viernes, 28 de mayo de 2010

ANTOLOGÍA DE POETAS ARGENTINOS

La tertulia El laberinto de Ariadna publica con regular periodicidad un excelente pliego de poesía coordinado por el poeta Felipe Sérvulo con poemas de los invitados a sus reuniones mensuales. 

En su número 19, el grupo encargó a Carlos Vitale una selección de poetas argentinos residentes en Cataluña. Vitale, quien se autoexcluyó a pesar de tener todo el derecho de figurar en la lista por ser uno de los mayores poetas argentinos contemporáneos, invitó a todos los que consideró que debían figurar en esta publicación. No todos le respondieron, pero los nombres que aparecen -Laura Frucella, Marta Binetti, Hugo García Saritzu, Ana Becciu, Neus Aguado, Mario Satz, Dante Bertini, Antonio Tello, Osías Stutman y Jonio González- son representativos de una poesía que busca tener su propia voz y enraizarse con sus cadencias personales en un contexto geográfico y social diferente y lejano. Surge de estas voces y de otras, como la del querido ausente accidental Alberto Szpunberg, una poesía de doble sombra, llena de vitalidad y matices prosódicos determinados por el paisaje humano, en la que la nostalgia se agosta y las visiones existenciales nos revelan a los poetas acaso preguntándose como lo hace Vitale en uno de sus versos de Unidad de lugar «¿dónde vive el pecado sino en la distancia?».
Felipe Sérvulo y El laberinto de Ariadna constituyen un grupo humano generoso y abierto consciente de que esa altura de miras con que se acerca a los demás contribuye a establecer la justicia poética en un mundo desquiciado por el mal.

domingo, 9 de mayo de 2010

IDÉNTICO AL SER HUMANO, Kobo Abe


En Idéntico al ser humano (Candaya, 2010, trad. directa del japonés por Ryukichi Terao), Kobo Abe trasciende los particularismos de la tradición japonesa sin traicionar su esencialidad cultural y plantea a través de la ficción científica la soledad y la incomunicación que alienan al hombre en las modernas y mastodónticas urbes modernas.

Michel Revon, autor de una Antología de la literatura japonesa (Círculo de Lectores, 1999) finaliza su introducción invitando a que leamos sus páginas porque «los japoneses se muestran tal como son, con su corazón generoso y sensible, su espíritu fino y jovial, su carácter amigo de la naturaleza, de la elegancia social, de la erudición, de las artes, de todo aquello que puede fascinar a una raza muy civilizada, y se verá sin duda que, aunque difieren de nosotros en mil detalles secundarios, son representantes, sin embargo, del mismo género humano». Resulta irónicamente llamativo que Revon diga de los japoneses que son diferentes a «nosotros», supongo que se refiere a los blancos occidentales, y «representantes, sin embargo, del género humano». La tesitura de Kobo Abe, uno de los grandes maestros de la literatura japonesa del siglo XX, en Idéntico al ser humano parece una respuesta anticipada a las palabras de Michel Revon.
Tsurayuki, uno de los poetas integrantes de los Rokkasenn o «grupo de los seis genios» (Siglo IX), escribió: ¡No!, no reconcemos / ni siquiera al amigo; / sin embargo, en mi aldea natal, / las flores de otros tiempos / aún exhalan su perfume. La lectura de la novela Idéntico al ser humano de Kobo Abe supone entrar en el vértigo argumental que conduce hacia una duda laberíntica sobre la naturaleza del ser y su identidad original cuya única respuesta parece ser la locura. Todo comienza con el inminente descenso de un cohete terrestre sobre Marte que amenaza con poner fin a un programa radiofónico - «Hola marciano»- . Ese mismo día, un hombre que dice ser marciano se presenta ante el atribulado creador del programa y mediante una argumentación tan delirante como racional le abre la puerta a la duda. ¿Se trata de un terrestre loco con síndrome de marciano o de un marciano cuerdo que se hace pasar por terrestre? ¿Cómo saberlo si los marcianos, según argumenta, son idénticos al ser humano? El desenlace que propone Kobo Abe, en su línea de humor e ironía, es lógico y delirante.
El escritor japonés, que quizás se sintió como un marciano durante el tiempo que vivió en Mongolia, afronta así la brutal realidad de la incomunicación y la locura. Tema este último frecuente en la literatura japonesa y que condujo al suicidio a Ryunosuke Akutagawa, uno de sus maestros e introductores junto a Junichiro Tanizaki y otros de la literatura occidental en la represora era Taisho, que comenzó en 1912. Como para sus maestros, para Kobo Abe la palabra representa las cosas y los hechos desde distintos ángulos, facetas y contradicciones y permite multiplicidad de lecturas e interpretaciones.  Sobre este principio, la lectura de Idéntico al ser humano nos transporta a velocidad de vértigo por una inquietante cinta de Moebius.
Sobre esta edición, cabe destacar la iniciativa de la editorial Candaya no sólo de abrir una puerta a la moderna narrativa japonesa, sino de introducirla traduciéndola directamente de su idioma original. Para este cometido ha contado con la valiosa colaboración de Ryukichi Terao, quien durante años residió en América Latina familiarizándose con la lengua castellana y que ahora ha traducido con gran sensibilidad esta obra de Kobo Abe, como antes tradujo otras de Ryunosurke Akutagawa y Junichiro Tanizaki.

jueves, 6 de mayo de 2010

LA ÚLTIMA ESTACIÓN DE TOLSTOI Y LOS DERECHOS DE AUTOR

Las novelas Guerra y paz y Anna Karénina, obras maestras del realismo novocentista, encumbraron a Lev Tolstói en los puestos más altos de la literatura universal.
Aunque perteneciente a la aristocracia rusa, su sensibilidad individual y social lo indujeron a acabar renunciando a los privilegios de clase y a sustentar ideas que generaron un movimiento seudomístico anarquista no violento que tuvo gran influencia en personajes como Mohandas Gandhi y Piotr Kropotkin. Coherente con su pensamiento, en los últimos años de su vida renunció a sus propiedades y a los derechos de autor sobre sus obras. Su esposa, la condesa Sofía Andreevna Bers, libró una encarnizada lucha hasta el final por preservar lo que consideraba un legado legítimo para sus hijos. 
Sobre esta cuestión trata la película La última estación, de Michael Hoffman, con Christopher Plummer, Paul Giamatti y Helen Mirrey. Tolstói, que se había convertido en vegetariano y célibe y se oponía al progreso tecnológico, acabó huyendo de su mansión cuando tenía ochenta y dos años. Murió en la estación de Astápovo, actualmente Lev Tolstói, el 20 de noviembre de 1910.