jueves, 28 de mayo de 2009

LA ÚLTIMA PALABRA, Ana Rodríguez de la Robla

Cuenta una leyenda que al morir Beda uno de sus discípulos empezó a escribir su epitafio: Hac sunt fossa Bedae...ossa, pero que, agotado por el inútil esfuerzo de hallar el final adecuado, se durmió. A la mañana siguiente, cuando despertó, el monje vio con asombro que alguien, acaso un ángel, había escrito venerabilis. En el epitafio el adjetivo se unió al nombre y así es como aquel espíritu del siglo VII, que Dante reconoció formando una corona brillante (Paraíso, X), ha atravesado los siglos para que lo conozcamos como Beda, el Venerable.
Ana Rodríguez de la Robla, poeta, filóloga e historiadora española, ha oficiado de antóloga, traductora y editora de La última palabra (Icaria, 2009), un libro que reúne «los últimos poemas -las últimas palabras- con que un puñado de hombres y mujeres que existieron quisieron se recordados y revivificados», como ella afirma en el prólogo.
La palabra, la palabra escrita, se reivindica como último recurso contra el olvido, para quienes han emigrado hacia ese «lugar donde acaba la muerte», como escribió Nezahualcoyotl, poeta, filósofo y soberano de los aztecas. A través de la palabra labrada en la piedra y desde «el firme apretón de la tierra», el difunto apela al diálogo con los vivos -viajeros, caminantes, paseantes casuales- a quienes se dirige en sucintos versos para informar de lo que fue -Aquí estoy enterrada, sierva minúscula. / Me entregué con seriedad a mi deber / de trabajar la lana...-, de la causa que lo arrojó a la tumba - Por seguro ten que aquí me encuentro / -nunca el valor se deja amedrentar- /por vengar a mi hijo, que está muerto-, de los errores cometidos, de la satisfacción de haber vivido o bien, con socarrón humor o ironía, para invitar al ocasional interlocutor a visitar su morada -Escucha caminante, si quieres ven adentro / hay aquí una tabla en bronce que todo lo explica- o simplemente a que no la ensucie -Viajero, en esta tumba no te orines.
Con La última palabra De la Robla nos acerca desde el latín una selección de sesenta epitafios en versos recogidos en la voluminosa Carmina Latina Epigraphica, realizada por Franz Bücheler entre 1895 y 1897 y continuada por Ernst Lommatzsch, según ella misma informa en el prólogo. Es un trabajo serio y riguroso que nos revela el postrer intento humano de resistir la erosión del tiempo, el caer en el olvido, inscribiendo su nombre y, en pocas líneas, lo que su vida tuvo, a su juicio (o de sus deudos), de recordable, para hacer que lo perecedero y la eternidad comulguen en la renovada memoria de los vivos.

viernes, 22 de mayo de 2009

LA PARÁBOLA DE LOS PÁJAROS CANTORES, Mario Satz


La personalidad y la obra de Mario Satz conforman un permanente cuestionamiento de las fronteras geográficas, políticas y, en el terreno literario, de los géneros. Su cultura se ramifica abriendo particulares caminos al saber como lo hacían los humanistas del Renacimiento. Como a éstos, a él el saber científico no le es indiferente, ni el de la cábala, de la que es uno de los más importantes especialistas, y tampoco el arte plástico, en particular la acuarela, suerte que ejecuta con la delicadeza de los chinos, como se aprecia en las ilustraciones que firma en La parábola de los pájaros cantores (Miraguano Ediciones, 2008).
En este hermoso libro, como ya lo indica su título, los pájaros son los protagonistas de una delicada metáfora de la vida y el alma humanas, en lo que éstas tienen de destello del Universo. Con el tono envolvente de los viejos contadores de cuentos y la evocación prosódica en cada una de las fábulas de las narraciones orientales, cuyo ejemplo más significativo para los occidentales acaso sea la vasta Mil y una noches, Mario Satz enfrenta al lector ante verdades tan sencillas como esenciales.
Todas las fábulas contienen una enseñanza presente en la tradición de los cinco continente, pero tal vez la que mejor define el espíritu de este libro dulcemente poético es la LXI, que narra la historia del miná de Java comprado por un amaestrador de pájaros indio, quien le enseña a hablar. Krishniki, que así es bautizada el ave, en su «prodigiosa mente de pájaro archivaba incluso las medias palabras o los más débiles sonidos que se producían a su lado, ignoraba qué cosa sea el olvido». Tras una larga vida y las peripecias que hacen al relato, antes de morir el misná cantó: «Dulce como la miel es esta tierra para todos los seres. Dulce como la miel son todos los seres para esta tierra.»