sábado, 31 de diciembre de 2011

LOS LOGÓCRATAS, George Steiner


George Steiner por Loredano




Los logócratas (Siruela, 2003, trad. María Cóndor), de George Steiner, instruye sobre la filosofía del lenguaje y de la lectura y de la meridiana toma de posición del autor ante la industria cultural en general y la editorial en particular. El conjunto de ensayos, la entrevista y el relato que componen este libro constituye una elevada y didáctica reflexión acerca de la conflictiva relación entre «gran cultura» y «cultura de masas», y también acerca de la importancia de la imaginación para el crecimiento espiritual de la humanidad.

George Steiner llama logótratas a los pensadores que creen que el logos, el alma hablante en lenguaje bíblico, es anterior al ser humano y por tanto atribuyen al lenguaje de modo implícito un origen divino, y al hombre el carácter de vehículo. GS, si bien considera que esta suposición conlleva el peligro de la deshumanización («in-humanismo») que subyace en todo discurso totalitario y que suele cristalizar en sistemas de la misma naturaleza, aprecia en esta doctrina el sentido trascendente del lenguaje que todo ser humano encarna y cuyo conocimiento exige un viaje al origen, que suelen protagonizar el filósofo y el poeta munidos de  honestidad y voluntad para escapar de los cantos de las sirenas y del farfullo fenomenológico del mundo. 
De esta actitud de GS, se infiere su mensaje de que ni siquiera los pensadores positivistas escapan a la logocracia a pesar de su insistencia en proponer el origen del habla y la evolución del lenguaje como una consecuencia de la división del trabajo como «parte de un continuum que abarca todas las formas de comunicación en las especies animales [...] y los códigos de comunicación pre o extraverbales...». 
La única certeza  que podemos tener, viene a decir GS, es que «el lenguaje y la humanidad son inseperables» y que sea su origen divino o natural es siempre «el necesario y justo instrumento de su [la del hombre] existencia social y política. Esta vinculación con la historia y con la política lleva a algunos logócratas, como Joseph de Maistre, a decir que hay una correspondencia entre la decadencia individual o social y la declinación del lenguaje. «Toda degradación individual o nacional es anunciada en el acto por una degradación rigurosamente proporcional del lenguaje», escribe De Maistre citado por GS.
Heidegger, el mayor de los logócratas para GS, el lenguaje es el ser mismo el que habla y por tanto «la casa del ser», de la cual el hombre es su guardián. En dicha morada residen las «palabras justas e inevitables» que constituyen la poesía y que han sido dadas al poeta para «que sea hablado» por el lenguaje a través del poema.  Los poetas y los filósofos son, para Heidegger, quienes están, como escribe GS, «a cargo de las pulsaciones de luz del logos», los que «escuchan el silencio de la paz en el lenguaje y le hacen eco» y, por tanto, todos los demás quedan excluidos de este tarea. Por esta razón «una sociedad de consumo, una tecnocracia populista o directorial, ahoga sus voces. Inevitablemente corroe las disciplinas intelectuales, los silencios de la atención y las convenciones del respeto a lo canónico, que son indispensables para la verdadera difusión de la excelencia poética y filosófica», apunta Steiner.
De aquí que considere que, en la sociedad contemporánea, dominada por el consumo y el farfullo verbal, escritores y poetas como Celan, Kafka, Faulkner, Musil, Borges, etc., ya no serían publicados. «La vida intelectual absolutamente pura, en este nivel de abstracción se ve atormentada por un hambre de acción, una irreprimible necesidad de rozarse con la plebe». Por otra parte, esa «hambre de acción» que limita el espacio de la vida intelectual también reduce el tiempo de los lectores que se ven impelidos a lecturas rápidas de obras que necesitan ser leídas antes de que caduquen sus contenidos «comprensibles» y, consecuentemente, desprovistos de sus facultades críticas y de la paciencia necesarias para obras de contenidos resistentes al tiempo.
Otras reseñas de Steiner en Mis [re]lecturas: Lenguaje y silencio y Gramáticas de la creación.

viernes, 23 de diciembre de 2011

STILL LIFE, Juan Vico

El poeta Juan Vico




Con Still Life (Servei de Publicacions de la Universitat Autònoma de Barcelona, 2011, Colección Gabriel Ferrater), Juan Vico logra un alto registro poético, con el cual se sitúa en un lugar prominente entre los jóvenes poetas españoles. Esta percepción se asienta en una poética intensa, estética y conceptualmente, que se proyecta con la madurez que exige el conocimiento de la condición humana.

El hecho de que Still Life haya obtenido el XXVIII Premi de Poesía «Divendres culturals 2011» ha servido para verlo publicado y que lo haya sido con una sobria y elegante edición. Pero más allá de este detalle, cuenta que el contenido revele la seriedad de la propuesta poética de Juan Vico, que parece denotar, junto a otros jóvenes de su generación, un posicionamiento estético que enlaza, a través de las lecturas de grandes poetas europeos y latinoamericanos, con una tradición española que ha permanecido más o menos sofocada por el peso del realismo desde el siglo XVIII en adelante. Una tradición que tiene como referencias las miradas místicas de Juan de la Cruz y Teresa de Ávila y la noción de «concepto» sobre el que giraron las obras de Góngora y Quevedo. Después, apenas algunas voces, como las de Miguel de Molinos, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez antes de que la Generación del 27 abanderara el renacimiento de una poesía que calaba más allá de la realidad evidente y proponía un orden metafórico ajeno al mecanicismo realista, pero que fue abortada en la Península por la Guerra Civil y la imposición del realismo como expresión rígida del poder hegemónico. Después, apenas si se dejaron oír [o les dejaron] algunos poetas, entre ellos José Ángel Valente y, ya más cercano, Antonio Gamoneda. Es precisamente en esta línea que se sitúan algunos jóvenes poetas españoles, entre los cuales Juan Vico destaca con sencilla naturalidad.
En el conjunto de poemas de Still Life, JV mantiene un serio y denso diálogo con los mitos, especialmente el órfico que moderniza para reivindicar la alianza terrena entre el lenguaje y la música y proclamar su necesaria renovación a través de la oralidad y el discurso racional, y con los maestros, cualesquiera sean sus disciplinas -plásticas, poéticas, cinematográficas- para acercar al lector al pálpito de una vida que, a pesar de la aparente quietud, late a este lado del abismo. Me miro en ese espejo mientras trato / de copiar los despojos de mi tiempo, / de salvar un recuerdo, una mirada, / la luz de un cielo más, de un cielo menos, escribe el poeta estos versos que por sí mismos constituyen un manifiesto poético y a la vez la radiografía de una realidad cuya degradación alcanza al espíritu mismo del tiempo. Un tiempo quieto, donde hasta los árboles se aburren y donde la escritura ni siquiera puede resistir a veces sin fragmentarse, sin desintegrarse en versos que articulan un poema astillado, como el bello Paul Klee en Túnez. Un tiempo, «un punto cero», inundado por la angustia del silencio y de la ausencia de la voz propia y de lo que se intuye tras la oscuridad que reflejan los espejos. Esos agentes que aquietan la vida.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

LOS CANÍBALES, Iván Humanes



La antropofagia como metáfora de la autodestrucción social constituye el nudo de Los caníbales (Libros del Innombrable, 2011), de Iván Humanes. Autor de una escritura tersa y tensa, como ya se apreció en su novela La emboscada, Humanes recrea un submundo oscuro que se manifiesta en la realidad cotidiana con una pasmosa naturalidad y cuyos estragos no son perceptibles hasta que es demasiado tarde.


Los cuentos reunidos en Los caníbales, no obstante su autonomía y su diversidad temática, tienen la virtud de conformar un universo en el que los personajes están en permanente tensión frente a la acción devastadora del mal. Éste se encarna a veces en extrañas criaturas que evocan antiguos mitos, desde los escandinavos hasta los lovecraftianos e incluso bíblicos, pero en general es una invisible acechanza, destructiva y autoritaria -un dios, un sistema- que gobierna las conductas y los pensamientos de los seres humanos hasta convertirlos en meros esclavos de sus designios. 
La literatura fantástica exige que las manifestaciones de lo oculto -lo fantástico, lo extraño- no se presente como una excepción del mundo, sino como parte de su naturaleza. Este principio, tantas veces olvidado, es respetado escrupulosamente por Iván Humanes en la misma medida que respeta la tradición literaria hasta el punto de dialogar libre y espontáneamente con los clásicos. 
A diferencia de otros autores para quienes la intertextualidad, noción apuntada por Bajtin y Kristeva, es saqueo, para IH es diálogo con los maestros (Lovecraft, Poe, Kafka, Borges, Cortázar, Calvino, Asimov, los anónimos autores bíblicos, escandinavos medievales, etc.). Un diálogo enriquecedor que abre nuevas ventanas y registros de la realidad proyectada por los sentimientos perturbados de los seres humanos que han sucumbido al miedo y a la incertidumbre y ante quienes se presenta un paisaje devastado por la crueldad. 
Son precisamente la crueldad y lo sagrado las pulsiones que denotan la intro historia de la humanidad y que estos cuentos manifiestan y describen con la tensión y precisión de una trágica partida de ajedrez. Un juego atroz en el que el olor de la corrupción y una contaminación apocalíptica obligan a los jugadores a refugiarse en el subsuelo, construir laberintos y elevar muros en los jardines y en los salones de los hogares convertidos en inútiles fortalezas, pues el mal convive entre ellos y los condena a devorarse entre sí.
Pero, en esta atmósfera agobiante, irrespirable y claustrofóbica del subsuelo, IH ha tenido la sensibilidad y la inteligencia de crear espacios alternativos, ventanas aleatorias, que, a través del humor [negro] y la ironía que permiten al lector [y al narrador] tener la distancia ficcional suficiente como para ahondar en el sentido último de la metáfora.
Con Los caníbales, Iván Humanes no sólo mantiene las características más notables de la prosa -precisión, sustancialidad- de su novela anterior, sino que se confirma como uno de los valores más firmes de la joven literatura castellana.

sábado, 26 de noviembre de 2011

BAJO EL SOL JAGUAR, Ítalo Calvino






En Bajo el sol jaguar (Tusquets, 1989, trad. Aurora Bernárdez), Ítalo Calvino, llevado su impulso poético, penetra en el territorio de los sentidos para desentrañar sus vínculos con el alma y el modo como ayudan al hombre a situarse en el mundo. Cada una de estas exploraciones representan asimismo una experiencia original que, a través de la escritura, envuelve al lector haciéndolo partícipe de ella.

Como explica Esther Calvino, en una nota aclaratoria, los tres cuentos que integran el libro, formaban parte de un proyecto iniciado en 1972 y en el que Calvino pretendía indagar sobre los cinco sentidos. Sólo pudo concretar tres antes de que lo sorprendiera la muerte en 1985 quedando pendiente no sólo dos cuentos, sino la forma y la articulación definitiva del libro. IC dudaba entre la posibilidad de añadir un prólogo ensayo, a la manera de Nuestros antepasados, o bien en forma de «marco novela», como Si una noche de invierno un viajero. A pesar de las circunstancias, estamos ante un libro de tres cuentos autónomos, cuya entidad alcanza para satisfacer las expectativas de todos los lectores, tanto de aquellos que ignoran la ambición literaria de Calvino, como de quienes la conocían.
El primero de los cuentos trata del olfato como ya se enuncia desde su mismo título, El nombre, la nariz. Aquí, la poesía de Calvino [nadie puede entrar en el laberinto del alma sin el estilete de la poesía] penetra en el sentido volátil y efímero del lenguaje con la pasión de un hombre que interpreta el olor como una huella de identidad. Monsieur de Saint-Caliste sigue el hilo de un perfume para hallar a una mujer desconocida que lo lleva ignorando que, al hacerlo, se perderá en «una escala de los olores» y será incapaz de discernir en qué dirección se orienta su recuerdo, pues «sólo sabía que en un punto de la gama se abría un vacío, un pliegue oculto donde anidaba el perfume que era para mí toda una mujer». El conocimiento de esa escala, que revela tanto la belleza como la corrupción y la muerte, fue lo que permitió al hombre de las cavernas distinguir la comida de la carroña, los amigos y de los enemigos y las hembras de la horda, cada una de las cuales «tiene un olor que la distingue de las otras». Ese olor particular por el cual el narrador -músico de un grupo de rock- es capaz de reconocer a la muchacha de Hampstead en medio de un amasijo de cadáveres, que es a su vez un montón de «vocablos inarticulados».
Y siguiendo el efluvio léxico, el poeta, Ítalo Calvino trasciende el espacio y pone al lector Bajo el sol jaguar y, ante una pareja que prueba, siente y vive la comida en México y, a través de sus papilas, de sus monólogos e incomunicación, lo hace trascender el tiempo devolviéndolo al estadio antropófago y sagrado del acto de comer y ser comido. «Ese canibalismo universal que pone su impronta en toda relación amorosa y anula los límites entre nuestros cuerpos y la sopa de frijoles, el huacinango a la veracruzana, las enchiladas...». Una escala sensible que Un rey escucha percibe como una nota en conflicto con el silencio, con el poder y con su soledad. Una nota que lo condena a ser victimario y víctima de la violencia política y de cuyo sonar -canciones, pasos, murmullos, disparos, tanques sobre la arena- nadie puede rescatarlo hasta que, convertido en «otro tú sin cuerpo que escucha esa voz sin cuerpo», «prisionero en una jaula de repeticiones cíclicas», comprende que «la obstinación en que se funda el poder nunca es tan frágil como en el momento de su triunfo.»
Los tres cuentos son, en definitiva, sendas piezas magistrales que, para serlo han exigido al autor aniquilar el argumento y liberar los sentidos de cualquier condicionamiento ideológico o intención preconcebida. Poco antes de morir, reflexionando sobre el libro que pretendía, Calvino escribió: «Hay una función fundamental, tanto en arte como en literatura, que es la del marco. Marco es aquello que señala el límite del cuadro y lo que está fuera de él: permite al cuadro existir aislándolo del resto, pero recordando a la vez -y en todo caso representando- todo aquello que del cuadro permanece fuera de él.»

sábado, 19 de noviembre de 2011

28010, Marta Agudo



Con 28010 (Calambur, 2011), Marta Agudo fundamenta el decir poético como código que domicilia la identidad en el mundo y cuestiona su dirección a partir del lenguaje, que aquí se revela materia maleable y corregible. Con este poema, la poeta construye su tiempo, su geografía a la vez que se reconstruye a sí misma como voz en un paisaje donde «la luz fracasa».

Juan Luis Panero suele afirmar que en estos tiempos que corren, el problema de muchos poetas, por no decir de la mayoría, es que no piensan. «Escriben versos, pero no piensan», dice. No es el caso de Marta Agudo, quien en 28010 no sólo piensa sino que hace de su pensamiento el móvil de una corrección, de una recreación que, desde el primer latido de la palabra, la devuelve al mundo. A la realidad perceptible del mundo. Partiendo de la idea de que la verdadera patria del hombre es el idioma, MA tiene la voluntad de hacer desaparecer todo vestigio de identidad individual, conduciendo condición temporal hacia el sumidero del yo, para descubrirse, sentirse libre, inocente -...en la explanada de la palma poder sembrar carteles, opúsculos, las cadencias de mi sintaxis o la precocidad de un niño...- y viva.
¿Qué fue primero, el nombre o el verbo? se pregunta MA y sobre esa incertidumbre levanta su poema como una desesperada voz, como una argamasa que pretende cubrir las junturas dúctiles, pero también las fracturas y contradicciones de una lengua, que es yo, carne consciente inferida de tiempo. Formulación de una sintaxis dislocada que se balancea con temerosa cadencia al borde del abismo. Una sintaxis ante el espacio que le revela su verdadera escala y su finitud.  
Entonces ¿hacia dónde trazar la fuga? Quizás la salvación está en los otros, pero al cabo comprende que en el signo «más» donde el conflicto y sobreviene la parálisis y la certidumbre de no hay rumbos ni decisiones...sintaxis de los prodigios, la relación del yo con sus restantes. Se desgastan las aceras y plagas acorraladas, infecciones aún por explorar, avalancha de vidas que sustentan el engranaje de este mecano de hombres bruscamente verdaderos. Milagro o astucia, ignoro las reglas y voy dando tumbos hasta casa. Cuando llegue patios abandonadas, memorias de oscuros exterminios, aunque, paredes adentro, hexágonos de miel. Este poema sintetiza magistralmente no sólo el sentido del libro, sino, sobre todo, ese estado del vivir con un radical sentimiento de extranjeridad existencial  que prolonga en la modernidad una tradición poética enraizada tanto en los poetas bíblicos de Sabiduría o el Eclesiastés, como en los poetas sufíes o los místicos españoles. Aunque, a diferencia de aquéllos, el creador de  MA ha sido despojado de su divinidad y se lo percibe luchando por corregir las torpezas sintácticas de su lengua.

sábado, 12 de noviembre de 2011

transAtlánticos


El poeta Dante Bertini ha cumplido con un trabajo importante y necesario para la literatura y la sociedad argentinas. En transAtlánticos, editado por el Consulado General de la República Argentina y prologado por María Kodama, reúne a cincuenta poetas argentinos, éditos e inéditos, que han residido o residen en Barcelona.

La compilación realizada por Bertini, para la que contó con el inestimable apoyo de cónsul Andrés Mangiarotti, radica, al margen de la mayor o menor calidad de las aportaciones poéticas, en su carácter integrador, que salva las tentaciones de capillismo -estético, político, clasista, etc.- que suelen menoscabar este tipo de obras. Aunque la poesía no es en sí misma democrática ni tiene vínculos con el sentimentalismo bienintencionado, el libro conseguido por D.B. tiene la virtud de ofrecer un espectro totalizador de las pulsiones emocionales que llevan a muchos a sentar por escrito y en forma de poemas las percepciones que se tienen del mundo y de los seres humanos y, en este caso, del éxodo sufrido por miles de argentinos. Y este es un elemento de vital importancia porque representa el común denominador de la producción reunida en transAtlánticos en la medida que expresa un desgarro del lugar original. Un desgarro que parte en dos el corpus cultural y biográfico de los desterrados, ya sean exiliados políticos o emigrados económicos, pues siempre hay una violencia de fondo en esta clase de trasterramientos. En tales situaciones, la poesía traduce no sólo ese desgarro sino, y aquí se aprecia en la mayoría de los poemas recopilados, el anhelo de no olvidar la pertenencia a un lugar y a una historia que forman parte de la identidad de cada uno de los extrañados del país natal. 
En este sentido, el trabajo de D.B. se manifiesta como expresión de ese anhelo y queda como una voz colectiva de quienes no quieren olvidar y, lo que le confiere cierto dramatismo, tampoco ser olvidados. En cierto modo, en el imaginario social de la Argentina los desterrados tienen algo de fantasmas del pasado. Pero estos fantasmas son personas de carne y hueso que reclaman su sitio como ciudadanos de pleno derecho. Los cincuenta poetas transatlánticos son la memoria viva de una tragedia y de las secuelas de esa tragedia que, a través de sus poemas, emergen como una isla oceánica que, cualquiera sea la distancia, siempre estará en el mar territorial argentino. En su cultura y en su literatura.
Podría nombrar a algunos poetas o citar algún verso, pero de hacerlo sería desvirtuar la naturaleza de transAtlánticos y la idea fundamental de que todos somos uno.

sábado, 5 de noviembre de 2011

TÚ ME ACARICIASTE Y OTROS CUENTOS, D.H. Lawrence




D.H.Lawrence con Frieda Weekley
Tú me acariciaste y otros cuentos, de D. H. Lawrence (Debolsillo, 2007, trad. P. Mañas, M.Covián, A. Eiroa, V. Fernández Muro, R.G. Salcedo y R. Parramón), es una magnífica edición en la que originalmente trabajaron los profesores James T. Boulton y Warren Roberts para la Cambridge University Press a partir de mecanoscritos, pruebas de imprenta y primeras impresiones «para intentar restaurar al máximo, no sólo los párrafos censurados impunemente, sino la puntuación original del autor», como afirman los editores de la presente edición, prologada por Pilar Mañas.

La lectura de los veinticinco cuentos que componen Tú me acariciaste y otros cuentos supone una bella experiencia espiritual e intelectual. D.H.Lawrence pasa por ser uno de los autores británicos más controvertidos de las primeras décadas del siglo XX debido al tratamiento que ha dado a las relaciones entre hombre y mujer, a la sexualidad y a los efectos alienantes de la sociedad industrial. Si bien es más conocido por su célebre y, en la época de su publicación, escandalosa novela El amante de Lady Chaterley, ha sido su novela Mujeres enamoradas, sus poemas y, sobre todo, sus cuentos los que le han dado un perfecto encaje en la tradición literaria inglesa y un lugar relevante en la literatura universal.
David Herbert Lawrence fue un hombre y un escritor inconformista, inteligente y sensible. Una suerte de espíritu libre, que asumió sin complejos ni reticencias, sus contradicciones. Sus cuentos, elaborados a partir de una aguda observación de las conductas condicionadas por el medio y las circunstancias, constituyen historias tan simples como intensas. Pero no se trata de una intensidad sostenida por la acción o una dinámica precipitada de los hechos y las causas, sino por la poesía que, para revelar las ocultas motivaciones que llevan a los personajes a actuar de determinados modos, hace inútil cualquier registro argumental. Cuentos como La media blanca, Olor a crisantemos, El oficial prusiano, Tú me acariciaste, La hija del tratante de caballos o El ciego, por señalar sólo algunos, son de una gran hondura humana. En ellos, el alma de los personajes queda al desnudo y casi puede verse en ella, como en un mapa anatómico, la red nerviosa que componen los sentimientos que la sostienen en su andadura humana. 
No es, sin embargo, lo que los personajes sienten lo que interesa realmente a Lawrence, sino lo que los seres humanos son. El sentir como latido de la vida. Al respecto hay un pasaje revelador en Olor a crisantemos, cuando la mujer del minero muerto le lava su cuerpo, acción que por otra parte tiene un simbolismo purificador y la voz narrativa que la suplanta dice: «La boca del hombre estaba hundida hacia atrás, ligeramente abierta bajo el bigote. Los ojos, a medio cerrar, no parecían vidriosos en la oscuridad. La vida con su humeante brillo se había alejado de él, le había dejado separado y totalmente ajeno a ella. Y ella sabía cuán extraño le resultaba. En su vientre sentía un miedo helado por este alejado y extraño ser con quien había vivido como en una sola carne. ¿Era esto lo que significaba todo?» 
Aunque, en su época, los pacatos de la sociedad posvictoriana lo tildaron de pornógrafo y las feministas, entre ellas Virginia Woolf, cuya prosodia poética no era diferente a la de él, lo acusaron de machista, la  obra literaria de Lawrence, sustentada en su experiencia y en su libre  forma de pensar y escribir, constituye uno de los pilares más firmes de la moderna literatura inglesa.

sábado, 29 de octubre de 2011

EL SAQUEO DE LA IMAGINACIÓN, Irene Lozano
















La sensación de caos y derrumbe generalizado que vive hoy el ser humano no sólo es consecuencia de la crisis económica mundial, sino de una crisis mayor producto del trastocamiento de los valores esenciales que rigen la conducta humana individual y social. El saqueo de la imaginación (Debate, 2008), de Irene Lozano entra de lleno en la naturaleza de esta situación a través de un inteligente análisis del lenguaje y la manipulación que el poder hace de él.

El saqueo de la imaginación, que lleva por subtítulo «cómo estamos perdiendo el sentido de las palabras», es una seria advertencia al ciudadano sobre las causas y las consecuencias de la tergiversación del significado de las palabras a través de un discurso político insidioso potenciado por la mayoría de los medios de comunicación. Ese discurso que Jorge Majfud, en su «teoría política de los campos semánticos» califica de narración invisible, se articula mediante ideoléxicos, como él llama a las construcciones semánticas y valoraciones ideológicas que desplazan el significado original de las palabras.
Lozano entra en este campo minado por la ambigüedad y la unidimensionalidad ideológica implementada por el poder político llevando al extremo la aplicación de lo que Marcuse y otros miembros de la Escuela de Frankfurt llamaban «razón instrumental». Es aquí donde las palabras no dicen lo que deberíamos entender que dicen, sino lo que quieren que digan aquellos que las pronuncian. «Una propaganda que no se percibe como tal», escribe Lozano, que supedita la política a la economía y los intereses de la humanidad a los intereses materiales de la elite económico-financiera para imponer mediante un «marketing de la liberación» los patrones capitalistas del neoliberalismo.
Tras la caída del bloque comunista, el orden capitalista burgués, que se asienta en el poder de la riqueza, ha acelerado peligrosamente la descomposición de la sustancia ética que alienta la vida social e individual de la comunidad y es por el cauce de este proceso que discurre lo que Irene Lozano llama «el rumor de las palabras envenenadas» que corrompen y saquean la imaginación de las personas. De este modo, ese rumor crea una meta realidad en el imaginario social que no se corresponde con la realidad fáctica del mundo ni con la realidad histórica de las palabras. En la medida que somos lo que hablamos, el desplazamiento del significado de las palabras pone en entredicho la identidad del individuo. Y este individuo que ha perdido sus referencias, cuya identidad es puesta en tela de juicio permanentemente, acaba por ser una sombra humana que balbucea un lenguaje desgarrado por la violencia hegemónica de un poder que, retroalimentándose, parece haberse emancipado de la clase dominante que lo creó evocando la proyección futurista de Hall, el ordenador de 2001: Una odisea en el espacio, o la de las máquinas de Terminator. Pero, al margen de esta consideración apocalíptica, Irene Lozano descubre los mecanismos que corrompen el sentido de las palabras y pone de manifiesto el peligro que supone para la civilización humana  el saqueo de la imaginación.

sábado, 22 de octubre de 2011

UNA HABITACIÓN EN ROJO, J.R. Mansilla

Carlos Morales, Juan Ramón Mansilla y Antonio Tello

Una habitación en rojo, de Juan Ramón Mansilla (El toro de barro, 2011), representa un lúcido y arriesgado abismarse en la realidad poética de lo cotidiano; en esa realidad donde quedan filtradas las dudas y las preguntas, los dolores y las angustias del día y de los días. Desde la intimidad de esa habitación teñida por el  fauvismo de Matisse, Mansilla desnuda su alma y su poema.

Un poeta -no hay grandes ni pequeños, sino verdaderos o falsos- se distingue siempre por la autonomía de su voz y la de Mansilla en Una habitación en rojo -en magnífica edición de Carlos Morales para El toro de barro-, suena limpia e inconfundible haciendo que su tono confesional trascienda de las cuatro paredes al  espacio abierto por esas «ventanas que dan al levante», a través de las cuales podemos ver puentes doblados «como latas de cerveza», la explosión de una nube y sentir que una voz te dice que «toda la vida cabe en una vida» y que la muerte «es una patraña». 
Desde ese lugar, paradójicamente íntimo y abierto, J.R.M. funde su lenguaje descarnado con el lenguaje del poema y se sostiene en él, vive en él, con el esplendor y la fugacidad de la vida acotada por el abismo del silencio y el olvido. «Una mujer camina en la noche. / ¿Hacia un lugar? / Se detiene. / Sus pasos avanzan / aunque nadie escuche. / Salvo tú. Salvo yo.» Es así que la voz de quien pregunta, de quien habla al otro es señal y síntoma del vivir y reconocerse en el mundo, aunque la sensación de la conciencia diga que somos parte de un sueño y en el sueño una araña o una mosca, una vida diminuta a punto de devorar o ser devorada hasta que la luz nos salva o nos falsea con la ilusión del ser. En esa disyuntiva sólo el poema, es decir, la voz que nace de las entrañas del ser, aparece como tabla de salvación, de refugio y protección ante la soledad o la angustia que nos atenaza. Y allí, en ese lugar íntimo y abierto, la sensación de placer de un cigarrillo, del aroma de un café, el vuelo de los pájaros, el sonido de unos pasos tras los cuales ronda el amor o la muerte deviene conciencia del vivir cotidiano, doméstico, real. Todo eso que es la vida y que al final, cuando eres capaz de balbucear lo que has vivido, dices, te dices, «has visto / las grullas / que retornan / y pides un poema / para ir / y no volver».

domingo, 16 de octubre de 2011

NUEVE CUENTOS, J.D. Salinger



Los Nueve cuentos, (Alianza Editorial, 2009, trad. Elena Rius) constituyen una muestra significativa y quintaesenciada de la narrativa de J.D. Salinger y de las aproximaciones que hace sobre el desconcierto existencial del individuo en la sociedad moderna. Su [re] lectura sitúa al lector en la perspectiva de quien comparte ese desconcierto y atisba el horizonte desde una plataforma frágil e inestable.

Como muy bien lo señala Kenneth Slawenski en su excelente biografía, Salinger lleva una vida oculta no por voluntad de ocultamiento sino por dificultad para encontrar los códigos adecuados para comunicarse con los demás, en el sentido y en el modo en cómo él quiere comunicarse. En realidad no se trata de algo que atañe a su conducta individual, sino a una forma de ver y entender la vida que se hace más evidente en él desde su traumática experiencia durante la Segunda Guerra Mundial. De aquí que no deba pasar desapercibido para el lector el epígrafe de Un Koan Zen con el que se abre Nueve cuentos: «Conocemos el sonido de la palmada de dos manos, pero ¿cuál es el sonido de la palmada de una sola mano?». Esta es la pregunta que atraviesa el libro desde ese cuento magistral que es Un día perfecto para el pez plátano, centrado en la conversación telefónica de Muriel y su madre, y el encuentro entre Seymour Glass y una niña en la playa, hasta  El período azul de Daumier-Smith. Aunque parezca redundante señalarlo en relación a Salinger, es su maestría estilística la que permite penetrar en el carácter de los personajes y sentir el pálpito, la agitación que conmueve sus cuerpos y sacude sus almas. Superado el desconcierto adolescente de Holden Caulfield -protagonista de El guardián entre el centeno-, Salinger expresa a través de la familia Glass, en particular de Seymour Glass, las secuelas que han dejado en su espíritu las vivencias del horror y que lo llevan a un callejón sin salida. Sin embargo, no es este sentimiento de derrota lo que pretende transmitir, sino otro que justifique la existencia del ser humano más allá de los egoísmos personales, las bajezas, las traiciones y las contingencias del dolor y de la muerte. Significativo es en este sentido Para Esmé, con amor y sordidez, y, sobre todo, ese otro cuento maestro que es Teddy, cuyo protagonista, un niño superdotado que cree serlo porque tiene conciencia de su reencarnación, acepta la muerte como parte del mecanismo que rige el orden del universo. 


domingo, 9 de octubre de 2011

EL LECTOR, Pascal Quignard



Pascal Quignard indaga en El lector (cuatro.ediciones, 2008, trad. Julián Mateo Ballorca) sobre la condición y la naturaleza del lector y de la lectura. El escritor francés, uno de los más importantes y a la vez uno de los más desconocidos para el gran público, de la literatura europea actual, dinamita con su estilo fragmentario la tiranía del argumento comprometiendo al lector en la construcción de un texto tan denso como atractivo.

El lector, si bien puede leerse como una unidad autónoma, es un libro que multiplica su sentido y su alcance en su relación con la totalidad de lo escrito por Quignard y, en particular con su Retórica especulativa (El cuenco de plata, 2006), porque siguiendo el consejo de Joseph Jouvert, no escribe un libro sino una obra. En este sentido, son de gran ayuda el prólogo y las notas de Julián Mateo Ballorca, su excelente traductor.
El libro, ese «mundo en falta», como dice su misterioso narrador,es acaso el mismo lector que narra la historia de un lector que desaparece, que se esfuma, para captarse «sentado fuera del tiempo». Es así como empieza una secuencia fragmentada de incidencias, reflexiones y especulaciones que implican al lector y a su yo en la tarea de narrar a través de una voz que es reminiscencia de ese yo anterior ligado a la «pura audición», como apunta M. Jalón, su editor, que «está en la base de la lectura silenciosa». 
El lector que se entrega con pasión a la lectura es un yo que desaparece «devorado por los libros» zozobrando «en la totalidad de una lengua» para convertirse en el hacedor, el héroe, el protagonista de un mundo desconocido. Una experiencia excitante, pero también peligrosa y también decepcionante cuando se enfrenta a los «artificios de un mundo que no es el mundo». Una decepción, añade el narrador, «ante juegos de una lengua en los cuales la lengua no se consume por entero» y que se agrava con la muerte solitaria. La muerte, el silencio, donde el yo se descubre impotente para significar, porque el «silencio nada significa. Nada en silencio responde por el silencio». Pero si el silencio de la lectura «zumba en sus oídos, late en sus sienes, acelera el movimiento de su corazón es que hace sonar el eco con el grito del abandono. Si el lector está mudo, es por ese grito apagado, que fomenta la angustia, que reaviva el dolor de Dios».
Finalmente el lector aparece como un fantasma, como una huella de vapor. Una creación del escritor, quien es a su vez todas las lecturas, que fracasa en su intento de alcanzar ese mundo al que lleva la lectura y que se aleja «en el momento de leerlo». La lectura es ese estado, viene a decir Pascal Quignard, «donde la biografía del lector perece, pasa a la neutralidad y a la muchedumbre de "otro" que no es del mundo. Donde la ficción del mundo se desdobla en la ficción de su vida» y la existencia se concentra en «un pequeño volumen rectangular de papeles cosidos, cerrados, y se mide por la tristeza que asalta al lector una vez que el libro ha sido leído».

jueves, 29 de septiembre de 2011

ORLANDO, Virginia Woolf



La lectura de Orlando (Edhasa, 1968, trad. Jorge Luis Borges), de Virginia Woolf supone una experiencia gratificante que lleva al lector al corazón mismo de la ironía, de la historia, de la poesía, del tiempo y de la desazón existencial. Virginia Woolf se aventura con inteligencia y sensibilidad en un bosque donde la magia de la verdadera naturaleza humana prevalece y desnuda los prejuicios que condicionan la vida y los roles de los individuos en la sociedad.

Si bien el punto de partida es una sátira al género biográfico, tan de moda en la Inglaterra victoriana, pronto Virginia Woolf se deja llevar por el impulso poético y hace que su andrógino Orlando, pariente próximo de los Orlando de Ariosto y Boiardo que evoca la figura de su amiga Vita Sackville-West, se convierta en una irónica fantasía que trasciende los límites temporales de la vida humana y la identidad sexual. Son muchas las lecturas que sugiere este libro original que en su época supuso un  cuestionamiento directo a los prejuicios sociales y culturales, al rol consagrado de los sexos y la intolerancia. 
«Él -porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo- estaba acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas». Con este fulgurante inicio, uno de los más bellos y sugerentes de la literatura universal, Virginia Woolf sienta las reglas de una narración pletórica de ironía, crítica, sombrío humor y desesperado amor a la libertad. Orlando es un joven que durante un par de siglos mantiene su condición de varón hasta que cierto día, después de un largo sueño, despierta convertido en mujer. Sin embargo, nada cambia para el lector, quien sigue percibiendo el mismo personaje y nada cambia tampoco en él como persona, pero sí el modo de relacionarse con los demás. Es el momento en que el proceso de desmitificación de la sociedad de su tiempo que ha emprendido V.W. alcanza su punto culminante. Todos los tabúes y prejuicios que condicionan y alteran la vida cotidiana de hombres y mujeres quedan expuestos y tramados en una composición donde vibra la vida en toda su complejidad. Un tapiz tendido sobre un tiempo y un espacio al final vencidos por un carácter esencialmente humano.


lunes, 19 de septiembre de 2011

MAÑANA, Carmen Borja

Carmen Borja




















En Mañana (Icaria, 2011), Carmen Borja logra uno de los momentos más elevados de su creación poética y expone con sensibilidad, lucidez e inteligencia lo que su alma entrevé en los confines del abismo que la rodean. Este es un libro en el que la belleza se comporta no tanto como una expresión estética sino como la poderosa y arrebatadora fuerza que da aliento a la vida.

Borja, como quien huye, se adentra en el tiempo cíclico teñido de religiosidad y tristeza, que ella evoca a partir de Mañana de Pascua, lóbrego cuadro del romántico Caspar David Friedrich, para bucear en los pliegues del alma - donde está la gran intuición, la semilla. / El amor sin muerte.- y alcanzar algún conocimiento de la condición humana. Nikos Kazantsakis, cuyos restos se hallan enterrados en la muralla de Heraklion, Creta, bajo un epitafio que reza «No espero nada. No temo a nada. Soy libre», decía que la vida era un destello de luz entre la oscuridad de dos abismos. Carmen Borja no parece adentrarse en las tinieblas, como sugiere el cuadro de Friedrich, sino en la vida atormentada por la oscuridad de ese mañana que irremediablemente llegará y que anticipan las palabras millonesdecadáveres o el roce de un ángel  situando al ser humano ante la tesitura de elegir de nuevo si quiere que la luz lo ilumine hasta ese instante de felicidad que justifique su existencia abrazado a la vida sin traición
Como en su libro anterior - Libro del retorno (Lumen, 2007)-, donde el poema es la cima de la torre  que representa un «momento epifánico», Carmen Borja insiste pero lo expresa mediante un misticismo más agnóstico y también más hondo y genuino donde casi podemos ver arder la llama que te quema, porque aquí, en Mañana, el poema es otra dimensión del lenguaje, que si bien no puede responder las preguntas esenciales, porque en definitiva es creación humana, sus signos representan el fragor del mundo, el secreto, misterioso hálito de la vida. Donde nuestra tierra gira ensoñando belleza.
También merece una mención la sobria y cuidada edición de Jesús Ortiz Pérez del Molino y en la que han colaborado Josep Bagà en el diseño de cubierta y Joan Cruspinera con la ilustración.

domingo, 11 de septiembre de 2011

PUNTO OMEGA, Don DeLillo



Punto Omega (Seix Barral, 2010, trad. Ramón Buenaventura), del escritor estadounidense Don DeLillo es una novela fascinante que lleva al lector ante el soberbio espectáculo del cataclismo del tiempo y la muerte cósmica de la conciencia humana. Una reflexión poética de la vida alejada de la realidad y situada frente a la especulación conceptual por quienes pretenden reducirla a palabras -falsas palabras- que constituyen el farfullo del mundo.

Con una escritura despojada de todo ornato y un estructura narrativa igualmente desnuda, Don DeLillo vivisecciona la conciencia ética de su país a través de un personaje, Richard Elster, ex asesor del Pentágono para la guerra de Iraq que se refugia en el desierto de Arizona para hallar la «verdadera vida», esa que «ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos...». De un modo desconcertante, un personaje anónimo, que finalmente acabará entrando, como una subrepticia sospecha, en el desenlace de la novela, descubre al lector la onda expansiva  del tiempo que se desintegra a través de una instalación, Psicosis 24 horas, que se expone en el MoMA de Nueva York, y luego un joven cineasta - Jim Finley-, que también ha llevado a Elster al museo, va al encuentro de éste con la intención de hacer una película sobre su vida en la que la cámara sólo captará un plano y sólo se oirá su voz el tiempo que el protagonista quiera. 
Con esta sencilla puesta en escena, los dos hombres, a los que luego se sumará Jessie, la hija de Elster, hablan de la vida que se escapa y de la «guerra haiku», una guerra «en tres versos» que revela qué hay más allá de lo transitorio que la conforma. Elster la desea porque ha comprendido el engaño de las palabras y la imposibilidad de oírlas desde dentro de ellas mismas, como hacía su hija de niña repitiéndolas y moviendo los labios cuando los demás hablaban. La película de Hitchcock pasada a dos fotogramas por segundo  representa para él una experiencia conmovedora en la medida que la interpreta como una metáfora de la muerte del Universo. Una fuga del tiempo que lleva al yo consciente hacia el punto omega, donde la conciencia se contrae y, de no ser «un supuesto del lenguaje», se abre «hacia una idea exterior a nuestra experiencia». Pero lo que no saben Elster ni Finley es que también ellos han caído en la trampa de lo conceptual y que la realidad no tardará en golpearlos de una manera brutal.
Punto omega es una pequeña obra maestra que justifica el rango de la literatura estadounidense. Una metáfora de la existencia humana, de la fugacidad del tiempo y del valor de la vida humana que mueve a la reflexión. Al mismo tiempo, es una novela que reivindica la complejidad del texto y la potencialidad semántica de las palabras como recurso poético que pone en evidencia a quienes reivindican un tipo de literatura sostenida en la acción, el argumento y las consabidas estupideces con que discursean tantos editores españoles e hispanoamericanos para justificar la copia de los catálogos anglosajones, su pobre personalidad y su pacata servidumbre al mercado.

domingo, 4 de septiembre de 2011

TRIVIUM, Enrique Badosa



Trivium (Editorial Funambulista, 2010), reúne la poesía que Enrique Badosa ha escrito entre 1956 y 2010 haciendo manifiesto homenaje a uno de los poetas españoles más lúcidos y brillantes de la generación de los años 50. La rica biografía de un hombre que, como revela Joaquín Marco en un pormenorizado postfacio, dice carecer de biografía.

La edición de Trivium constituye un verdadero acontecimiento editorial no sólo por el esfuerzo en la publicación de un libro de poesía de este volumen -casi 1.200 páginas- en tiempos de crisis económica, sino por lo que tiene hoy de reivindicación de una obra poética mayor. Una obra sólida que se inicia con Más allá del viento, libro que pone de manifiesto una singular sensibilidad para revelar el latido humano en la naturaleza y demás cosas del mundo, y ese sentimiento de desconcierto existencial que busca sostén en una religiosidad diáfana en la que se oyen ecos de la tradición mística española del siglo XVI. Es sobre esta sutil materia que Enrique Badosa levanta su edificio de tiempo y esperanza - El roce de las horas que nos llagan la frente, / abrirá cauces vivos para la flor ausente - a modo de refugio frente a la ineludible contingencia del silencio ante el cual opone su Canto de las cinco estaciones. Un canto cuya secuencia  culmina con esa «estación ausente» que se solapa - ¿Quién regará los campos que ayer abandonabas? - tras el ciclo natural de la vida. No es superfluo acotar aquí que los cimientos de la casa de Badosa se hunden en el sustrato romance y clásico greco-romano, de aquí el cultivo de silvas, epigramas y sonetos, para configurar una cartografía existencial y poética única, una exploración geográfica  y espiritual recogida en sus cuadernos de viaje y que alcanza un punto poético culminante en el bellísimo Mapa de Grecia, donde dice de Esparta que De noche, hasta en verano bajan fríos, / los aires del Taigeto..., y en el no menos bello Cuaderno de Teotihuacán, de cuya Pirámide de las inscripciones dice: Con sol de amanecer lavo mis ojos, / me desnudo y me amparo / en la penumbra azul de agua y de piedra, / siento cercanas todas las palabras / de la serenidad, / y nunca más he de volver a ver / mi rostro en un espejo de serpientes.

lunes, 18 de julio de 2011

CUENTOS DE AMOR DE LOCURA Y DE MUERTE, Horacio Quiroga



 Volver a la lectura de grandes maestros, en este caso del cuento, tiene la virtud de poner al lector ante una perspectiva nueva. La de Cuentos de amor de locura y de muerte (Reysa Ediciones, 2005), de Horacio Quiroga es la que le revela la evolución estilística en paralelo a la progresión de una vida signada por la tragedia.

Cuentos de  amor de locura y de muerte, título al que se ha respetado el deseo del autor de no colocar la coma, constituye un extraordinario punto de partida para comprender el mapa creativo de América Latina y la densidad de las pasiones en íntima vinculación con las manifestaciones de la naturaleza, así como con lo mágico y lo extraño. 
El uruguayo Horacio Quiroga bebió inicialmente en las fuentes de los simbolistas franceses y a través de ellos, en particular de Charles Baudelaire, de Edgar Allan Poe, con quien compartió el gusto por el terror y la sangre. Cuentos como La gallina degollada o El almohadón de plumas son claramente deudores del maestro de Boston. Pero más allá de estas inclinaciones hacia la violencia y lo oculto, Horacio Quiroga evoluciona progresivamente de su adhesión modernista hacia un tipo de realismo en el que se centra en los mecanismos de los sentimientos y la conducta humana y los factores azarosos que intervienen en ella. 
En La muerte de Isolda, no obstante su fuerte componente romántico, el protagonista no puede evitar que el azar lo enfrente a un antiguo y despreciado amor y descubra el alcance de su error. En la Insolación o A la deriva, cuento este último cuyo drama resuelve mejor en El hombre muerto, que no figura en este volumen, es la naturaleza -que se manifiesta a través del sol y de una serpiente respectivamente-  los protagonistas se enfrentan a la muerte con tiempo suficiente como para que puedan reconocerla y aceptarla y aceptarse como partes del ciclo de la vida. La maestría de Quiroga, en estos y muchos de sus cuentos, es situar al lector en la misma posición del protagonista y no ver ni sentir otra cosa que lo él ve o siente. En esa particular situación, el lector puede experimentar las vivencias del individuo en condiciones extremas y la dura lucha entre la voluntad y la razón, y entre el azar y la naturaleza.


Foto: A.T. ante el busto de Horacio Quiroga en su casa museo de San Ignacio Miní (Misiones, Argentina)

martes, 28 de junio de 2011

J.D.SALINGER, Kenneth Slawenski

Kenneth Slawenski, un devoto lector de J.D.Salinger, como lo son casi todos sus lectores, mantuvo durante siete años una página web que se convirtió en la fuente más importante y fiable acerca de la vida y la obra del escritor estadounidense. Su biografía, J.D.Salinger. Una vida oculta (Galaxia Gutenberg, 2010, A Live Raised, trad. Jesús de Cos), es un minucioso e inteligente estudio que revela la dura lucha social y personal de uno de los mayores autores de la literatura anglosajona del siglo XX.

Con admiración y respeto, pero también sin concesiones, Kenneth Slawenski aborda la complejidad de sentimientos que convirtieron a Jerome David Salinger en un extraordinario escritor, tan «literario» como entrañable para millones de lectores de todo el mundo. Esos lectores que supieron comprender y sentir lo que sus editores no comprendieron o no supieron ver, tan apoltronados, como siempre, en sus torres de soberbia y mercantilismo. Son muchos los elementos que hacen de esta biografía del autor de El guardián entre el centeno un libro interesante, pero sobre todo vale la pena destacar su carácter de lección para muchos jóvenes escritores o aspirantes a serlo. La narración de la vida de Salinger, más allá de las peripecias personales, que lo llevan a ingresar en el Ejército, participar como agente de contraespionaje en el desembarco de Normandía y la invasión de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, resulta aleccionadora en tanto revela la fuerza de su vocación. De no ser por esa fuerza y la convicción absoluta de la valía de su escritura, aunque oscilase entre lo «comercial» de las revistas «satinadas» y lo «serio», que le exigía The New Yorker, Salinger no hubiese podido resistir tantas humillaciones y descalificaciones sobre su modo de escribir y ese tipo de excusas tan insidiosas que suelen ofrecer los editores, como que «su escrito es tan bueno, que sólo tendrá muy pocos lectores». Inicialmente El guardián...estaba previsto que fuese publicado por Harcourt Brace, pero su director pretendió que lo reescribiera para hacerlo más comprensible.  Slawenski relata de este modo la pusilánime confesión del director editorial obligado por el vicepresidente de la misma a pedirle a Salinger semejante cosa: No me di cuenta del gran apuro en que me encontraba hasta que Reynal [el vicepresidente] lo leyó. Preguntó: «¿Se supone que Holden Caulfield está loco?». También me dijo que había entregado el manuscrito a uno de nuestros editores de libros de texto para que lo leyera. Yo le dije: «¿Qué tienen que ver los libros de texto con esto?». «Va sobre un estudiante de preparatoria ¿no?» El editor de libros de texto entregó un informe negativo, y así terminó el asunto».
Kenneth Slawenski analiza asimismo el carácter conflictivo del autor a medida que madura, especialmente durante su experiencia en la guerra, y cómo va encauzando esa energía hacia una espiritualidad próxima al zen que sustenta sus mejores creaciones, en la que las acciones cotidianas y más sencillas cobran una dimensión que desnuda el alma de los personajes y hace más factibles su identificación con los lectores. 

lunes, 20 de junio de 2011

EL ARPA DE HIERBA, Truman Capote

Capote visto por Fernando Vicente
  

Con Arpa de hierba (Argos Vergara, 1980, trad. Joaquín Adsuar), publicada originalmente en 1951, Truman Capote se consolidó como una de las voces más originales de la literatura estadounidense. Su lectura en estos tiempos desdice la argumentación de los defensores del dirty realism y la «literatura de mercado» devolviendo al lector a la edad de la inocencia poética.

El arpa de hierba es una novela de escasa trama que sostiene toda su tensión y virtualidad en una estructura poética cuyo influjo alcanza el carácter y la naturaleza de los personajes y sus íntimas historias. Ya su inicio es una especie de «érase una vez...», que se traduce en la metáfora de las voces de una pradera como narradoras de las historias de las gentes del pueblo, que el adolescente y huérfano Collin Fenwick, asume para narrar desde ella la historia de sus primas solteronas -Dolly, de quien se confiesa enamorado, y Verena, y de su singular criada negra, Catherine-, y de las gentes del pueblo.
La tersura de la narración y el trato lírico con la prosa son fundamentales para un clima que es en sí mismo una prolongación de la tradición literaria del profundo sur estadounidense, uno de cuyos maestros más notables fue sin duda William Faulkner. Capote, es posible, renuncia intencionadamente a la complejidad y sino trágico de los personajes de este maestro para exponer un fresco vitalista y esperanzador acerca de la gente, aunque las traiciones y torpezas de algunos y la incomprensión del acontecer del mundo parezcan indicar lo contrario. La misma visión de una mujer mayor acompañada de su joven primo, su amiga negra que se cree india yéndose a vivir a una casa construida en un árbol, a la que también acuden un viejo juez y un joven con un historial de niño maltratado, sitúan al lector ante la disyuntiva de aceptar la inocencia y el amor como arma  inefable contra la violencia y la intolerancia de una sociedad tan humana como prejuiciosa, o entregarse a la indiferencia acomodaticia.
El arpa de hierba sin ser una novela mayor propone un camino que hace que el lector se pregunte qué hubiera podido crear Truman Capote de haberlo seguido en lugar de prestar su talento a la tentación de un éxito más mundano y práctico, como le posibilitaron Desayuno en Tifany's y, sobre todo, A sangre fría, novela ésta con la que inauguró la  non-fiction novel.

domingo, 12 de junio de 2011

LEVE SANGRE, Jeannette L. Clariond


Jeannette L. Clariond, quien acaba de publicar en España Leve sangre (Pre-Textos, 2011), es una de las poetas mexicanas más relevantes de la actualidad. La claridad y densidad de sus versos sostienen una poética que se si bien posa su mirada en la remembranza y en lo cotidiano se eleva hacia una búsqueda mayor que haga más comprensible la realidad del mundo.

Jeannette L. Clariond, de quien se dice que tanto como poeta, traductora y ensayista, ha fijado su atención «en el mito como elemento estructurador del ser y la cultura», construye su poema con esa referencia, pero su voz suena con la delicadeza y la fuerza de quien se sabe dotada para afrontar una experiencia mística que le revele la  compleja luz de la verdad. Su voz es la brisa, acaso ese «viento desnudo» que le enseña la duda - ¿es real que la tarde se vacía? / La poesía es ausencia de agua, puerta / que abre otra puerta y una más- y la soledad -amé creyendo en el abandono-, pero también es la evocación, el tiempo, esa memoria [que] llena sus vacíos, porque es su mirada la que da sentido a su existencia, la que llena la tarde. Clariond parece saber, y así lo hace constar en Leve sangre, que su existencia es esa levedad que le da la conciencia de ser en el espacio y en el tiempo, memoria que la sitúa ante los sentidos y la experiencia de los sentidos. Si es cierto que al crepúsculo todo tiene su hora, entonces vi / un ánsar borrarse en la niebla, ... Ver, sentir y preguntar - ¿Qué se busca? ¿Qué alcanza en su límite la llama?-, porque el ser humano no sólo es ser pasivo que acepta las leyes de los dioses, sino energía inquisitiva, la misma que movió la mano de Eva a coger el fruto, que aspira y lo lleva, no sin miedos, a conocer su propia razón del existir. Háblame de otra luz, la vasija está en el suelo. / Siento miedo al naufragio...Pero, en justicia, esta es sólo una de las varias lecturas que propone este Leve sangre, libro hermoso de rigurosa poesía.