bellamente editado
por la editorial barcelonesa que dirige la también poeta
Noemí Trujillo.
Estructurado en tres partes – Estelas de deseo,
Cenizas de pasión y En el lomo de la muerte- Ridocci propone una secuencia de
poemas que metaforizan el devenir vital del cuerpo a través del tiempo, la
existencia orgánica de la vida humana sacudida por el deseo, el erotismo, la
pasión, y también por la pulsión de la muerte que contradice la eternidad -vana
pretensión de la juventud- hasta que la madurez hace patente la finitud. De
aquí que Mercedes Ridocci trace desde el epígrafe (“A la vida y a la muerte”)
esa línea vital, esas silenciosas arrugas que definirán al final el paso
perecedero del individuo por el mundo. Un paso que siempre es desgarro (“Me
aferré sin miedo / a las ramas desnudas de tu tronco / a la corteza fría de tu
invierno”.). Esas estelas de deseo que define como “viñedos de uva roja” o como
“un antojo del sueño”, en el que ambos, viñedo y sueño”, se consumen en el
cuerpo, “puerto solitario, / oculto en la sombra de la noche”, en el
desesperado, acaso imposible, intento de entender esa lengua que habita en el
paladar.
Y así hasta que el fuego de la pasión se consume y sus
cenizas se convierten en “piel de la ausencia [que] cubre mi cuerpo / de
arrugas de silencio” desnudando el cuerpo y la voz que lloran el destierro de
los sentidos y su condición de alma o conciencia vacía, ajena ya al temblor de
la naturaleza, ese “volcán apagado” que antes concernía al cuerpo. Así, hasta
que llega ese momento en que la poeta pide a la “mujer de fuego albo / vístete
con la piel del viento / que enardece tu llama blanca / sigue el canto de tu cauce / planea sobre
el leve suspiro del atardecer / alcanza el último horizonte / donde la muere poniente / y alborea la muerte”.