Eduardo Mendoza es, como bien lo reconoce la crítica, un escritor dotado para la narración. La verdad sobre el caso Savolta es sin duda una de las mejores novelas españolas del último cuarto del siglo XX. La producción posterior, incluida La ciudad de los prodigios, no alcanza el nivel de aquélla, pero tienen ese punto de ironía inteligente que seduce. Este es, para mí, el atractivo de El asombroso viaje de Pomponio Flato (Seix Barral, 2008). Bordeando la escatología propia del humor catalán, Mendoza crea un simpático y tierno personaje cuyo modelo parece ser Plinio el Viejo, cuya curiosidad por la Naturaleza lo lleva a los más apartados rincones del Imperio romano. Es así que va a parar a Galilea donde se permite un picante encuentro cultural-religioso entre el mundo griego y el judío precristiano. La figura de un Jesús niño es precisamente la que le sirve de referencia para recrear a modo de «regreso al futuro» las andanzas de la Sagrada Familia y de la Pasión de Cristo protagonizadas por el carpintero José como escenario de una intriga criminal que el flatulento Pomponio Flato acabará por resolver, como el inspector Cluzot resolvía los casos de la Pantera rosa.