John Wayne, el soldadito de plomo (Sigueleyendo, 2011), de Jordi Corominas, es un sorprendente y original relato que descubre al lector el paisaje social de la Barcelona portuaria de los años sesenta y al mismo tiempo apuntala las características estilísticas de un joven escritor que trata de dejar definitivamente atrás la losa realista que ha lastrado hasta no hace mucho tiempo la narrativa y la poesía españolas.
Entre los elementos más interesantes de este relato, que publica y vende on line y sólo a un euro Sigueleyendo, es la propuesta de una historia que no se asienta en la historia, entendida ésta como argumento, sino en el lenguaje, cuya materia es tratada mediante un estilo ágil y vigoroso. La razón por la que este es uno de los elementos más interesantes es porque a través del lenguaje Jordi Corominas prescinde de la descripción realista y al hacerlo descorre las veladuras que ocultaban una realidad que se cuela a través de la memoria, la recreación de las voces y la herencia de una cultura cuya hegemonía ha tornado delirante el pasado y el presente, y amenaza el futuro con el mismo febril sin sentido.
Situado el relato en 1963, J.C. proyecta la película de una Barcelona, por donde pululan putas, bailarinas, cafres, macarras y demás nativos de la misma ralea como extras tabernarios del emblemático John Wayne, un héroe impotente, que pasea por la ciudad su torpeza vaquera de elefante reaccionario , y de los marines de la Sexta Flota surta en las aguas del puerto. Todos fraguando la ilusión cutre de un Mr. Marshall, que siempre pasa de largo, pero que permite a la dictadura franquista disimular con la obsecuencia la derrota europea de los suyos.
Con un buen dominio técnico de los recursos narrativos, JC genera escenas, situaciones y secuencias en las que entrevemos a sus personajes moverse como sombras en una atmósfera opacada por la sordidez de una época contaminada por la mediocridad ambiental que prevalece en la España a las puertas del desarrollismo opusdeísta. El golpe de efecto con el que JC redondea su narración, que tiene como protagonistas simbólicos a John Wayne y a un soldadito de plomo manco de origen catalán, consiste en contraponer Hollywood a Cinecittá. En enfrentar a John Ford y su gran cine propagandístico de las virtudes del americano insolente con Federico Fellini y su lírica concepción de un cine que busca con empecinada honestidad dar cuenta de la naturaleza de esa cuestionable dolce vita que viven los europeos que deambulan por el laberinto abandonando sus herramientas - «La coca cola es mejor que la hoz y el martillo»- y descreyendo de la luz de una cultura que empieza a sucumbir a la luz del neón.