sábado, 28 de enero de 2012

DIMENSIÓN DE LA FRONTERA, Álex Chico

Álex Chico [Foto: Ernesto Escobar]











Dimensión de la frontera (Isla de Siltolá, 2011), de Álex Chico, es una obra de sorprendente madurez poética no obstante la juventud del autor. Desde su mismo título, el poeta plantea un desafío conceptual que, a medida que se suceden los poemas, va asumiendo con encomiable entereza para dejar en el imaginario del lector la topografía de un territorio y de una realidad que trastocan las leyes del tiempo y del espacio en donde discurre la vida.

Un antiguo cuento jasídico narra la historia de un viejo que cierta noche se levantó de su cama y salió a la calle gritando «¡Tengo la respuesta, tengo la respuesta ¿quién tiene la pregunta?!». Álex Chico en Dimensión de la frontera  parece recordar a ese anciano judío al dimensionar un espacio atravesado por el tiempo que al parecer no es posible poner límites porque representa el límite mismo. Sin embargo, esa tierra de nadie que es la frontera no es un no lugar, sino un lugar mitificado por el relato [del relato como expresión de la historia] y al mismo tiempo un lugar que se corresponde a la experiencia vital del poeta [Extremadura, antigua frontera de los reinos cristianos y musulmantes, La Verneda, barrio suburbial de Barcelona]. Ambos ambos lugares, el mítico y el geográfico,  forman una unidad, cuyo anverso establece el vínculo con el imaginario colectivo y el reverso la relación de la biografía personal del poeta con el acontecer general.
En el contexto de esta dimensionalidad no objetiva de la realidad, pero sí sensible, como hubiese dicho Platón, Álex Chico constata que no es el individuo quien se mueve sino los lugares y los objetos los que establecen la distancia como parte de una mecánica que no se corresponde a la del hombre alienado por sus circunstancias. «Las habitaciones se alejan para siempre / del contorno de un paisaje perdido. / Sólo la memoria recupera su estado de sitio.»  Y en ese espacio vacío que contiene y es contenido por el silencio llega el individuo no para morir «sino a permanecer», porque es esa permanencia que lo sitúa en el mundo donde reconoce la soledad y  el desamparo existenciales, esos estados que lo extrañan también de ese otro lugar fronterizo entre el sonido y el silencio que es la lengua, la cual representa para el poeta el cordón umbilical que lo une a la tierra que oculta la «imagen que encierra mi nombre», e imposibilita el diálogo con los otros. La comunicación que evitaría su hondo aislamiento y permitiría a su yo reconocerse en el yo de sus semejantes que también habitan la frontera. 
Con un lenguaje que su precisión también hace fronterizo, Álex Chico construye una metáfora de la realidad que desdeña toda equivalencia y se autodestruye como figura retórica para fundarse en la realidad misma de esa frontera dimensionada. De esa franja espacio-temporal que trastoca las leyes del fluir hacia el futuro, porque éste, en su constante mutabilidad, no es lo porvernir sino el volver la mirada hacia la ruina que perdura gracias a los restos de una memoria apenas sostenida por las palabras que «nos dirán cómo alzar nuevamente esta ruina». Es en este punto donde el lector descubre la razón de la inmovilidad [«el final del recorrido se sospecha inmóvil»], del sentido que se neutraliza [«hay un sonido mudo», «la luz deslumbrante de una sombra»] y comprende que tal razón es el desesperado intento del poeta de saber cuál es su ubicación en el mundo; el arduo esfuerzo por aferrarse a la escritura para fijar esa memoria en fuga que se disuelve inexorablemente, incluso a la lectura para descubrir alguna de las muchas paradojas y de poder «decir también del mundo». La lectura deviene refugio, compañía, resistencia ante el tiempo que resta los días y el espacio que resta las cosas.
Pero en este soberbio viaje al corazón del silencio y de la soledad, el poeta sabrá al final que el destino no es otra cosa que el verse a sí mismo, inocente y vulnerable a las leyes de la circularidad pitagórica; observarse y observar ese yo, como el futuro, en permanente fuga que le harán exclamar con hondo dolor «qué quedará de mí / en este lugar, / cuando apenas se sujeten / los últimos bancos del parque», cuando ya no queden libros por leer. Al final del viaje por los extremos lindes de la frontera, ese altiplano donde ha nacido y habita [La Verneda, 1980], el poeta, que reconocerá en su destino el destino del apátrida, sabrá que, al cabo, su experiencia habrá consistido en haber escrito «para morir con dignidad».
Con Dimensión de la frontera, magníficamente editado por Isla de Siltolá, se consagra como poeta riguroso de una generación, a la que también pertenecen jóvenes como Joan de la Vega, Juan Vico, José María Banús, Marta Agudo, entre otros, que promete darle a la poesía española una nueva fundamentación.

sábado, 21 de enero de 2012

EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL, Herbert Marcuse

Herbert Marcuse rodeado de estudiantes















Herbert Marcuse es uno de los filósofos más representativos de la llamada Escuela de Frankfurt, que, tras la Segunda Guerra Mundial, renovó y revitalizó el pensamiento marxista en consonancia con el desarrollo alcanzado por la sociedad industrial y su correlato, la sociedad de consumo. El hombre unidimensional (Ariel, 1981, 2010, trad. Antonio Elorza) es un ensayo cuya [re] lectura es imprescindible para comprender la realidad de principios del siglo XXI.

Antonio Elorza, en el inteligente prólogo de la edición en castellano, afirma que Herbert Marcuse era a principios de los años setenta «el inspirador de los estudiantes encolerizados» y el «referente teórico central del nuevo espectro revolucionario que recorría Europa y América del Norte» y, añado, América Latina. Marcuse, como Adorno y McLuhan,  en El hombre unidimensional señaló la alienación del individuo  como factor nuclear de la crítica a la sociedad capitalista fundada en el consumo de masas y la progresiva insatisfacción generada, progresivamente, por la deshumanización de lo que llamará «sociedad opulenta».
En su análisis; Marcuse afirma que «la eficacia del sistema impide que los individuos reconozcan que el mismo no contiene elemento alguno que deje de comunicar el poder represivo de la totalidad», de modo que tiene el poder suficiente como para neutralizar la imaginación y la capacidad crítica de los individuos creando una dimensión única del pensamiento. Tal poder permite al sistema absorber cuánta oposición se le presenta y, a través de los medios de comunicación y la aplicación de la razón instrumental en sus mensajes, generar una única dimensión de la realidad. El individuo alienado -el hombre unidimensional-, quien en las primeras fases del capitalismo vendía su fuerza de trabajo y era ésta fuerza la mercancía, ha acabado él mismo convirtiéndose en mercancía, en un producto de compra-venta, objeto de las múltiples e interesadas transacciones del mercado, tal como es posible observar ahora en el tratamiento y papel que juegan los trabajadores en los proyectos de solución de la presunta crisis económica que afecta al sistema.
En este contexto, también cabe llamar la atención sobre la soberbia confusión que los usuarios de internet tienen sobre sus derechos y libertades a partir del uso de la red. De pronto, en su imaginario distorsionado por el sistema, el internauta ha acabado creyendo absurdamente que sus derechos y libertades no emanan de las leyes según el orden republicano, ni siquiera del derecho natural como afirman los liberales, sino de ¡un recurso tecnológico!, y que información es lo mismo que contenido, y que la propiedad privada de bienes es intocable, pero no la propiedad privada intelectual. «La música del espíritu es también la música del vendedor», dice Marcuse y con esta frase podría explicarse el actual desconcierto de la masa opinante, que reduce el producto cultural a mercancía gratuita.
En el capítulo III -La conquista de la conciencia desgraciada: una desublimación represiva- afirma Marcuse que «lo que se presenta ahora no es el deterioro de la alta cultura que se transforma en cultura de masas, sino la refutación de esta cultura por la realidad [...] La alta cultura siempre estuvo en contradicción con la realidad social [pero hoy esta contradicción se ha neutralizado] mediante la extinción de los elementos de oposición, ajenos y trascendentes de la alta cultura, por medio de los cuales constituía otra dimensión de la realidad. Esta liquidación de la cultura bidimensional no tiene lugar por medio de la negación y el rechazo de los "valores culturales", sino por medio de su incorporación total al orden establecido mediante su reproducción y distribución a escala masiva.» 
De este modo, el hombre unidimensional ha sido despojado de su imaginación y se le ha secuestrado su razón crítica dejando en ese vacío lo que Marcuse llama «Conciencia feliz». Ésta es «la creencia de que lo real es racional y que el sistema entrega los bienes», lo cual refleja «un nuevo conformismo que se presenta como una faceta de racionalidad tecnológica y se traduce en una forma de conducta social».

sábado, 14 de enero de 2012

LA MONTAÑA EFÍMERA, Joan de la Vega

Joan de la Vega en La montaña efímera















La montaña efímera (Paralelo Sur Ediciones, 2011), de Joan de la Vega es un libro que contribuye a la idea de que algo, y muy importante, está cambiando en el actual paisaje poético español. La madurez del discurso y el trato respetuoso con el lenguaje caracterizan una forma de hacer poesía que se aleja de una concepción poética en la que experiencia vital se vincula a lo más epidérmico y descriptivo de la realidad cotidiana que a la realidad del ser en el mundo.

En su excelente prólogo, Mario Martín Gijón afirma que en la poesía que se escribe actualmente en España «se advierte una renovación de la reflexión crítica sobre el lenguaje y la preocupación existencial.» Así es sin duda a pesar del farfullo y la [falsa] idea - potenciada por patrones ideológicos y camarillas relacionadas con el poder, y por las nuevas tecnologías de la comunicación- de que escribir, y escribir poesía, está al alcance de todo el mundo. La creación artística no sólo requiere de un cierto dominio técnico, sino también de un talento y, en el caso de los poetas, de una especial sensibilidad con el objeto poético y con el lenguaje que lo expresa. Joan de la Vega tiene técnica y sensibilidad y el propósito de construir un universo poético donde el yo del poeta se difumina fundiéndose, en este caso, en la naturaleza.
Aunque el tratamiento formal sea distinto en las dos partes -La última cima y Lugar del amor- que componen La montaña efímera en ambas prevalece el deseo de Joan de la Vega de descubrir con precisión el arduo camino de ascensión a ese lugar innominado de plenitud donde el alma traspasa los límites del logos y se reencuentra con su yo anterior. Valente, Gamoneda y antes que ellos Juan Ramón Jiménez están en la cultura poética de Joan de la Vega y eso significa que ha adherido a una corriente poética que las contingencias históricas habían marginado en el ámbito español, no así en el hispanoamericano. 
No es casualidad que Joan de la Vega escriba un libro como éste después de su experiencia americana. Las grandes culturas precolombinas dejaron una potente poesía metafísica producida por enormes poetas, como el tlatoani Nezahualcóyotl, con la que De la Vega parece comulgar, acaso intuitivamente, mientras observa la tersura infranqueable del bosque y al fondo del corredor flota una cima inmóvil. Entre la infranqueabilidad del bosque y la cima inmóvil el alma del poeta lleva a cuestas su memoria, un tiempo que se pierde y que se resiste al olvido sujetándose a un rítmico y repetitivo aún creo sabiendo que su viaje lo lleva a un lugar sin nombre, un lugar donde la palabra ya no se justifica. 
Dice Gijón que Joan de la Vega desconfía del lenguaje. Tal vez, pero también ama la palabra y la venera en cada verso porque es consciente, como poeta, que es su guardián y que depende de ese amor su conexión con el mundo. Esto es lo que vendría a justificar en la primera parte su empeño en ceñir la prosa al pulso poético con la convicción de que será este pulso el que le revelará el latido orgánico de la vida cuando se aproxime a ese valle sin nombre: La luz, en sus tardes, descompone restos de vértebras roídos por los sedimentos y la hiedra que aflora entre los canchales. Huesos y neveros insepultos, sin oído y sin nombre, a pleno sol, como instrumentos en descomposición.
Llegado a un punto de la ascensión, donde la prosa del mundo no puede ir más allá de la cima, metaforizada en el Lugar del amor, surge el verso delgado como una cuerda para que el poeta, como un agrimensor, pueda dar cuenta de una inefable guía topopoética mientras desposee los nombres del valle. Es en este momento cuando el poeta siente que debe dejar libre su verdadero y profundo yo para que se entregue a lo innominado (En blanco / anoto / la fecha / que recuerde / al verde / sentirse azul. / Donde / el otro / que me habita / suceda / ya / sin más / razón.) Y lo que antes era palabra ahora es ladrido (Oh, este ladrido / que reclama / nuestra atención / es más joven / que yo). Ladrido, después mero sonido gutural y al fin ese quejido maternal que guarda la conciencia de la palabra más allá del logos y hasta el instante anterior al de su conversión en Un secreto / inmóvil teniendo la extraña sensación [de] saber /  que algún día / serás sólo / entre sus grietas / pura canción / de amor / petrificada.

viernes, 6 de enero de 2012

CALLEJÓN SIN SALIDA, Lázaro Covadlo



El escritor argentino, ahora residente en Gran Bretaña, acaba de publicar Callejón sin salida (Sigueleyendo, 2011), un cuento delirante y perverso que enlaza naturalmente con la ironía y la malicia que caracteriza su escritura, en particular la de sus novelas Conversación con el monstruoLa casa de Patrick Childers, y , sobre todo, la colección de cuentos breves Animalitos de Dios.

Lázaro Covadlo, por iniciativa de la editorial, sigue los pasos de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, quien en 1756 popularizó en una versión abreviada La Bella y la Bestia, escrita años antes por Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, inspirándose en Metamorfosis o Cupido y Psique, una narración incluida por Apuleyo en El asno de oro, que también habría dado lugar a que, en 1550, Giovanni Francesco Straparola hiciera su propia intertextualización del cuento, sentando un precedente que de haberse recordado le hubiera evitado más de un disgusto al joven Fernández Mallo y a María Kodama, albaceas de Jorge Luis Borges.
En Callejón sin salida-que puede comprarse on line a 1€ en la web de Sigueleyendo- antes que una nueva versión LC hace una remetaforización del relato trasladando la historia de La Bella y la Bestia al paisaje humano y social de la actualidad sin renunciar a los anacronismos ni a los tópicos de los cuentos fantásticos tradicionales que comparten espacio y tiempo ficcional con los mágicos recursos de las nuevas tecnologías. Tampoco renuncia LC a su potestad creativa y añade, para deleite del lector, un personaje clave en esta nueva historia, que es el Hada Puta. Un personaje que no sólo transforma al joven, bello y cipótico príncipe en un monstruo repugnante sino la historia misma situándola en un registro edípico, que a la postre será por donde el protagonista hallará la salida, al menos temporal, de su callejón.
Ningún personaje escapa a la mirada implacable de Lázaro Covadlo, ni siquiera Bella, cuya belleza y bondad revelarán algunas sombras inquietantes en un marco donde conviven las ilusiones creadas por la magia de las hadas -putas fantásticas en tensión con las putas domésticas-, y las apariencias sociales, creadas por la herencia concupiscente de los príncipes y las ambiciones y la avaricia de los burgueses, aquí encarnados por Ruz Maderos, el padre de las tres hijas casaderas. Con humor negro, por momentos cruel y casi siempre delirante, Covadlo conduce la historia por un mundo que huele a corrupción hasta el momento en que Bella se sacrifica y, por mantener su castidad y sin querer queriendo, descubre al príncipe la puerta trasera que dará salida a la Bestia, para regocijo del Hada Puta y del rijoso Ruz Madero, que así podrán certificar la vieja alianza de clases.