El último poema del poeta argentino Diego Formía da un paso más claro y preciso en la definición de una poética tan audaz, como moderna y musical. El pez del ojo (Cartografías, 2010) enfrenta al lector a un nuevo desafío para introducirse en una realidad trastornada por el poder y los hábitos vampíricos de una sociedad profundamente alienada.
En una cuidada edición de Cartografías, que viene a demostrar que la sencillez no está reñida con el rigor y la belleza, El pez del ojo propone una singular aventura poética cuyo arranque está en el mismo título del libro y que sitúa con descaro la metáfora en el ojo ajeno. Al adoptar el iris ocular la forma del pez, Formía fuerza la metáfora a situarse significativamente en su condición humana para enfrentarse, desde un entorno líquido y agitado, al vértigo de la tormenta y la luz exterior. Es desde ese mangrullo acuoso que el poeta observa los movimientos del cardumen humano entre rascacielos que igualmente se mueven como parte de ese subaile de nubes.
La metáfora del pez del ojo colea entre ese tumulto agorero del mini-shop hasta donde se cuela el silencio como una pausa de auxilio que salve al ser humano mientras el pez boquea: la única verdad es la ilusión General. Y de este modo, abandonado el mini-shop, el pez que boquea no otra cosa que un pescado en red que acabará convertido en un quark, esa palabra que inventó James Joyce y los físicos le dieron categoría científica. Corpus de luz / capaz de crearns un cielo celeste // en sí misma materia / energía se mueve / se mueve / incluso en el vacío incide / refleja / recrea cosas / colores / en calor // la verdad comprobada giró / hacia la ilusión / importa su sueño mínimo / bajo el agua no todos los ojos tienen la misma respuesta, escribe Formía poniendo de relieve su propósito de buscar también en el lenguaje y el conocimiento científicos, pero sobre todo en la musicalidad, el color de su voz poética.
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