sábado, 21 de octubre de 2023

EN TEMPS INABASTABLE, Jorge Rodríguez Hidalgo

 


 


“En temps inabastable” (En tiempo inalcanzable)  (Stonberg Editorial, Barcelona, 2022, Prólogo Vinyet Panyella, Epílogo Lola Irún y Fotografías Pepeta Petita) es el primer libro de poemas escrito en catalán por Jorge Rodríguez Hidalgo (Cornellá de Llobregat,1961). 

Este poeta, hijo de andaluces emigrados a Cataluña, aunque tiene como lengua madre el castellano, asume como propia, con amor y enjundia, la de la tierra que lo vio nacer. Esta asunción es tan plena que, aquí, el poeta parece encontrar su voz más genuina, tanto en la sonoridad del otro idioma como en la precisión de su escritura, siguiendo los pasos de una tradición poética que no duda en reconocer en sus nombres más emblemáticos y enfatizar en la mayoría de los epígrafes que preceden a sus poemas. Esta entrañable comunión con la lengua adoptiva (o adoptante) le confiere al poeta un ¿inesperado? y eficaz instrumento para acceder a un registro más profundo a las realidades de sus vivencias y, de este modo, retener instantes y percepciones de un tiempo inalcanzable que se disgrega, como se disgrega indefectiblemente la luz en los cuadros del inglés J.M.W. Turner, y que ejemplifica en el poema inicial. “Treballa el Francolí[i] dins del congost. / Divideix la vall amb la ferida / de la llera i alhora allibera / esplugues com a arquitectura suprema. / Plou al cim de la serralada; / sobre mullar plou al riu. / El temps s’esmicola / en còdols de paciencia. / La pluja serva la memoria de l’origen / y lliura a la carn de la pedra / la cruesa del tal mentre s’allunya[ii]. ”

El libro nació de breves notas que el autor iba tomando año a año, cuando llevaba a uno de sus hijos a una escuela de verano, localizada en la tarraconense Sierra de Prades, en la cuenca de Barberá. Con el tiempo, estas notas se revelaron como fugaces percepciones fijadas en la escritura de la lengua social del poeta como paisajes interiores, en los que la naturaleza y la carne conforman un todo en constante disolución y transformación; un territorio etéreo, donde “no hi ha solitud, sinó inhòspites incògnites”[iii] de sonidos y perfumes; un lugar, un espacio sin cielo, en el que, acaso, el ser humano no importa como tal, porque es parte de esa naturaleza en perenne mudanza, que, más allá de la roca, “que elude la angustia del vértigo” y deja que el liquen inscriba el “alfabeto de la soledad”, se abra a ese espacio de la memoria sin recuerdo, donde “anida la sombra”, “el reverso de la luz”La misma luz que, en algún momento, empapa la piedra. En esta tesitura, no es capricho que “En temps inebastable” esté dedicado “als meus morts, natura estimada”[iv] ni que el primer poema citado lleve el pie “hacia lo inalcanzable”. Todo vive, según este poema como un latido de la vida, según la tradición panteísta de los románticos alemanes e incluso en la más reciente tradición poética catalana, según Rodríguez Hidalgo, se encarga de testificar a lo largo del libro.

Este libro contribuirá (o debería contribuir finalmente) al reconocimiento de un poeta (Humanódromo, 1997, La sobriedad de la distancia, 2004, El follador del puerto, 2015) inmerecidamente situado en el “reverso de la luz” por el prejuicio de la capilla, porque constata con rigor que su poesía atraviesa la incandescencia que quema las polillas.

Cabe mencionar que esta edición de “En temps inabastable” se beneficia de las descarnadas imágenes fotográficas en blanco y negro, que complementan el texto poético con el paisaje desnudo de la Sierra de Prades, según la cámara de Petita Pepeta, seudónimo de la fotógrafa Pepi Orihuela.

 



[i] Río de Tarragona, que desemboca en el Mediterráneo.

 [ii] Se afana el Francolí en el congosto. / Divide el valle con la herida / del cauce mientras libera / cuevas como arquitectura suprema. / Llueve en la cima de la sierra; / sobre mojado en el río llueve. / El tiempo se desmenuza / en guijarros de paciencia. / La lluvia guarda la memoria del origen / y en la carne de la piedra entrega / la crudeza del corte mientras se aleja.

[iii] No hay soledad, sino inhóspitas incógnitas.

 [iv] A mis muertos, naturaleza amada.

LOS NÁUFRAGOS, Leonor Mauvecín

 



Con Los náufragos (El Mensú Ediciones, Villa María, 2021), libro de poemas finalista del Premio Literario Provincia de Córdoba, Género de Poesía 2020, que otorga la Subdirección de Letras y Bibliotecas de la Agencia Córdoba Cultura, Leonor Mauvecín se proyecta como una de las voces más personales y sólidas de la poesía argentina contemporánea.

Para Gilles Deleuze toda creación artística es inevitablemente fragmentaria dada la imposibilidad humana de concebir el todo; de abarcar la totalidad de la realidad. El poema Los náufragos parece no escapar a esta idea. Es frecuente que la mayoría de los poetas reúna en un libro tales fragmentos como piezas más o menos autónomas con sus correspondientes títulos. Leonor Mauvecín salva poéticamente este tipo de formulación e hilvana los distintos fragmentos que componen el libro, a su vez parcelado en tres partes significativamente rotuladas “El borde del abismo”, “Los trabajos y los días” y “La caverna”.

Siempre con un verso preciso de imágenes diáfanas, que abren un amplio horizonte semántico sin perder el hilo -el hilván- narrativo, Mauvecín avizora el naufragio y sitúa a los náufragos que somos en el ojo de la angustia existencial. Ya en el fragmento VI de un libro anterior -Postales de otoño- nos había reunido en la misma embarcación (Y éramos todos Stephen Dedalus, poetas rebeldes / y éramos todos Ulises en busca de Ítaca, / y éramos todos en la misma barca). Una misma barca de cambiantes formas destinada al naufragio en el abismo líquido junto a cuyo borde se asoman los ojos desorbitados / desde el fondo del agua de los ahogados, mientras los sobrevivientes -los náufragos- se alimentan de las frutas sobrantes y podridas del jardín ¿acaso el mismo jardín salvaje donde la sequía carece de rostro?

Pero la pregunta que la poeta se hace al borde del abismo es otra y su sola fonación mientras el mundo se desintegra lastima la garganta, araña la piel del inexorable exilio en el mundo: ¿Y Dios? Dios es una respuesta desoladora, como impotente parece ser su mirada y su silencio absoluto frente al dolor de los náufragos, esa realidad que es sólo un eco, como intuirá Platón, y los náufragos, un grupo de confusas sombras que “ocultan la realidad”, según escribió Emanuel Lévinas en La realidad y su sombra. Una realidad otra, una realidad oculta que el lenguaje vulgar no puede alcanzar, pero sí descubrir el lenguaje poético en sus más altos registros, como es el de Leonor Mauvecín. En este sentido, el lenguaje poético atraviesa lo ordinario y capta lo esencial de esa realidad para contar cómo las sombras invaden las ciudades desgarradas / expuestas, en jirones de amor y soledad. / Ciudades sujetas al diente del león hambriento / al murciélago con patas de araña / a las ratas que deambulan por laberintos siniestros […].

Y es en este punto, que la poeta entra de lleno junto a los náufragos, a los exiliados del mundo, y los sigue por los sombríos callejones. Su hilván es el hilo que Ariadna entregó a Teseo para que se adentrara en el laberinto, matara la bestia y saliera a la luminosidad del día. Pero Mauvecín sabe que los náufragos no olvidan, como olvidó el héroe que dio muerte al Minotauro a quien le ayudó a escapar. Los náufragos recuerdan la semilla y a ellos les llega, en ese momento crucial de su existencia, el cántico de los labradores que florecía al compás de la lluvia; tampoco olvidan que sus raíces estarán por siempre expuestas a la corrosión de la sal, a la dicha y desdicha del tiempo, que gobierna sus trabajos y sus días y, sin tregua, los arrastra como la corriente que imaginó Héráclito el Oscuro con forma de río, que es el mismo y es otro, como distinto es el rostro de cada uno “que se mira en los gastados espejos de la noche”, según reza el epígrafe del libro firmado por Borges. Y al final, en el colmo del naufragio, la poeta se dice Y entre tener y no tener, el desvelo. / Para qué -me digo- / si cuando la piedra caiga en el río Aqueronte / el oleaje de las sombras / me entregará al olvido.

ELLA TAMBIÉN ES TODAS ELLAS, Ricardo Di Mario

 


Con “Ella también es todas ellas”, (Edición Letras y Bibliotecas Córdoba, Córdoba, 2021) Premio Literario Provincia de Córdoba 2020, Género Poesía, Ricardo Di Mario continúa su recorrido por los senderos interiores del alma de seres apegados a la tierra y a un paisaje encarnado en sus gestos, aún en aquéllos más imperceptibles. Pero aquí, su poética se abre a las fantasías de la intimidad, atraviesa los espejos hasta encontrar los reflejos comunes que nos identifican con el otro, con los otros.

Ya en el primer poema Di Mario deja sentada su intencionalidad cuando cuenta que “ella era una mujer de carbón / en su memoria prístina ronda un olor a madera quemada / a humedad de la tierra…”. Esta entrañable identificación define el carácter de un ser singular y bello dador de vida y, por consiguiente, partícipe de todas las otras vidas que laten en el mundo. Un ser cuya entereza, cuya fortaleza, le permite enfrentar y superar cuantas adversidades le sobrevienen, sean desiertos de arena, dolorosas soledades con “punta de espinillo” o un barro que ensucia los recuerdos. Nada es impedimento porque el amor está allí, en el interior de una ría donde habita el “animal transparente” con el cual se consuma.

Y es de este modo, como Ricardo Di Mario edifica su escritura, sobre el dolor y el amor. Es así como su poesía se abre a la esperanza para escapar de ese tiempo de “elefantes muertos en la vereda” y atravesar “el espejo como un pan fresco del horno”. Desde este umbral, desde esta frontera especular, el poeta escribe y sus versos se disponen siguiendo la misteriosa mecánica del universo, como “piedras en el río que las ordena a su antojo [conformando] un fondo que nunca vemos”. Un fondo que, si bien no vemos, está en el sentido de la escritura y de la memoria, de los recuerdos que indefectiblemente se irán disipando, porque “el olvido es una tierra arrasada que se devora todo hasta lo necesario”, aunque en su momento las vivencias hayan sido esa conmoción constante, ese desafuero que nos abocaba a enterrar libros, folletos y carteles que anunciaban una ilusoria libertad. Y Di Mario aquí, parece detenerse, tomar aliento y, mientras lo hace, metaforiza el umbral, para alejarse y ofrecernos la visión de la frontera: “A un lado de la ventana una estatua perfecta de pájaro”, ¿acaso la muerte?, y del otro “alguien escribe”. Afuera, el vuelo del pájaro detenido ¿imagen del espíritu contemporáneo? y adentro alguien que escribe procurando recuperar “el aleteo ausente”, la voz desnuda escondida en el tiempo. Aquí, en el poema VIII, la alusión a Edgar Degas no es caprichosa. En sus cuadros, el pintor francés se sitúa y nos sitúa frente al ojo de la cerradura, frente a una rendija abierta por la imaginación, para que observemos la intimidad de los personajes, como el poeta lo hace de nuestra propia historia desde los tiempos más remotos, razón del poema siguiente:  “Una muy antigua untó con aceite de animal marino todo su / cuerpo y cruzó el canal casi desnuda / otra hija de la tierra soltó el cabello y caminó delante del / cortejo hasta el camposanto / negra ya no esclava encendió un puro lo mordió y humeó la / tienda del difunto…”.

La mujer, la tierra, la dadora de vida no cesa en su trajín y ella, que no es diosa ni la libertad guiando al pueblo, sino “continente / unas veces de agua y otras de tierra / enorme territorio que se abre a la luz”, para ser en el mundo, para “vivir al día sin mandatos de la memoria y del olvido” hasta que arda en los “fuegos de la tarde”, hasta el final del día, hasta el final de los días, hasta llegar al territorio de los “silencios que conmueven más que las palabras”.



domingo, 30 de abril de 2023

O LAS ESTACIONES, Antonio Tello

 Lectura de la poeta Sonia Rabinovich de la versión argentina de O las estaciones (Ediciones del Callejón, Los Hornillos, Cba., 2022).


Abrí la puerta de " O las estaciones y la naturaleza misma me recibió plena y frondosa , devastada y líquida. Pero... era la naturaleza? El poeta nada en sus ríos y se detiene en árboles y aves pero se sirve de ellos como imágenes que hablan de la vida , del amor y el desamor , de las distintas estaciones del ser .Este libro es una mamushka donde cada palabra es habitada por otra que la re-significa .
" Tello se me apareció cruzando a pie el río de la vida " dice tan bellamente en la contratapa Osvaldo Guevara y con tanta certeza .
Porque" no es el murmullo del agua lo que oímos a orillas del río ". El poeta dice que " el río es silencio que fluye".
Y no queda más que estremecerse ante la aparición de la poesía pura en el poema, de la mirada otra que revaloriza la palabra y entonces escribir se transforma en "escrivivir".
" El vuelo del ave y el gesto del adiós se asemejan/ ambos dibujan grafías de ausencia en el aire" Aquí se observa claramente la síntesis logradisima por Antonio Tello donde el mundo exterior y el interior se unen y solo un poeta como él lo puede expresar hasta dejarnos extasiados o bien en entasis ( asombrados y mudos hacia adentro)

miércoles, 25 de mayo de 2022

VOCES DEL FUEGO, Antonio Tello

 Reseña de Voces del fuego firmada por Silvia N. Barei y publicada en El Corredor Mediterráneo 1005, del 25 de mayo de 2022 (Cartografías, Río Cuarto, Ediciones la yunta, Buenos Aires, 2022)


Leí el año pasado El maestro asador de Antonio Tello y cuando llega a mis manos Voces del fuego asocio inmediatamente los dos libros, aunque después veré que son muy diferentes. Pero es el fuego el que vertebra ambos textos, el ritual de vencer a la muerte con el fulgor luminoso de una llama que hace resurgir a los personajes -hombres, animales, bosques, ríos- de sus cenizas.

El conjunto de relatos me atrapa inmediatamente no solo por la pulcritud de la escritura sino también por la situación bifronte de la productividad de la trama entre reflexión filosófica y ficción. Hay un campo de tensión promovido por diversas geografías y universos articulados como soporte de una poética cuyo espesor se teje sobre saberes históricos y literarios.

A veces parece ser el paisaje de un exiliado que vuelve para reencontrar- ¿tal vez cerrar? - la incertidumbre, la ambigüedad de extrañas historias reconstruidas desde una mirada extrañada, lúcida y no desprovista de aflicciones. Otras veces emergen, entre los pliegues de las subjetividades, formas del miedo, del amor, de la cobardía o la venganza. El régimen estético y su capacidad enunciativa articulan ensamblajes provisorios, historias truncas, personajes que luego reaparecen, constelaciones de datos iluminados a medias y que el narrador se abstiene de explicar.

De este modo, la reflexión sobre la palabra se liga de manera inseparable con la historia narrada:  fragmentos  de la historia de la humanidad (desde Asurbanipal a las cárceles de la dictadura)  con sus batallas, sus treguas, sus fulgores, sus pactos, sus traiciones, construyen escenarios en los que el escritor acerca en pequeñas dosis una visión de la realidad,  del mundo,  de la literatura  como operación cultural que revela, como nos enseñó Borges, la voluntad de transformar las formas de leer.

 “Dédalo y Kafka imaginaron el laberinto. También el destino de sus prisioneros, cuyas dispares naturalezas aluden a los días que vivieron. El Minotauro lleva consigo la poética del mito. Gregorio Samsa la prosa del insecto en un tiempo sin dioses”

 Cito este breve relato porque me parece que condensa la estrategia central de la escritura en este conjunto de relatos: la problematización del sentido perceptible en la misma complejidad de las referencias, dejando en un segundo plano la fascinación intelectual del razonamiento para adentrarse en un mundo de ficción que reinventa códigos desde la recreación y la transformación.

Un universo literario donde el “tiempo sin dioses” expresa la dolorosa condición de ser humano, lejos de todo posible arraigo y de toda posible comodidad, extranjero en su propia patria, condición de ajenidad como gesto sobrio de una precaria sabiduría.



martes, 17 de mayo de 2022

ROMANCE DE MELISENDA, Antonio Tello

 Reseña de Margarita Belandria publicada en El Corredor Mediterráneo 913, el 22 de julio de 2020 (In-Verso, Barcelona, 2017)





Como toda buena obra de arte,  Romance de Melisenda, de Antonio Tello, es una novela que realmente seduce; su primera lectura constituye una incitación al gozo de releerla, toda entera o no, pues incluso cualquier página abierta al azar dispensa un exquisito deleite a los sentidos e imprime una nota de belleza en el espíritu. 

Sobre un lienzo histórico del  medioevo carolingio, el autor registra con tonos vibrantes una fascinante historia de amor y su tragedia, inspirándose en el popular romance del mismo nombre que recoge en El Quijote don Miguel de Cervantes. Pero esto es solamente eso, un mero punto de partida, porque Tello es dueño de su imaginación y su albedrío y vierte su fuerza poética en el joven narrador Alifonso, hijo del asesinado rey Fruela I de Asturias . 

El hijo de un rey asesinado corre peligro. Alifonso se halla entonces protegido en un monasterio por los maestros Eterio y Beato, hasta que, aún no bien salido de la pubertad, sus mentores consideran que ya no habrá de estar seguro bajo su protección y lo mandan a Aquisgrán, capital del reino de los francos, al cuidado del maestro Angilberto de Céntula . “Él te enseñará —le dice Eterio— el arte de las palabras y la ciencia de los números y de las estrellas; él te enseñará a oír la música del universo y a sentir en tu alma la voz de Dios”. Sin embargo, ¿saben acaso sus mentores hacia qué oscuros abismos lo dirigen? 

Nueve meses después llega a Aquisgrán, acompañado de Ahmed, el músico sarraceno que cautivará a la princesa Melisenda, baquiano del camino, a quien conoció Alifonso en una encrucijada del camino, recién pasando el puerto de Roncesvalle y cuyos destinos quedarán unidos para siempre.

Ahmed es maestro de la princesa Melisenda y un grupo de músicos cristianos. Algunos allegados al rey Carlos (quien llegaría a ser Carlomagno) no ven con buenos ojos la presencia del laudista sarraceno enseñando música en la corte, y consideran su presencia como una afrenta a la cristiandad. Pero esto es apenas un síntoma de la vasta telaraña de intrigas y tensiones bélicas entre musulmanes y cristianos por el dominio cultural del territorio europeo.

Melisenda —hija del rey Carlos con alguna de sus amantes— es bella, apasionada e impetuosa; sabe valerse de la espada con la destreza de un buen espadachín, como lo habría de demostrar con fiereza el día en que el rey, para aplacar los ánimos aquitanos que agitaban a su reino, dispuso su matrimonio con Guillermo (príncipe de Aquitania), y de cuyo estallido de furia sólo Ahmed la supo calmar. Este casamiento no es más que una componenda de la que Alifonso, Melisenda y Ahmed serán sus víctimas… “Un juego de poder del que no saldríamos indemnes”, dice el joven príncipe poeta y narrador Alifonso; palabras que resumen los trágicos acontecimientos.

En este Romance, de regia factura poética, Antonio Tello se muestra bastante menos desafiante que, por ejemplo, en De cómo llegó la nieve, que me parece  aún más críptico y un perfecto desafío a la imaginación del lector, sin que por ello deje de ser una lectura inmensamente gratificante por lo bellamente escrito.  


sábado, 1 de mayo de 2021

EN LA NOCHE YERMA, Antonio Tello

Reseña de Leandro Calle publicada en El Corredor Mediterráneo, suplemento cultural del Diario Puntal, de Río Cuarto, del 10 de julio de 2019. (Vaso Roto, Madrid, 2019)


Antonio Tello (Villa Dolores 1945) posee una vasta obra literaria que abarca casi todos los géneros. Ha escrito poesía, literatura infantil, novelas, cuentos y se ha destacado también por su gestión cultural y periodística. La editorial “Vaso Roto” acaba de publicar “En la noche yerma” último libro de poesía del escritor cordobés. Se trata de treinta cantos inspirados de algún modo en “La tierra baldía” de Eliot pero que conforme uno va adentrándose en los cantos, encuentra reminiscencias de diversos clásicos universales. El clima de todo el libro es apocalíptico. Me refiero al apocalipsis como género literario. No es la primera vez que Antonio Tello aborda su literatura a partir de este género. Y antes que género me gustaría decir “clima” o “atmósfera” porque lo que Tello crea es una verdadera atmósfera donde el lector necesita aprender a respirar de nuevo. No es una novela más o un libro de poemas más de corte apocalíptico. No. Lo que Tello logra en este libro y en otros como la novela “Más allá de los días” (tercer volumen de su trilogía “La balada del desterrado”) es crear una atmósfera personal de escritura donde el argumento, es decir el contenido, el qué, no tiene tanta importancia. Como el mismo autor lo dice a menudo: “no escribo novelas con argumento”. Ahora bien, cuando no hay principal atención sobre el argumento, la tarea se vuelve más ardua. Lo que logra Tello tanto en su poesía y notablemente en su novelística es un efecto hipnótico a través de la forma, del cómo se dice, del tono. Asistimos a una época plagada de efectos apocalípticos que derivan de la industria cinematográfica, los juegos de internet, las historias…las ya agotadas historias de zombies. Dichas historias no logran siempre un clima original, porque se toman los climas ya dados como un molde donde lo que se inventa es un relato más o menos atrapante. Tello hace exactamente al revés. No importa tanto la historia que se cuente sino el cómo, el cómo se la cuenta y el cómo se escribe. “En la noche yerma” nos encontramos con una poesía ardua y un verso duro. No es un libro de lectura fácil. Lo apocalíptico no está arraigado en lo simbólico. Recordemos que para Ugo Vanni uno de los especialistas desde el punto de vista teológico y literario: “El simbolismo ocupa, en la interpretación del Apocalipsis, un puesto central. Todos los comentadores antiguos y modernos están de acuerdo sobre esto, lo cual es, por lo demás, un hecho que se impone a primera vista en una primera lectura: para comprender el Apocalipsis hace falta interpretar sus símbolos”. No quiero decir con esto que no haya símbolos, sino que la escritura poética de Tello tiene que ver más con el tono y con una intención de lectura del presente o de la realidad. Para comprender esa realidad o mejor dicho “esta” realidad histórica, Tello estira un extremo del péndulo y lo lleva a sus últimas consecuencias. Esa situación apocalíptica, de fin de mundo, de terminación o conclusión más que dejarnos en el futuro pretende hacernos reflexionar sobre el presente. En este sentido, el género apocalíptico, el tono de ese género, habla sobre nuestra realidad hoy. Así como encontramos el “irse” al futuro para hablar del presente, el pasado tiene también una porción de importancia en todo el libro y en toda la obra de Antonio Tello. Su propia historia de exiliado en España a partir de las amenazas de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y luego de la dictadura militar, hicieron de Antonio Tello, un escritor del destierro. Y esta es la palabra que mejor lo define: Tello es un escritor desterrado. En este sentido su obra se emparenta con el pueblo de Israel, siempre buscando esa tierra prometida; pero como Tello no busca argumentos, tampoco encontrará el lugar porque el lugar es el camino. La tierra prometida es el andar. La forma es más importante que la materia y el cómo más interesante que el qué. De alguna manera el qué ya lo tiene, es él “saliendoescapando” de Río cuarto hacia su propia voz. Al desterrado no le queda otra manera de arraigarse que no sea en lo que escribe. “El desterrado no olvida su casa” dice Tello en el Canto XXXI, pero su casa es la palabra. En los hondos poemas de “En la noche yerma” aparecen también algunas constantes de la literatura del escritor riocuartense: el perro y el mar. El mar que es como un anhelo de divinidad o una analogía de la trascendencia. El perro que se vuelve más humano que el humano incluso en su ferocidad y furia. El poeta es testigo del desastre:

 

“la turbamulta invadirá las calles arderán

las ciudades  caerán las catedrales y entre las

cruces alzadas deambularán los templos vivos

buscando a sus dioses entre los escombros

tarde sabrán que en el vientre de los ídolos

se gesta la violencia que nutre los estambres”

 

(Canto XXIX)

 

Idolatría y polinización de la violencia. Dos claves para la comprensión de este gran libro. Al poeta le es dado asistir al desastre, y cantarlo.

lunes, 15 de julio de 2019

EN LA NOCHE YERMA, Antonio Tello

Lectura y reseña del poeta venezolano Alberto Hernández sobre "En la noche yerma" (Vaso Roto, Madrid, 2019).


Crónicas del Olvido
“EN LA NOCHE YERMA”, DE ANTONIO TELLO
**Alberto Hernández**
1.-
Bajo la influencia de Eliot y Paz, Antonio Tello recorre las sombras. Con “Tierra baldía” y “Piedra de Sol”, al amparo de sus líneas, construye este libro, “En la noche yerma” (Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2019) donde, precisamente, una voz relata el temor de perder las palabras, de ser asaltado por bestias oscuras, por el miedo que la niebla suele imponer en el espíritu humano.
Poesía de sombras. Poesía en la que el alma se deposita cerca de la luz para tratar de borrar el inmediatismo de tantos intentos por huir del miedo a la noche, a las tinieblas, a la desaparición. Poesía gótica, timbrada por el ritmo de la nocturnidad, fantasmal, ubicua en la medida en que los pasos del que anda se extravían entre tantos susurros.
Antonio Tello escribe una destrucción. Escribe desde el lenguaje que podría desaparecer. Escribe desde el vacío que podría borrar lo que ha escrito. Suerte de Armagedón, este libro del poeta argentino destaca su carácter oscuro, nocturnal desde una “tierra baldía”, muerta en la perspectiva del ojo que busca en la luz la piedra que podría dejar alguna huella salvable. No se trata de una poesía pesimista: es una poesía en la que la oscuridad podría favorecer a la luz y hacerla posible. Al contrario de lo afirmado por la crítica, este libro de Tello es un artefacto de construcción desde la oscuridad, desde las sombras. Escribir sobre este tema, vivir en este tema, no es más que una manera de salir de ella. El mundo se destruye, el mundo recobra la memoria apocalíptica para volver a ser tiempo, voz recobrada.
2.-
La noche anticipa el día. No es un lugar común: la poética de estas páginas flota sobre la pérdida de la fe, pero alterando algunos elementos que podrían revelar la posibilidad de que desde la noche, desde la niebla, es posible avizorar la luz, la otra luz, porque la noche es una luz en sí misma. La sombra contiene luz. Y la luz es la madre de la sombra. Sin la noche es imposible el día. Sin la muerte es imposible la vida.
El tiempo ha sido sometido por la noche. Su porvenir difiere del pasado. La sombra perdura en sus horas y se desgasta en el poema. Una salivación verbal la menciona y la instaura en los versos.
En el canto III, Antonio Tello reza:
“quizás hoy ha comenzado ese día futuro
y en el estéril paisaje del tiempo por venir
bebe el ganado de la corriente que pasa
ante el cristal de sus ojos el aire simula
su tranco inerte sobre las sombras del agua
buitres buitres se abaten sobre la carne yerta
ángeles y gusanos se alimentan del misterio
en campo abierto los deudos de la desdicha
abonan la tierra con los huesos de sus muertos”.
Un silabeo fúnebre. La tierra de Eliot y la noche de Tello se imbrican. Yerta la noche, yerma la tierra. Mientras el sol se cimbra sobre las piedras de Paz. Pero la sombra reina más allá de cualquier ilusión.
Este libro de Antonio Tello me permite volver a dos títulos del poeta venezolano Francisco Pérez Perdomo: “La casa de la noche” y “Círculos de sombras”, donde nuestro autor recorre el mundo espectral de la oscuridad, entre voces y susurros que alternan con referentes que la luz descubre al amparo de diversos ecos en los que la soledad impera.
Seres nocturnos cruzan calles y avenidas. Sombras alargadas. El poema como descubrimiento de lo que suele pasar durante el desarrollo del misterio.
Otro ejemplo de Tello para cerrar:
“la turbamulta invadirá las calles arderán/ las ciudades caerán las catedrales y entre las/ cruces alzadas deambularán los templos vivos/ buscando a sus dioses entre los escombros/ tarde sabrán que en el vientre de los ídolos/ se gesta la violencia que nutre los estambres”.

domingo, 12 de mayo de 2019

EN LA NOCHE YERMA, Antonio Tello

En la noche yerma (Editorial Vaso Roto, Madrid, 2019) es un poema de treinta cantos que relata el dramático derrumbe de la civilización y su lenguaje, entre cuyas visiones, el poeta y narrador Mario Satz cree ver incluso la destrucción de Notre Dâme.


Tras una primera y emocionada lectura de  En la noche yerma, me vienen dos imágenes: el poema, sus cantos, son una larga y ancha radiografía-en blanco y negro- de nuestra época infernal, lo que lleva a la segunda, la abundancia de perros, recurrente y dolorosa, para hablar de la rabia del poeta-profeta y también de esas jaurías de perros en el campo argentino que, hacia fines del XIX más tarde, vivían de la carroña de las vacas y toros muertos a lo largo y ancho del país. Es, en suma, un poema lleno de dolor y de rabia. Un relámpago zigzageante en el que se cruzan los profetas bíblicos y  Apollinaire y los beatniks, sobre todo el Aullido de Allen Guinsberg. Me refiero al tono, a la melodía apocalíptica. Pero también es bien Tello, solemne, una profunda endecha sobre la finitud y la falsedad de las estructuras sociales frente a la vida individual, que es la que siempre defiende el desterrado. 
Es un poema para leer más de un vez, pudiendo hacerse de atrás para adelante y de adelante para atrás. Algunos cantos son mejores que otros,  y lo más impresionante es la profecía sobre la destrucción de la catedral de Notre Dâme. Siempre sucede eso con los poemas largos. Ya imagino su sufrimiento y dolor en la composición. Tiene momentos sinfónicos. Durante su lectura pensé todo el tiempo en la Metamorfosis de Richard Strauss, escrito tras la guerra mundial. Grave y por momentos lastimero, pero no es para menos. Las referencias literarias a las que apela no se comen la libertad del poema. Después del Apocalipsis hay que volver al Génesis. La Biblia es un libro circular y autorreferente.  Hay dos Génesis, pero un solo Apocalipsis. Y en ese sentido este libro es irrepetible. Admirable que el lirismo florezca en medio del desastre.
A partir del canto XVII el poema se aclara a fuerza de sabias reiteraciones, aflora el desterrado como  un auténtico vigía en una torre de hierro, oteando el paso de las tormentas humanas, los desaciertos y los dolores. Pensé en Isaías, en Ezequiel, en los grandes profetas bíblicos, de quien en este libro tienes muchos ecos. La pregunta sobre dónde está el mar es crucial: para los kabalistas mar o yam, y si se lee al revés, es mi, quién, por lo tanto uno de los nombres de Dios. Al poeta, y con él a todos, le han robado la dicha de una oleaje manso y fecundante. Es interesante como a partir de la mitad del libro el pulso se acelera, y hasta diría que mejora la densidad diagnóstica de la primera parte. A propósito: la mención de los cazadores me hizo pensar que en uno de los últimos libros de Quignard donde éste habla de la depredación, de la caza como el origen de la cultura y también de la guerra. La primera escritura que los hombres leyeron fueron las huellas de los animales en la nieve. En fin, que es una proeza salir más o menos sano de tamaño apocalipsis poético. 

martes, 2 de enero de 2018

ARRUGAS DE SILENCIO, Mercedes Ridocci

La poeta española Mercedes Ridocci antes que en la escritura halló la expresión poética en su propio cuerpo y fue desarrollándola primero en el teatro y más tarde en técnicas de expresión corporal y danza creativa. Este dato no es baladí en la medida que nos permite comprender ese latido orgánico de su poesía y de modo muy particular en este poemario, Arrugas de silencio (Playa de Akaba, Barcelona, 2017), bellamente editado por la editorial barcelonesa que dirige la también poeta Noemí Trujillo.

Estructurado en tres partes – Estelas de deseo, Cenizas de pasión y En el lomo de la muerte- Ridocci propone una secuencia de poemas que metaforizan el devenir vital del cuerpo a través del tiempo, la existencia orgánica de la vida humana sacudida por el deseo, el erotismo, la pasión, y también por la pulsión de la muerte que contradice la eternidad -vana pretensión de la juventud- hasta que la madurez hace patente la finitud. De aquí que Mercedes Ridocci trace desde el epígrafe (“A la vida y a la muerte”) esa línea vital, esas silenciosas arrugas que definirán al final el paso perecedero del individuo por el mundo. Un paso que siempre es desgarro (“Me aferré sin miedo / a las ramas desnudas de tu tronco / a la corteza fría de tu invierno”.). Esas estelas de deseo que define como “viñedos de uva roja” o como “un antojo del sueño”, en el que ambos, viñedo y sueño”, se consumen en el cuerpo, “puerto solitario, / oculto en la sombra de la noche”, en el desesperado, acaso imposible, intento de entender esa lengua que habita en el paladar.

Y así hasta que el fuego de la pasión se consume y sus cenizas se convierten en “piel de la ausencia [que] cubre mi cuerpo / de arrugas de silencio” desnudando el cuerpo y la voz que lloran el destierro de los sentidos y su condición de alma o conciencia vacía, ajena ya al temblor de la naturaleza, ese “volcán apagado” que antes concernía al cuerpo. Así, hasta que llega ese momento en que la poeta pide a la “mujer de fuego albo / vístete con la piel del viento / que enardece tu llama blanca  / sigue el canto de tu cauce / planea sobre el leve suspiro del atardecer / alcanza el último horizonte / donde la  muere poniente / y alborea la muerte”.