Alejandra Pizarnik (1936-1972) es acaso la mayor poeta argentina del siglo XX. Su Poesía completa (Editorial Lumen, 2001. Edición a cargo de Ana Becciú), despliega ante nosotros una obra tan potente como desgarradora. He desplegado mi orfandad / sobre la mesa, como un mapa. /Dibujé mi itinerario / hacia mi lugar al viento. / Los que llegan no me encuentran. Los que espero no existen, escribió como si pretendiese fijar las pautas básicas de una poética señalada por su propia vida. Sin embargo, como bien afirma César Aira en la biografía que le dedicó, Pizarnik supo forjarse un personaje que se acomodó progresivamente a la intensidad de su poesía hasta que finalmente ésta la devoró. De aquí el equívoco, cuando se la lee, de identificar su obra con su vida y la inestabilidad y fragilidad psíquicas que la condujeron al suicidio. Escribes poemas / porque necesitas / un lugar / en donde sea lo que no es, escribió en uno de esos poemas no recogidos en ningún libro. Es decir, encontrar esa existencia en la que pudiera reconocerse y acabar con su incomodidad existencial: Quiero existir más allá de mí misma; con los aparecidos. / Quiero existir como lo que soy: una idea fija. Quiero ladrar, alabar el silencio del espacio al que se nace. Y de tanto intentarlo logró, con una sobredosis de somníferos, decir adiós sujeto y objeto, y hundirse en la noche abismal de su propia poesía.