Hay poetas que, desde el primer verso nos sitúan en los más alto de la torre. De esa torre que es un instante epifánico que preludia su abolición, como diría el príncipe aquitano de Gerard de Nerval. Carmen Borja se halla entre estos poetas singulares por su radical sensibilidad y, sobre todo, por su honestidad. Libro del retorno (Lumen, 2007) nos enfrenta al gozo y a los límites de la vida a partir de ese primer verso, siempre volvemos a la casa del padre, que luego se repite como una letanía, como una desesperada oración/constatación, al final de cada poema. Poemas que parecen concebidos como las cuentas de ese «collar de la paloma» que Ibn Hazn de Córdoba imaginó como signo del amor y que, según Borja, no es hijo de un instante si no del portentoso impulso que lleva al ser camino de regreso a casa.
Ese eterno retorno pitagórico por el que siempre volvemos a la casa del padre es asimismo camino de conocimiento, de descubrimiento de las cosas del mundo y del espíritu por el que constatamos que hay belleza en comprender la destrucción / y no temer la muerte y que el fracaso y la esperanza son opuestos simultáneos, dado que aprender es entender. De aquí, viene a decirnos Carmen Borja, que la vivencia del poema es la vivencia del mundo, ese territorio donde hasta el llanto por lo perdido también puede convertirse en gratitud por lo vivido y desde donde el inevitable retorno encuentra su sentido.