En Bajo el sol jaguar (Tusquets, 1989, trad. Aurora Bernárdez), Ítalo Calvino, llevado su impulso poético, penetra en el territorio de los sentidos para desentrañar sus vínculos con el alma y el modo como ayudan al hombre a situarse en el mundo. Cada una de estas exploraciones representan asimismo una experiencia original que, a través de la escritura, envuelve al lector haciéndolo partícipe de ella.
Como explica Esther Calvino, en una nota aclaratoria, los tres cuentos que integran el libro, formaban parte de un proyecto iniciado en 1972 y en el que Calvino pretendía indagar sobre los cinco sentidos. Sólo pudo concretar tres antes de que lo sorprendiera la muerte en 1985 quedando pendiente no sólo dos cuentos, sino la forma y la articulación definitiva del libro. IC dudaba entre la posibilidad de añadir un prólogo ensayo, a la manera de Nuestros antepasados, o bien en forma de «marco novela», como Si una noche de invierno un viajero. A pesar de las circunstancias, estamos ante un libro de tres cuentos autónomos, cuya entidad alcanza para satisfacer las expectativas de todos los lectores, tanto de aquellos que ignoran la ambición literaria de Calvino, como de quienes la conocían.
El primero de los cuentos trata del olfato como ya se enuncia desde su mismo título, El nombre, la nariz. Aquí, la poesía de Calvino [nadie puede entrar en el laberinto del alma sin el estilete de la poesía] penetra en el sentido volátil y efímero del lenguaje con la pasión de un hombre que interpreta el olor como una huella de identidad. Monsieur de Saint-Caliste sigue el hilo de un perfume para hallar a una mujer desconocida que lo lleva ignorando que, al hacerlo, se perderá en «una escala de los olores» y será incapaz de discernir en qué dirección se orienta su recuerdo, pues «sólo sabía que en un punto de la gama se abría un vacío, un pliegue oculto donde anidaba el perfume que era para mí toda una mujer». El conocimiento de esa escala, que revela tanto la belleza como la corrupción y la muerte, fue lo que permitió al hombre de las cavernas distinguir la comida de la carroña, los amigos y de los enemigos y las hembras de la horda, cada una de las cuales «tiene un olor que la distingue de las otras». Ese olor particular por el cual el narrador -músico de un grupo de rock- es capaz de reconocer a la muchacha de Hampstead en medio de un amasijo de cadáveres, que es a su vez un montón de «vocablos inarticulados».
Y siguiendo el efluvio léxico, el poeta, Ítalo Calvino trasciende el espacio y pone al lector Bajo el sol jaguar y, ante una pareja que prueba, siente y vive la comida en México y, a través de sus papilas, de sus monólogos e incomunicación, lo hace trascender el tiempo devolviéndolo al estadio antropófago y sagrado del acto de comer y ser comido. «Ese canibalismo universal que pone su impronta en toda relación amorosa y anula los límites entre nuestros cuerpos y la sopa de frijoles, el huacinango a la veracruzana, las enchiladas...». Una escala sensible que Un rey escucha percibe como una nota en conflicto con el silencio, con el poder y con su soledad. Una nota que lo condena a ser victimario y víctima de la violencia política y de cuyo sonar -canciones, pasos, murmullos, disparos, tanques sobre la arena- nadie puede rescatarlo hasta que, convertido en «otro tú sin cuerpo que escucha esa voz sin cuerpo», «prisionero en una jaula de repeticiones cíclicas», comprende que «la obstinación en que se funda el poder nunca es tan frágil como en el momento de su triunfo.»
Los tres cuentos son, en definitiva, sendas piezas magistrales que, para serlo han exigido al autor aniquilar el argumento y liberar los sentidos de cualquier condicionamiento ideológico o intención preconcebida. Poco antes de morir, reflexionando sobre el libro que pretendía, Calvino escribió: «Hay una función fundamental, tanto en arte como en literatura, que es la del marco. Marco es aquello que señala el límite del cuadro y lo que está fuera de él: permite al cuadro existir aislándolo del resto, pero recordando a la vez -y en todo caso representando- todo aquello que del cuadro permanece fuera de él.»