Así como en Manual para entender las distancias, la poeta Amelia Díaz Benlliure proponía un acercamiento entre los unos y los otros a partir de un lenguaje amoroso, en Tuya es la voz (El Bardo, 2013), hay un anhelo de restablecer el orden de la justicia en el mundo a partir de una concepción dramática del poema que se organiza sobre una idea dialógica que progresa revelándonos las fluctuaciones sentimentales y éticas del alma humana. Lo que sigue es el prólogo que firmé para este libro, que concluye con un lírico y emotivo epílogo del poeta castellonense Marcelo Díaz.
Stanislaw
Lem afirma en Un valor imaginario que
el prólogo es un género esclavo de la obra a la que vive encadenado y reclama
para él su liberación y «títulos de nobleza». Más adelante añade que el prólogo
es «un sobrio entrar en materia, dictado por la dignidad y la responsabilidad,
una garantía avalada por la firma del autor o, en otras ocasiones, una
manifestación –forzada por las conveniencias sociales, superficial aunque
amigable- del compromiso, en realidad simulado, que una persona revestida de
autoridad contrae con el libro».
Más allá de la ironía, el maestro polaco pone de relieve,
por un lado, la función del prólogo -«un sobrio entrar en materia dictado por
la dignidad y la responsabilidad»- y por otro, el «compromiso» de su autor con
la obra que introduce. La connotación de estos elementos que atañen al prólogo
y al prologuista apuntados por Lem tiene
que ver con la convicción de que, como escribí en cierta ocasión, «la escritura es una
exigencia moral que da forma al fluir de la vida, un modo de ordenar el mundo y
restablecer el equilibrio, la justicia, mediante un esfuerzo supremo del
espíritu.[…] Escribir bien es el camino que los poetas emprenden para
familiarizarse con las exigencias del lenguaje para que éste les revele las
diversas dimensiones de la
realidad. Lo esencial de las historias que conforman la
historia del mundo y de lo que subyace en el alma humana».
En
Tuya es la voz, Amelia Díaz Benlliure
cumple con estas premisas a partir de una historia particular que proyecta su
verdad esencial sobre la comunidad. El libro, articulado como un espejo
poético, confronta la memoria, la realidad de la historia, con sus proyecciones
especulares en un gesto desesperado contra el olvido que hace posible la
impunidad [Hay un zumbido en zigzag, / un
gemido profundo / del otro lado de la luz, / una habitación sin colores, / un
mundo ficticio / asomado al cristal.] Y es ese zumbido desgarrador el que,
al rayar el cristal, hiere y llena la
piel de gritos en un mundo donde la injustica no es más que la ironía / de una cinta de Möbius /
inmortal.
Hay
en la poesía de Díaz Benlliure un profundo anhelo de justicia que ordene el
mundo bajo los parámetros de la felicidad y la belleza. Sin embargo, la poeta sabe
que quizás la poesía no tiene ese poder transformado que se le atribuye, pero,
como decía William Faulkner de la literatura, una cerilla encendida que no alcanza
a alumbrar el camino pero nos hace ver cuánta oscuridad nos rodea. De que aquí
que sus versos afirmen que para salvarnos de la desdicha no sirven los ojos sino las manos y la voz.
Esas manos que hablan con la
inocencia de los niños y a las que se aferra el miedo, y la voz que llena el
espacio y se alza con ánimo de faro dejando sus huellas para que las líneas de
las manos que hablan cuenten lo que han visto impidiendo que la memoria de los
huérfanos naufrague en el olvido. [Sus
manos contaron memorias / de los niños sin padres]. Porque la niñez es la
patria, el paraíso de la memoria de la que el ser humano es desterrado al
futuro, definición del espacio/tiempo hacia donde, como en la retorcida ironía
de Möbius, viaja el ser con ánimo de regreso sin llegar a entender que la
partida lo ha condenado a la extrañeza. [La
infancia es / la patria del exiliado. / Somos emigrantes / en un futuro
extranjero.] De aquí la insistencia de la poeta en la pertenencia común que
atribuye a la voz a partir del otro. Ella no dice mi voz sino nuestra es tu voz,
la voz del padre, expresión del nosotros y de las cosas que simbolizan el estar
en el mundo. Ese lugar donde el ser encarnado se realiza a pesar de la
injusticia y de la oscuridad y en el que, como un sino vital, pretende
restablecer un equilibrio del que siente nostalgia, pero que quizás es un
espejismo, fruto de la desmemoria, de un estado que nunca existió. [Caducaron los tiempos, / las noches de azul,
/ cuando creía ser / peldaño intermedio / de sus oropeles, / pausa necesaria de
sus manos.]
Ante
la debilidad de esa fe que se ríe como
arena / huída entre los dedos, / cuando se quiere atrapar / un pretexto de esperanza,
la voz, la voz del padre a quien se entregan las palabras, aparece como una
imperiosa necesidad existencial de creer que la memoria que justifica y explica
el mundo no se perderá en boca de quienes
riegan crisantemos y en vano arrojan
guijarros sobre los úteros vacíos de la Tierra.
Tal
vez para otros no sea este el sentido hondo de Tuya es la voz, de Amelia Díaz Benlliure, pero la poesía, como
gesto humano que nos acerca al abismo y trasciende cualquier liturgia, sienta
en cada uno de [nos]otros un matiz de voz distinto que señala igualmente
caminos diferentes.