miércoles, 29 de mayo de 2013

UN LUGAR PARA NADIE, Álex Chico


Un lugar para nadie (de la luna libros, 2013) confirma a Álex Chico como uno de los poetas más significativos de su generación. Como en Dimensión de la frontera, el poeta lleva al lector a la exploración de un territorio -un no lugar- que es asimismo parte de una naturaleza transida por el tiempo y el espacio, ambos elementos inasibles, pero que definen nuestro ser y estar en el mundo. 

Una de las cualidades que define la calidad y la envergadura de un poeta es su capacidad no tanto para definir una poética como para fundar un universo poético propio. Un universo en cuyo marco conceptual hace aproximaciones desde distintos ángulos -balcón, esquina, plaza, dirá él- a una realidad que fluye y se deshace hasta convertir la inmovilidad en el movimiento del ser en ese no lugar sin que la paradoja resulte, a oídos del lector, un exabrupto intelectual. Porque, para Álex Chico, la mecánica del poema, y por ende de la poesía, no responde a las leyes de lo evidente, sino a las leyes del misterio, del laberinto o de la fugacidad de una mirada, un roce. O un recuerdo que viene de un instante, hace siglos, y descubre a un hombre solo, sentado en las gradas en ruinas de un anfiteatro, vibrando en el aire con el sonido de un aplauso, rebotando en las piedras seculares sin que nadie sepa «que con cada golpe esperaba deshacer el mundo».
Un lugar para nadie es un poema que avanza con una escritura despojada, extremadamente significativa, que abre el campo semántico de cada verso y cada metáfora [Somos ese molino que está frente a mí. / Su existencia es circular, como la nuestra. (...) El agua que absorbe y rechaza será, al final, / una forma de nostalgia. O de aviso. O de certidumbre (...) Nada más triste que aparentar la eternidad...] para acentuar la dimensionalidad de ese espacio en perenne conflicto con el tiempo [Este es un espacio / en el que no hay sitio para el tiempo]. Un diminuto lugar del mundo, ocupado de otros lugares, donde el ser se refugia para tener conciencia de su propio existir, aún con la certeza de que es un eco, un fonema, un morfema, los cristales de un cenicero en el instante de golpear en el suelo y desintegrarse, la forma de la ceniza «al intentar ser nosotros  / cuando no quede nadie».
«En este soberbio viaje al corazón del silencio y de la soledad, el poeta sabrá al final que el destino no es otra cosa que el verse a sí mismo, inocente y vulnerable a las leyes de la circularidad pitagórica; observarse y observar ese yo, como el futuro, en permanente fuga que le harán exclamar con hondo dolor «qué quedará de mí / en este lugar, / cuando apenas se sujeten / los últimos bancos del parque», cuando ya no queden libros por leer», escribí a propósito de Dimensión de la frontera, y traigo este párrafo para poner de relieve que la poética de Álex Chico no se basa en impulsos de inspiración, sino en una idea a partir de la cual, como el filósofo, reflexiona sobre la condición humana y su naturaleza. De hecho, ante la deserción de los filósofos en favor de la sociología, es al poeta a quien le cabe la tarea de avanzar hacia el conocimiento y Álex Chico parece haberla asumido con responsabilidad.

jueves, 23 de mayo de 2013

TUYA ES LA VOZ, Amelia Díaz Benlliure


Así como en Manual para entender las distancias, la poeta Amelia Díaz Benlliure proponía un acercamiento entre los unos y los otros a partir de un lenguaje amoroso, en Tuya es la voz (El Bardo, 2013), hay un anhelo de restablecer el orden de la justicia en el mundo a partir de una concepción dramática del poema que se organiza sobre una idea dialógica que progresa revelándonos las fluctuaciones sentimentales y éticas del alma humana. Lo que sigue es el prólogo que firmé para este libro, que concluye con un lírico y emotivo epílogo del poeta castellonense Marcelo Díaz.

Stanislaw Lem afirma en Un valor imaginario que el prólogo es un género esclavo de la obra a la que vive encadenado y reclama para él su liberación y «títulos de nobleza». Más adelante añade que el prólogo es «un sobrio entrar en materia, dictado por la dignidad y la responsabilidad, una garantía avalada por la firma del autor o, en otras ocasiones, una manifestación –forzada por las conveniencias sociales, superficial aunque amigable- del compromiso, en realidad simulado, que una persona revestida de autoridad contrae con el libro».
Más allá de la ironía, el maestro polaco pone de relieve, por un lado, la función del prólogo -«un sobrio entrar en materia dictado por la dignidad y la responsabilidad»- y por otro, el «compromiso» de su autor con la obra que introduce. La connotación de estos elementos que atañen al prólogo y al prologuista apuntados por Lem  tiene que ver con la convicción de que, como escribí en cierta ocasión,  «la escritura es una exigencia moral que da forma al fluir de la vida, un modo de ordenar el mundo y restablecer el equilibrio, la justicia, mediante un esfuerzo supremo del espíritu.[…] Escribir bien es el camino que los poetas emprenden para familiarizarse con las exigencias del lenguaje para que éste les revele las diversas dimensiones de la realidad. Lo esencial de las historias que conforman la historia del mundo y de lo que subyace en el alma humana».
En Tuya es la voz, Amelia Díaz Benlliure cumple con estas premisas a partir de una historia particular que proyecta su verdad esencial sobre la comunidad. El libro, articulado como un espejo poético, confronta la memoria, la realidad de la historia, con sus proyecciones especulares en un gesto desesperado contra el olvido que hace posible la impunidad [Hay un zumbido en zigzag, / un gemido profundo / del otro lado de la luz, / una habitación sin colores, / un mundo ficticio / asomado al cristal.] Y es ese zumbido desgarrador el que, al rayar el cristal, hiere y llena la piel de gritos en un mundo donde la injustica no es más que la ironía / de una cinta de Möbius / inmortal.
Hay en la poesía de Díaz Benlliure un profundo anhelo de justicia que ordene el mundo bajo los parámetros de la felicidad y la belleza. Sin embargo, la poeta sabe que quizás la poesía no tiene ese poder transformado que se le atribuye, pero, como decía William Faulkner de la literatura, una cerilla encendida que no alcanza a alumbrar el camino pero nos hace ver cuánta oscuridad nos rodea. De que aquí que sus versos afirmen que para salvarnos de la desdicha no sirven los ojos sino las manos y la voz. Esas manos que hablan con la inocencia de los niños y a las que se aferra el miedo, y la voz que llena el espacio y se alza con ánimo de faro dejando sus huellas para que las líneas de las manos que hablan cuenten lo que han visto impidiendo que la memoria de los huérfanos naufrague en el olvido. [Sus manos contaron memorias / de los niños sin padres]. Porque la niñez es la patria, el paraíso de la memoria de la que el ser humano es desterrado al futuro, definición del espacio/tiempo hacia donde, como en la retorcida ironía de Möbius, viaja el ser con ánimo de regreso sin llegar a entender que la partida lo ha condenado a la extrañeza. [La infancia es / la patria del exiliado. / Somos emigrantes / en un futuro extranjero.] De aquí la insistencia de la poeta en la pertenencia común que atribuye a la voz a partir del otro. Ella no dice mi voz sino nuestra es tu voz, la voz del padre, expresión del nosotros y de las cosas que simbolizan el estar en el mundo. Ese lugar donde el ser encarnado se realiza a pesar de la injusticia y de la oscuridad y en el que, como un sino vital, pretende restablecer un equilibrio del que siente nostalgia, pero que quizás es un espejismo, fruto de la desmemoria, de un estado que nunca existió. [Caducaron los tiempos, / las noches de azul, / cuando creía ser / peldaño intermedio / de sus oropeles, / pausa necesaria de sus manos.]
Ante la debilidad de esa fe que se ríe como arena / huída entre los dedos, / cuando se quiere atrapar / un pretexto de esperanza, la voz, la voz del padre a quien se entregan las palabras, aparece como una imperiosa necesidad existencial de creer que la memoria que justifica y explica el mundo no se perderá en boca de quienes riegan crisantemos y en vano arrojan guijarros sobre los úteros vacíos de la Tierra.
Tal vez para otros no sea este el sentido hondo de Tuya es la voz, de Amelia Díaz Benlliure, pero la poesía, como gesto humano que nos acerca al abismo y trasciende cualquier liturgia, sienta en cada uno de [nos]otros un matiz de voz distinto que señala igualmente caminos diferentes.

lunes, 20 de mayo de 2013

SAFARIS INOLVIDABLES, Fernando Clemot


Safaris inolvidables (Menoscuarto, 2012), de Fernando Clemot, consolida a uno de los escritores más serios y rigurosos de las nuevas generaciones de narradores españoles. Si ya en su novela - El libro de las maravillas- hacia una propuesta arriesgada sostenida por su confianza en el lenguaje para descubrirnos el desesperado aferrarse a la vida de personajes agónicos, aquí entra de lleno en el paisaje desolado y desolador que deja el desamor.

A partir de un recurso ingenioso y muy acorde a estos tiempos dominados por las nuevas tecnologías, Fernando Clemot propone una serie de excursiones virtuales que sobrevuelan los territorios sentimentales de la memoria. Pero, desde el mismo título se advierte que no son excursiones turísticas, sino safaris, es decir, partidas de caza mayor en las que el protagonista tratará de recuperar el sentido perdido de un amor que en su presente sólo aparece como una pieza sin vida, como un trofeo clavado en alguna parte de su ser.
Sentía tu calor en la cama y tu naturaleza me es ahora tan desconocida como el más negro y perdido de los cuerpos celestes. Es así cómo el abandonado siente en el curso de su viaje virtual al pasado que tampoco él puede escapar a las leyes de esa mecánica celeste que lo extraña y lo aleja indefectiblemente de aquello que amó y que creyó inmutable en el tiempo y en su ser; como si la vida y lo vivido tuvieran la consistencia de la mirada, acaso su misma naturaleza, y trascendieran ese carácter complementario que se desprende de la cita de El hombre que mira, de Alberto Moravia. 
Y de aquí surge otro aspecto importante del texto -entendido éste como tejido narrativo- que constituye Safaris inolvidables. Un aspecto vinculado a la tradición literaria deslindada del relato como conjunto de historias particulares que inducen a la redacción de libros que son en sí mismos catálogos de narraciones temáticas autónomas. Fernando Clemot es un escritor convencido del poder de la escritura y, aunque utilice recursos que parecen concesiones a la modernidad, es fiel a esa corriente de la literatura que ha prevalecido a través de los siglos y que trasciende las modas y las políticas editoriales mercantilistas. En este sentido, Dos fotos que tomé en el Writers debe tomarse no sólo como un sentido homenaje a Dublineses, de James Joyce, sino también como la piedra angular del orden que rige Safaris inolvidables y su verdadera poética narrativa. Una poética que reconoce la fugacidad de todo cuanto es y acontece en el mundo y que revela la escritura como una mirada que trata de fijarse en la memoria aunque acabe disuelta, extinguida, del mismo modo como se extinguen las lenguas y pierda todo lo dicho. Porque toda lengua es, como ser viviente, «un animal de larga vida». Ninguna lengua muere de golpe, en el mundo de las lenguas no existen los accidentes cardiovasculares ni las muertes súbitas. La extinción de una lengua es tan lenta y triste como la de una arboleda, tienen las lenguas una agonía de saurio...Y al final, las historias de amor, como las historias de las lenguas y de los textos escritos, dejan tras de sí esos territorios que prefiguran para el viejo predador una topografía muerta de la memoria.