viernes, 12 de octubre de 2012

MI PLANTA DE NARANJA LIMA, José Mauro de Vasconcelos














José Mauro de Vasconcelos (1920-1984) ya era uno de los escritores más populares de Brasil cuando en 1968 logró fama internacional al publicar Mi planta de naranja lima (Libros del Asteroide/Círculo de Lectores, 2011, trad. Carlos Manzano). En esta novela, la primera de una tetratología autobiográfica,  recrea su niñez caracterizada por la profunda necesidad de ternura en un entorno de pobreza.

Hay libros cuyo sentido y verdad quedan grabados en la memoria desde el primer momento. Así ocurrió con Mi planta de naranja lima, el recuerdo de cuya lectura de 1968, en Argentina, quedó como una latencia emocional resistiendo el paso del tiempo, la desaparición de la biblioteca particular a causa del terror de Estado y el destierro del lector, e incluso el olvido de su argumento. Cuarenta y tres años, a los que no es ajena la desidia editorial, han debido pasar para tener una nueva edición de una novela cuya relectura a instancias del recuerdo sigue activando con la misma fuerza y frescura los resortes emocionales de este lector.
Mi planta de naranja lima es una pequeña obra maestra a través de la cual José Mauro de Vasconcelos recrea antes que su niñez en Bangú, favela de Río de Janeiro, la de un niño -Zezé- cuya extraordinaria sensibilidad, inteligencia e imaginación constituyen las armas y recursos con los que hace frente a la violencia natural que engendra la pobreza. 
Con notable habilidad narrativa y agilidad en los diálogos, De Vasconcelos expone con crudeza la brutalidad del comportamiento adulto trastornado por la situación de miseria de sus protagonistas y cómo este niño, tan travieso como inocente, lo sufre refugiándose en su imaginación -su planta de naranja lima a la que llama Minguinho o Xuxuruca- y sacándole el máximo partido al amor que, de todos modos, recibe y devuelve con creces. Salvo su pequeño hermano Luis, a quien equipara con un rei, su hermana mayor, Gloria o Godoia, que siempre lo protege, y la maestra, todos los demás personajes, incluso sus padres, sus hermanos y hasta  el Portuga, quien le pega cuando lo descubre haciendo el murciélago en su coche, no escapan en algún momento a la ira o a la frustración a las que los condena el entorno y la mala educación, y que alcanza su paroxismo en la brutal paliza que le da su padre, que no entiende lo que el niño le está cantando, y el accidente ferroviario que acaba con la vida de su mejor amigo. 
La virtud de esta novela radica en que De Vasconcelos recrea con naturalidad una realidad marcada por la pobreza y la lucha por la supervivencia cotidianas con los ojos inocentes de un niño. Es precisamente esta inocencia la que deja en carne viva los sentimientos del lector dominado y seducido por la entereza, la inteligencia y la bondad del protagonista; es precisamente esta inocencia la que confiere al relato ese aliento poético que lo salva del sentimentalismo melodramático que suele traducirse como resignación, cuando no justificación, de las injusticias sociales de un sistema inhumano.