martes, 27 de diciembre de 2016

POEMAS EN LA LENGUA DEL SONÁMBULO, Hugo Fco. Rivella

Poemas en la lengua del sonámbulo (eLBc, Córdoba, 2016), de Hugo Francisco Rivella, es un libro cuya sólida morfología poética probablemente facilitó la decisión del jurado -los poetas cordobeses Susana Cabuchi, Francisco Colombo y Hernán Jaeggi- la concesión del Premio Literario Provincia de Córdoba 2015 al poeta salteño.


Hugo Francisco Rivella es un poeta proteico. Quien haya leído algunos libros de su vasta obra, entre ellos Yo, el toro, Ojo astillado, La hora del relámpago y Cuadernos del dolido, Putas (La cacería del ángel), Espinas en los ojos & siete poemas de barro, etc., constatará esta apreciación sobre las variaciones de su estilo poético, el cual no modifica la hondura de su mirada. En este sentido, esta naturaleza proteica actúa como maleable recurso para adentrarse en el conocimiento de la condición humana y el entorno social de los individuos, entre los cuales opta por identificarse, de acuerdo con sus convicciones políticas, con los que considera desfavorecidos.
Poemas en la lengua del sonámbulo -de cuya magnífica edición estuvieron a cargo los poetas Leandro Calle, César Vargas y Eduardo Gasquet, y el diseñador Juan Pablo Cano- es un poema que se abre al alma de quien lo lee o escucha su voz silenciosa en su interior, como una oración merced a una rítmica común a los cánticos rituales en el que la poesía se revela como una fuerza poderosa que arrastra al poeta [Un animal feroz ante la noche / hociqueando mi dentro  (...) que viene de mil formas con sus garras,,,] para mostrarle el mundo y sus individuos, con sus nombres y apellidos y sus vidas. 
Es aquí -en la vida- donde Rivella encuentra la fuente de sus metáforas, de sus imágenes para [recostó la cabeza al lado de la luna, / y en la boca del horno se volvió una lámpara que alumbra todavía, dice aludiendo al suicidio de Silvia Plath] construir el poema como reflejo platónico de la realidad del mundo. Pasó el mundo ante mí, repite el poeta al inicio o al final de cada poema con ligeras variaciones que suenan como latidos de una letanía mayor al modo de un himno sagrado. No puedo dejar de evocar en este punto las maravillosas I see a darkness y You want it darker cantadas por Johnny Cash y Leonard Cohen, con estos versos a modo de estribillo. Hugo Francisco Rivella también ve la ocuridad, pero sus poesía es luminosa [Kuwabata despierta en medio de la noche tan sólo por ver dormir a una muchacha o Pasó Gu Cheng, iba frotando un trozo de madera para transformarlo en bronce, / luego en vidrio, luego en luz. / Eso era la Poesía dijo.].
Y llegados a este punto quien escucha dentro de sí la música-voz del poeta se pregunta ¿y el sonámbulo? ¿soy acaso ese que camina dormido por las calles del mundo, esa parte del cuerpo que ve apenas los espejismos, los reflejos del espejo que me reflejan? Sí. Pero debo saltar el precipicio por el resto de cuerpo que me queda [...] Una mano que me salve antes que pase el mundo en mis harapos. Es desde esta concepción del mundo y su realidad, que ¿cuestiona? el ser y el estar de dios [Pasó el mundo ante mí, iba dios en sus fauces, /o en las fauces de dios iba el mundo a los golpes (...) iba hinchado en el trópico como una frutabomba (...) en las garras del águila que destripa inocentes].
Tal vez La grieta en el espejo es el mejor fragmento del poema que es todo el libro, pero si así no fuese sí constituye una pieza clave para comprender en su totalidad la palabra de Rivella y los fundamentos de su poética luminosa y esperanzadora a pesar de todo [En el espejo estalla la catedral desierta / el arabesco de una oración sin ecos, /las paredes barrocas con el oro / y la plata que correa hasta la sombra de dios cuando padece], pues si el mundo es ese espejo de caras bifrontes, también es la noche con la luz del futuro o en El jardín de las delicias, poniendo énfasis en la naturaleza perecedera de todo lo que acontece como realidad el hombre es terca luz renaciendo.

lunes, 17 de octubre de 2016

LA ÚNICA HORA, Alberto Hernández

La única hora (Ediciones Estival & Asociados, Venezuela, 2016), de Alberto Hernández es una novela que cuestiona desde la escritura tanto la naturaleza como el sentido de la existencia en tanto realidad y ficción parecen estar sujetas al arbitrio de un creador omnímodo y omniciente, en un mundo dominado por la violencia y la incomunicación.
















Con un notable dominio de las herramientas narrativas, el escritor venezolano Alberto Hernández obra un relato en el que los personajes y sus peripecias cobran vida a través de la voz de Ignacio, el protagonista, conscientes de la naturaleza ficcional de sus realidades y, desde este saberse, cuestionan la conducta caprichosa y autoritaria del autor, quien, a su vez no puede escapar al sueño o pesadilla de sus criaturas.

Es así cómo la memoria es sustento y destino marcado de sus vidas, y la evocación de cada individuo humano el medio para traer al presente las almas de quienes han desaparecido o muerto según el inescrutable arbitrio del creador, quien tiene como poderoso recurso la acción corruptora del tiempo. Este es un punto clave en La única hora, pues los personajes no parecen estar prisioneros en un lugar y gozan de libertad espacial -de hecho Ignacio e Ingrid, ahogados por la realidad opresiva de Venezuela marchan a Londres para realizarse en el amor- y van de un lugar a otro, pero no pueden evitar la trampa del tiempo y se aferran al recuerdo o al deseo del recuerdo.

Esta concepción de la realidad explica que una postal, a partir de la cual el protagonista recuerda y revive los momentos más felices, sea al mismo tiempo la piedra Rosetta para el lector, quien no puede evitar sentirse aludido en esa representación existencial. Una representación que es también reflejo y sustrato de lo que llamamos Historia en tanto esta es memoria narrada y que por tal circunstancia descubre al individuo humano en el mundo incapaz de comunicarse para ser uno y los demás. Un individuo separado de los otros por hablas fragmentarias o bajo los efectos de la xenoglosia, tal como le sucede a Ingrid, la cual en determinadas situaciones habla lenguas desconocidas, a veces sin saber qué está diciendo.

Resulta así que La única hora va mucho más allá de ser una metáfora sobre la endeble frontera entre realidad y ficción y centra el origen de la violencia, la incomprensión y la angustia existencial que extranjerizan al ser humano en el mundo en la ignorancia del origen y la ocultación de éste que fraguan los sistemas de poder.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

LOS DÍAS DEL DESASTRE, Nicolás Ghigonetto

Los días del desastre (Cartografías, Río Cuarto, 2016), de Nicolás Ghigonetto es un libro que permite cifrar alentadoras expectativas para la joven poesía del interior, que parece, por éste y otros ejemplos, decidida a dejar atrás el costumbrismo urbano que se impuso como canon poético argentino.


Los días del desastre funda su concepción y escritura en el respeto y conocimiento de la tradición literaria, la cual se manifiesta a través de un comedido uso de los recursos retóricos y una especial sensibilidad léxica y lingüística, que bien definen una poesía esencialista.
Los días del desastre es un libro de un poeta genuino y riguroso en la escritura y en el pensamiento que empieza a definir no sólo una poética personal sino, y esto es lo realmente valioso de Nicolás Ghigonetto como poeta, un universo propio y una voz tan personal como potente que prefigura muy altos registros.
Pero más allá de esta connotación de sus recursos constitutivos, la poesía de Nicolás Gighonetto es una reflexión sobre ese caos existencial que, como un mar oscuro en la playa, progresa sobre la realidad cotidiana ocasionando el desconcierto y dando pábulo a los días del desastre que vacían de sentido los actos de la vida humana.
El desastre se comporta como un alien ateo / que se infiltra / en el supermercado / a perseguir a las víctimas / perdidas entre las góndolas […] Es así cómo el individuo de principios del siglo XXI no encuentra asidero en una realidad autista e inestable. Esa realidad que oculta tras la ficción el estado agónico de la civilización tecnocrática que sustituyó la libertad del hombre por la libertad del mercado. Se suspende por lluvia / y empiezo a escribir el poema...dice Ghigonetto y más adelante continúa y las ganas del poema / se mojan con la llovizna / húmeda / de la transmisión codificada… describiendo desde la escritura poética la intrusión de la virtualidad en el orden natural de los sucesos y así desnortando la brújula de los sentidos. Y más. Haciendo de la poesía un idioma a medias / un circo romano / una libertad condicionada / por el máximo proyecto y los planes / de hacer coincidir la mirada del asesino / con la de la víctima / en un mismo verso.
Lo que hay que celebrar de este primer libro es la madurez de la mirada que permite a Nicolás Ghigonetto eludir con rigor y elegancia esa poesía prosaica y enumerativa, desprovista de musicalidad que ha prohijado el capitalismo neoliberal aunque sus autores crean que es una reacción contra él. Ghigonetto demuestra a los mismos poetas de su generación y a la mayoría de sus antecesores entregados al dialogismo costumbrista que han hecho del poema un mero inventario de metáforas pobres, que a la poesía hay que buscarla no en la superficie de la realidad sino en las napas más profundas de la condición humana. La seriedad y la sensibilidad poéticas de Ghigonetto contribuyen a devolver a la poesía la fuerza y el significado que parecían haber caído bajo el influjo mortal de la Gorgona.

domingo, 7 de agosto de 2016

LECCIONES DE TIEMPO, Antonio Tello

Lecciones de tiempo.
Dibujo de portada de Erica Selinger
Lecciones de tiempo, de Antonio Tello (Libros del Innombrable, Zaragoza, España, 2015) según la lectura del poeta y crítico venezolano Alberto Hernández, para su columna "Crónicas del olvido".


1.-

En el silencio está el origen. No en el verbo, que fue el apuntador, el que simuló la presencia del silencio. De esta manera, la poesía es la fundadora del origen. Es la creadora de todas las cosas. El silencio de la poesía. Mientras más silencio haya en la palabra, más poesía contiene el poema. Y éste, el poema, es el continente de los primeros balbuceos.

En el principio fue el verbo, sí, pero antes estuvo el silencio en todos lados, entre los astros, en el barro inicial, en el parpadeo primario, en el pecado original. En la primera ofrenda. En la primera huella, en el primer coito. En el eco que ocultó un terremoto. En la pisada profunda de una bestia. Allí estaba el silencio. 

Las bocas aún no habían pronunciado la piedra, el agua, el fuego, la tierra. Y el dedo de Dios era la placidez del cielo. O la tormenta viva sobre un árbol mudo cubierto de animales.
En esta premura por crear el mundo, porque el silencio rompiera la envoltura de quienes viajaban con el clima en las ancas de bestias y relámpagos, la poesía se hizo fuego en la mirada del primer hombre, del primer sujeto que un día decidió bajar de un árbol ayudado por la voz inmanente de quien se lo ordenaba desde el arriba de la voz, de una voz que se convirtió en nombres, en sustantivos, en adjetivos, en la sintaxis de todas las cosas.

Y el silencio habló. Nombró, construyó oraciones. Se hizo fealdad y belleza. Engendró y mató. Alabó y calumnió. Extrajo y enterró. Respiró y se ahogó. Se hizo vibración, conmoción, relincho, aullido, berrido, voz, sílabas, palabras. Invento desde adentro y desde afuera. Escritura en el barro y en la sombra. Fue el poema, maltrecho, torpe, arisco.
Pero la poesía estaba allí. Siempre estuvo allí. Nido y pájaro. Pedrada y caricia. Creación y evolución. Dios y ciencia. Pálpito y podredumbre.
Desde esta perspectiva, desde este amago, Antonio Tello escribe “Lecciones de Tiempo” (Editorial Libros del innombrable / Colección Biblioteca Golpe de Dados, Zaragoza, España, 2015).

Alberto Hernández, autor de la reseña
sobre "Lecciones de tiempo"
2.-

El pensamiento poético enarbola su presencia en la medida en que presuma el origen. Lo invente o lo imagine. Una voz remota, raíz de todas las cosas se asienta en la penumbra: metafísica, razonamiento del tiempo, lección de las horas que harán posible este verso:

“aunque seamos designios del silencio”,
Y en este sentido el nacer, retornar al origen en plural: “volvemos al olvido/ al tiempo quieto del verbo…”
Cada texto que reposa en estas páginas tiene la marca de una preocupación por lo que no se sabe, por la oscuridad, pero también por la luz que hizo posible la silueta de las cosas, y así el nombre que por vez primera salió de boca animal alguno. Porque quien habló fue el animal, el que abrió los ojos y supo de su presencia y de las piedras, de las escritura de las hojas de los árboles, del sonido permanente de los ríos, de las mareas constantes. Y ese animal no tenía “ni señal ni camino”, sólo lugar para estar, para tocar la superficie de los objetos, saborearlos, oírlos, masticarlos y luego hablarlos.
Hasta que se descubrió él mismo en el agua, en la ondulación de un pozo: “El rostro que ves en este lado del espejo / es luz”.

La palabra se estacionó en la mirada. En el recuerdo. No obstante, el “morir de la memoria” hizo posible el andamiaje de la anécdota. La palabra sirvió para construir los detalles de los eventos bajo el cielo. El teorema del instante. El ser en poco tiempo. El ser y su nada.

3.-

La angustia ontológica de ese instante en este texto que Antonio Tello establece como un resumen: “apenas un parpadeo / y estás de nuevo / en el punto de partida / mas ya no eres el mismo”. Dejar de ser, cambiar, o ser realmente lo que el tiempo define: ser parte de un abismo, de una caída ya predestinada en el origen. Ese instante, ese parpadeo, descubre al Otro, al doble, los rostros en el espejo hechos Uno. 

Por eso el permanente deseo del “escape a la traición de origen” y confirmar que también es dolor, punzada, carne débil, destinada a desgastarse, a descomponerse con los elementos. Y luego, de nuevo, el silencio. Una vuelta al principio. Tello despliega esa reflexión con estas palabras: “..es la eternidad/ el monstruo que te ahoga”. Y “más allá de las sombras” (…) “fantasía que larva la noche”.

Los contrarios como fórmula del origen. Los antónimos sombra y luz, agua y tierra, sonido y silencio. El poema y su pensamiento, la ontología de la caída: “el silencio es tiempo sin nombre/ esencia del abismo que atrae/ y connota los sonidos del mundo”. Aquí, en este lugar, en este parpadeo, el autor argentino resume todo el libro.

Podría parecer paradójico afirmarlo, pero “Lecciones de Tiempo” es un poemario que no tiene tiempo: es angustia innombrable. Un asunto del yo disgregado, cósmico, extraviado, buscado entre los contrarios, en el mismo lenguaje, en los verbos olvidados, en un árbol simbólico, en el otoño como persecución de las “voces muertas”, de las “lenguas muertas”, ocultas en una “gruta de espejos”. Queda en nuestro eco interior esta frase: “el polvo del ocaso”. Y un poco más hacia el final:

                                “mienten los libros sagrados.
                                 La piedra, el árbol y el aire
                                 son anteriores a los dioses”.


El origen, siempre lo remoto y la poesía, fundadora del tiempo cuyas lecciones han creado el yo, la voz que dice y desdice, la voz que se contraría, la voz que nace y muere, la voz que vuelve del abismo, de las mareas y del barro del poema como construcción. A.H.