Los Nueve cuentos, (Alianza Editorial, 2009, trad. Elena Rius) constituyen una muestra significativa y quintaesenciada de la narrativa de J.D. Salinger y de las aproximaciones que hace sobre el desconcierto existencial del individuo en la sociedad moderna. Su [re] lectura sitúa al lector en la perspectiva de quien comparte ese desconcierto y atisba el horizonte desde una plataforma frágil e inestable.
Como muy bien lo señala Kenneth Slawenski en su excelente biografía, Salinger lleva una vida oculta no por voluntad de ocultamiento sino por dificultad para encontrar los códigos adecuados para comunicarse con los demás, en el sentido y en el modo en cómo él quiere comunicarse. En realidad no se trata de algo que atañe a su conducta individual, sino a una forma de ver y entender la vida que se hace más evidente en él desde su traumática experiencia durante la Segunda Guerra Mundial. De aquí que no deba pasar desapercibido para el lector el epígrafe de Un Koan Zen con el que se abre Nueve cuentos: «Conocemos el sonido de la palmada de dos manos, pero ¿cuál es el sonido de la palmada de una sola mano?». Esta es la pregunta que atraviesa el libro desde ese cuento magistral que es Un día perfecto para el pez plátano, centrado en la conversación telefónica de Muriel y su madre, y el encuentro entre Seymour Glass y una niña en la playa, hasta El período azul de Daumier-Smith. Aunque parezca redundante señalarlo en relación a Salinger, es su maestría estilística la que permite penetrar en el carácter de los personajes y sentir el pálpito, la agitación que conmueve sus cuerpos y sacude sus almas. Superado el desconcierto adolescente de Holden Caulfield -protagonista de El guardián entre el centeno-, Salinger expresa a través de la familia Glass, en particular de Seymour Glass, las secuelas que han dejado en su espíritu las vivencias del horror y que lo llevan a un callejón sin salida. Sin embargo, no es este sentimiento de derrota lo que pretende transmitir, sino otro que justifique la existencia del ser humano más allá de los egoísmos personales, las bajezas, las traiciones y las contingencias del dolor y de la muerte. Significativo es en este sentido Para Esmé, con amor y sordidez, y, sobre todo, ese otro cuento maestro que es Teddy, cuyo protagonista, un niño superdotado que cree serlo porque tiene conciencia de su reencarnación, acepta la muerte como parte del mecanismo que rige el orden del universo.