sábado, 14 de abril de 2012

LEVANTAD CARPINTEROS LA VIGA MAESTRA / SEYMOUR: UNA INTRODUCCIÓN, J.D. Salinger

J.D. Salinger














Levantad carpinteros la viga maestra y Seymour: una introducción (Bruguera, 1977, trad. Aurora Bernárdez), de J.D. Salinger, es una novela compuesta de dos relatos complementarios. Una obra que consuma el universo literario del creador de El guardián entre el centeno y expone al lector los fundamentos de la convicción según la cual toda ficción es «experiencia sobredimensionada».

El lector, aun aceptando ser un «observador de pájaros», como lo llama el propio Salinger, no puede evitar sentirse arrastrado por las diversas corrientes interiores que atraviesan el relato y vivir desde la lectura la fractalidad que caracteriza la realidad del universo y que rige un orden invisible a los ojos pero no al espíritu. He de reconocer que la relectura de todo Salinger me viene dada por la lectura de la magnífica biografía de Kenneth Slawenski, cuyas inteligentes observaciones iluminan el análisis a sabiendas, como él mismo afirma, de que toda reseña es, en este caso, «inestable».
Ambos relatos son el trasunto de esa «experiencia sobredimensionada» cuyos vectores son las biografías espirituales de los hermanos Seymour y Buddy Glass y del propio Salinger, a través de las cuales se configura una visión de la existencia en la que las tensiones entre las fuerzas contrapuestas que rigen el universo y la voluntad determinan la vida y las conductas de los seres humanos. Desde este punto de vista, la escritura de Salinger, deudora de las filosofías y poesía orientales, urde una realidad de varias capas a las que se puede atravesar mediante la fe. Este es el sentido del cuento zen que Seymour Glass lee a su hermana Franny al comienzo de Levantad carpinteros...: ver lo que se tiene que ver gracias al «mecanismo espiritual».
Este es el modo cómo es presentado Seymour Glass, quien para sorpresa del lector sólo vive en la memoria de  su hermano Buddy, el narrador y alter ego de Salinger. Para ambos, narrador y autor, Seymour es el arquetipo del poeta, cuya conducta nunca será comprensible del todo y cuya aceptación exige una profesión de fe, como el verdulero del cuento zen para descubrir el mejor de los caballos. Esto es así, porque para Salinger, la verdadera espiritualidad es la poesía y Seymour Glass, cuya muerte y sus circunstancias son relatadas en Un día perfecto para el pez banana, encarna al verdadero poeta. Aquel que «no elige su material» sino que éste lo elige a él. La evocación del relato zen, así como la pedrada con que siendo niño Seymour golpea a una niña, constituyen la viga maestra, el sentido moral que se proyecta sobre el desarrollo de la narración de Buddy, quien ha viajado a Nueva York para asistir a la boda de su hermano y éste deja plantada a la novia en la iglesia. ¿Cómo entender el desenlace del relato sin tener presente el cuento zen? 
Seymour...es, por otra parte, un ejercicio magistral de Salinger, quien, a través de Buddy, trata de un escritor que escribe un relato y que al mismo tiempo hace al lector las confidencias de las dudas y temores que asaltan al autor en el instante de la creación. Como afirma Slawenski, hay aquí «tres narraciones paralelas, dos biográficas y una autobiográfica» y «ninguna de ellas es permanente ni lineal» a través de las cuales Salinger no sólo se resigna a disolverse en su propio universo ficcional, sino que se reafirma en el compromiso del artista con su propio destino, es decir, su obra, cuya verdad es la convicción, la fe, con la que la crea. Una obra transida por el dolor pero también por el gozo que representa la vida.
La victoria de J.D. Salinger sobre todos los editores, incluidos los de The New Yorker se debió precisamente a esta fuerte convicción sobre la autenticidad de su misión como escritor. Si bien en determinados momentos de su carrera trató de contemporizar, finalmente impuso sus propias ideas técnicas y estilísticas y les demostró que quien ostenta el don de la creación es el escritor -que él identificaba con el poeta- y no los mercaderes de sus escritos. Pero los tiempos de J.D. Salinger eran otros, porque en los actuales, casi con total seguridad, la lectura de sus cuentos y novelas no hubiesen pasado el filtro de los editores de mercado, quienes, temerosos de no alcanzar la venta de cinco mil ejemplares los hubiesen condenados al infierno de lo «literario».