Poemas en la lengua del sonámbulo (eLBc, Córdoba, 2016), de Hugo Francisco Rivella, es un libro cuya sólida morfología poética probablemente facilitó la decisión del jurado -los poetas cordobeses Susana Cabuchi, Francisco Colombo y Hernán Jaeggi- la concesión del Premio Literario Provincia de Córdoba 2015 al poeta salteño.
Hugo Francisco Rivella es un poeta proteico. Quien haya leído algunos libros de su vasta obra, entre ellos Yo, el toro, Ojo astillado, La hora del relámpago y Cuadernos del dolido, Putas (La cacería del ángel), Espinas en los ojos & siete poemas de barro, etc., constatará esta apreciación sobre las variaciones de su estilo poético, el cual no modifica la hondura de su mirada. En este sentido, esta naturaleza proteica actúa como maleable recurso para adentrarse en el conocimiento de la condición humana y el entorno social de los individuos, entre los cuales opta por identificarse, de acuerdo con sus convicciones políticas, con los que considera desfavorecidos.
Poemas en la lengua del sonámbulo -de cuya magnífica edición estuvieron a cargo los poetas Leandro Calle, César Vargas y Eduardo Gasquet, y el diseñador Juan Pablo Cano- es un poema que se abre al alma de quien lo lee o escucha su voz silenciosa en su interior, como una oración merced a una rítmica común a los cánticos rituales en el que la poesía se revela como una fuerza poderosa que arrastra al poeta [Un animal feroz ante la noche / hociqueando mi dentro (...) que viene de mil formas con sus garras,,,] para mostrarle el mundo y sus individuos, con sus nombres y apellidos y sus vidas.
Es aquí -en la vida- donde Rivella encuentra la fuente de sus metáforas, de sus imágenes para [recostó la cabeza al lado de la luna, / y en la boca del horno se volvió una lámpara que alumbra todavía, dice aludiendo al suicidio de Silvia Plath] construir el poema como reflejo platónico de la realidad del mundo. Pasó el mundo ante mí, repite el poeta al inicio o al final de cada poema con ligeras variaciones que suenan como latidos de una letanía mayor al modo de un himno sagrado. No puedo dejar de evocar en este punto las maravillosas I see a darkness y You want it darker cantadas por Johnny Cash y Leonard Cohen, con estos versos a modo de estribillo. Hugo Francisco Rivella también ve la ocuridad, pero sus poesía es luminosa [Kuwabata despierta en medio de la noche tan sólo por ver dormir a una muchacha o Pasó Gu Cheng, iba frotando un trozo de madera para transformarlo en bronce, / luego en vidrio, luego en luz. / Eso era la Poesía dijo.].
Y llegados a este punto quien escucha dentro de sí la música-voz del poeta se pregunta ¿y el sonámbulo? ¿soy acaso ese que camina dormido por las calles del mundo, esa parte del cuerpo que ve apenas los espejismos, los reflejos del espejo que me reflejan? Sí. Pero debo saltar el precipicio por el resto de cuerpo que me queda [...] Una mano que me salve antes que pase el mundo en mis harapos. Es desde esta concepción del mundo y su realidad, que ¿cuestiona? el ser y el estar de dios [Pasó el mundo ante mí, iba dios en sus fauces, /o en las fauces de dios iba el mundo a los golpes (...) iba hinchado en el trópico como una frutabomba (...) en las garras del águila que destripa inocentes].
Tal vez La grieta en el espejo es el mejor fragmento del poema que es todo el libro, pero si así no fuese sí constituye una pieza clave para comprender en su totalidad la palabra de Rivella y los fundamentos de su poética luminosa y esperanzadora a pesar de todo [En el espejo estalla la catedral desierta / el arabesco de una oración sin ecos, /las paredes barrocas con el oro / y la plata que correa hasta la sombra de dios cuando padece], pues si el mundo es ese espejo de caras bifrontes, también es la noche con la luz del futuro o en El jardín de las delicias, poniendo énfasis en la naturaleza perecedera de todo lo que acontece como realidad el hombre es terca luz renaciendo.