jueves, 29 de septiembre de 2011

ORLANDO, Virginia Woolf



La lectura de Orlando (Edhasa, 1968, trad. Jorge Luis Borges), de Virginia Woolf supone una experiencia gratificante que lleva al lector al corazón mismo de la ironía, de la historia, de la poesía, del tiempo y de la desazón existencial. Virginia Woolf se aventura con inteligencia y sensibilidad en un bosque donde la magia de la verdadera naturaleza humana prevalece y desnuda los prejuicios que condicionan la vida y los roles de los individuos en la sociedad.

Si bien el punto de partida es una sátira al género biográfico, tan de moda en la Inglaterra victoriana, pronto Virginia Woolf se deja llevar por el impulso poético y hace que su andrógino Orlando, pariente próximo de los Orlando de Ariosto y Boiardo que evoca la figura de su amiga Vita Sackville-West, se convierta en una irónica fantasía que trasciende los límites temporales de la vida humana y la identidad sexual. Son muchas las lecturas que sugiere este libro original que en su época supuso un  cuestionamiento directo a los prejuicios sociales y culturales, al rol consagrado de los sexos y la intolerancia. 
«Él -porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo- estaba acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas». Con este fulgurante inicio, uno de los más bellos y sugerentes de la literatura universal, Virginia Woolf sienta las reglas de una narración pletórica de ironía, crítica, sombrío humor y desesperado amor a la libertad. Orlando es un joven que durante un par de siglos mantiene su condición de varón hasta que cierto día, después de un largo sueño, despierta convertido en mujer. Sin embargo, nada cambia para el lector, quien sigue percibiendo el mismo personaje y nada cambia tampoco en él como persona, pero sí el modo de relacionarse con los demás. Es el momento en que el proceso de desmitificación de la sociedad de su tiempo que ha emprendido V.W. alcanza su punto culminante. Todos los tabúes y prejuicios que condicionan y alteran la vida cotidiana de hombres y mujeres quedan expuestos y tramados en una composición donde vibra la vida en toda su complejidad. Un tapiz tendido sobre un tiempo y un espacio al final vencidos por un carácter esencialmente humano.