Una música anterior (Ediciones Recovecos, Argentina, 2010), de José Di Marco es un bello poemario que consolida la personalidad de un poeta, cuya obra nació cuando los coletazos del terror aún golpeaban el alma civil de los argentinos.
José Di Marco, nacido en 1966, en Río Cuarto (Argentina), fue uno de los integrantes de Poetas del Aire, grupo de jóvenes poetas que se dieron a conocer en 1992 a través de pequeñas plaquetas que distribuían gratuitamente por las calles de la ciudad. Junto a los suyos, estas plaquetas incluían poemas de grandes maestros y, en apretadas líneas, sucintas biografías de los mismos. Con ello declaraban, quizás inconscientemente, su vínculo con lo mejor de la tradición poética hispanoamericana y, en lo más próximo, se propósito de establecer un respetuoso puente con la generación anterior casi aniquilada por la dictadura militar (1976-1982).
Sin embargo, en ninguno de ellos (José Di Marco, Marcelo Faggiano, Ernesto San Millán, etc.) había seguidismo de tendencias o modas ni tampoco constituían una misma voz. En aquel momento, cuando editaban el periódico La mosca muerta, dos de ellos brillaban especialmente: Ernesto San Millán y José Di Marco. Este último ha consolidado sin vedetismos su autoridad poética con generosidad y rigor.
Junto a Pablo Dema, Di Marco dirige una pequeña editorial cooperativa -Cartografías- que en pocos años se ha convertido en un sólido proyecto en proceso de profesionalización que, sin pretender competir con el núcleo poético de Buenos Aires, apunta a convertirse en una entidad referencial de la poesía y la narrativa del interior y con ello ofrecer una panorámica más real de la actividad literaria de Argentina.
Di Marco no es, por tanto, un poeta encerrado en su torre de marfil, sino sensible a la vida y a la angustia existencial que subyuga a los individuos. Si ya en Mundo sublunar (Cartografías, 2007) afrontaba un «diálogo entre el alma y el cosmos», en Una música anterior, José Di Marco ese diálogo se asienta en el lenguaje, en el conocimiento preciso de sus matices sonoros, para sondear el alma y su alma atrapada en una retícula de «tragedia y entusiasmo». Su poética se monta en ese mismo lenguaje que a veces se convierte en «piedra ciega» cuando las cosas reclaman «su nombre propio» y obliga al poeta a descreer y situarse «a la altura del zócalo / para darse una visión del mundo». La visión del mundo del poeta Di Marco no pide ni hace concesiones y en esa instancia de extremo rigor su poesía resulta ser una nota descarnada que ya vibraba en el espacio, en el mundo, desde mucho antes, acaso desde el origen, y que al oírla la fija en el pentagrama. En el poema.
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