martes, 20 de abril de 2010

ARCHIPIÉLAGO, La Karkoma

Con el insular título de Archipiélago (Ediciones Oblicuas, 2010), el colectivo La Karkoma -Rosana Román, Natàlia Linares, María Guilera, Vincenç del Hoyo, Lola Encinas, Marc Ballester, Mónica Sabbatiello y Vicente Aparicio- publica su segundo volumen de cuentos. 
En su conjunto los relatos de este libro revelan la voluntad de sus autores, desde distintas posiciones narrativas, de superar los obstáculos que les antepone el lenguaje para alcanzar los miradores desde los cuales pueden describir aspectos ocultos de la realidad evidente. La soledad, la incomunicación y la alienación son elementos que perfilan el carácter de personajes que asoman sus cabezas por encima de la superficie de una sociedad dominada por la alienación y el absurdo. A veces el horizonte es sólo una lengua de tierra en medio de un río, una isla minúscula o el cuerpo de una persona que se desdobla para no sucumbir a su propia vida rutinaria; otras veces ese horizonte es la misma noche donde la muerte acecha con la puntualidad de una oficinista burócrata o un simple cuchillo jamonero que espera desde la inercia cumplir con la misión del acero. La imaginación, la fantasía y la consideración del lenguaje que se observan en estos cuentos indican que sus autores no escriben desde la frustración, como indica su prólogo, sino desde la escritura y ésta es siempre lleva implícita la esperanza y la voluntad de ir más allá de lo evidente.

lunes, 5 de abril de 2010

SIETE MANERAS DE MATAR UN GATO, Matías Néspolo

 - Hay siete formas de matar a un gato - me dice el Chueco, mientras acaricia al animal que le ha traído el Quique, el chico de la Ernestina, y me guiña un ojo con picardía.
Lo acuna en el antebrazo izquierdo contra el regazo. Con la derecha le soba el lomo y la cabeza. Se agacha un poco, como si lo quisiera arropar, y pega un salto apartando la cara del posible arañazo. Siento un ruido como de ramita seca que se quiebra y el Chueco sostiene por el pellejo el gato convulso. La cabeza ladeada, las patas rígidas. Ya no se mueve.

Con este inicio brutal, Siete maneras de matar un gato (Los libros del lince, 2009), de Matías Néspolo, sitúa al lector en el mismo corazón de la violencia social. A partir de ese momento la acción, protagonizada por dos adolescentes unidos por una amistad tan entrañable como viciada, se desarrolla de un modo trepidante hasta el final. Habitantes de un pueblo de chabolas, esas vastas villas miserias que conforman los cinturones de las grandes ciudades latinoamericanas, argentinas en este caso, estos jóvenes hijos de familias desestructuradas, y lo que es peor de una sociedad igualmente desestructurada, son educados en la supervivencia del animal. El único referente de las leyes y la autoridad civil que rigen en la urbe es un comisario corrupto que utiliza las bandas que se disputan el control del trapicheo de la droga, el robo y la prostitución doméstica, mientras el resto de la tribu malvive integrándose en las huestes de cartoneros o piqueteros.
La peripecia del Chueco y del Gringo -el narrador- es la de los condenados a vivir sin aliento y sin salida, sin más recurso que la violencia, en los albañales de la civilización. Meras ratas del basural su escapatoria es apenas un sueño, una ilusión, que a veces cobra la forma del amor o el descubrimiento de un libro -Moby Dick, Herman Melville-, en el cual el protagonista busca desesperadamente un sentido para su propia existencia.
Sostenida por una prosa vigorosa que prolonga el léxico coloquial de unos diálogos que complementan con eficacia el texto narrativo, Siete maneras de matar un gato es una novela que revela sin concesiones románticas ni ideológicas la realidad de los marginados y también, como un eco, la de un país cuyos parámetros morales fueron arrasados por la violencia y el terror de Estado.

jueves, 1 de abril de 2010