
Política del amor universal (Tecnos, 1987), de Mo Ti, con un espléndido estudio preliminar de Fernando Mateos y la traducción y notas de Carmelo Elorduy, el lector de lengua castellana puede acceder a una de las obras fundamentales del pensamiento chino. Mo Ti o Motzy, que vivió hacia 459 y 382 a.C., fue, como el innominado narrador de Kafka de La construcción de la muralla China, un constructor. Al parecer se especializó en fortificar ciudades «en peligro de ser injustamente agredidas».
El maestro Mo fue el primer pensador chino que desarrolló un sistema filosófico sustentado en una lógica argumentativa que formulaba objetivamente la moral haciéndola piedra angular de las relaciones sociales. En este sentido, sostenía que la política debía ser el resultado de la aplicación de los principios éticos y la misión del maestro enseñar a los gobernantes y al pueblo la doctrina moral. Para Mo Ti, que vivía en un mundo injusto y violento, donde los señores feudales habían introducido la fuerza y la violencia en el gobierno [«No hay probidad en los superiores; estos no se esfuerzan en hacer justicia y mantener el orden. Los de condición humilde tampoco se esfuerzan en sus tareas. El pueblo se entrega al vicio, a la violencia, al robo, al desorden...»] era vital organizar un sistema ético-político cuyo núcleo fuese el amor mutuo. De este modo introducía el principio de amor al prójimo que, casi cuatro siglos más tarde, predicarán Jesús y sus seguidores en Occidente.
La obra de Mo Ti sufrió la incomprensión de los confucianos y también la persecución del emperador Shih Huang Ti, el unificador de China (221-210 a.C.), quien ordenó la destrucción de todos los libros, porque, como conjetura Borges, «enseñaban lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre». A pesar de esto, muchos capítulos de Política del amor universal, de Mo Ti, se salvaron, quizás porque igualmente por ocultar un libro fueron muchos los que sufrieron el castigo de ser marcados con un hierro candente y de trabajar hasta el fin de sus días en la construcción de la gran muralla.


La sociedad que formaron el dibujante Alberto Brecchia y el guionista Héctor Oesterheld, chupado y asesinado por la dictadura argentina al igual que sus cuatro hijas, constituye uno de los momentos cumbres de la historieta -comic- argentina. La relectura de Mort Cinder (Lumen, 1980) -pariente próximo de El eternauta, otra de sus inquietantes creaciones, me ha supuesto un nuevo impacto emocional que ha tocado la memoria. El recuerdo vivo de una lectura que me transporta al misterio del universo poniéndome ante la aberrante posibilidad de un ser condenado no sólo a vivir eternamente sino también a sufrir mil y una muertes y al mismo tiempo al goce estético de unas figuras que convierten cada viñeta en una ventana subyugante abierta al no menos desconocido cosmos del alma humana. Mort Cinder es la personificación de la dolorosa memoria del mundo, de sus dramáticas y casi siempre erróneas reiteraciones. Y otros recuerdos, el de una época y un país, donde los Ojos de plomo o los Ellos, los enemigos oscuros e implacables imaginados por HO, y el de un encuentro entrañable, en el destierro, con AB, el hombre que dio formas a las sombras como manchas en el tiempo.
