En El Elogio de la sombra (Siruela, 2010, trad. del francés de Julia Escobar), Tanizaki confronta la luz y la sombra como agentes recreadores de la belleza. Una confrontación que revela las diferentes actitudes de las tradiciones culturales de Oriente y Occidente.
Con un estilo de depurada sencillez y contenido tono poético, Junichiro Tanizaki abre a los ojos occidentales la riqueza de recursos de la sombra para exaltar la belleza y las emociones de quienes tienen la educada sensibilidad para apreciarla. Así como para los occidentales la luz expone lo bello para su observación, para los orientales, como lo ponen de manifiesto las construcciones de viviendas, palacios y monasterios y las creaciones plásticas, en particular las acuarelas, son los matices y las modulaciones de la sombra los que transmiten las sensaciones de lo bello. De aquí que la belleza sea para los orientales antes que visual exacerbadamente emocional.
En relación a los sombríos retretes japoneses, Tanizaki narra con cierto humor que «después de haber atravesado para llegar una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz de los shoji y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimentas una emoción imposible de describir [...] Aun a riesgo de repetirme, añadiré que cierto matiz de penumbra, una absoluta limpieza y un silencio tal que el zumbido de un mosquito pueda lastimar el oído son también indispensables. [...] Colocado (el retrete) bajo una luz cruda, entre cuatro paredes más bien blancas, se perderá toda gana de entregarse a la famosa "satisfacción de tipo fisiológico" del maestro Soseki.»
Tanizaki sostiene que la belleza de las lacas japonesas se aprecia mejor cuando la luz es incierta. «La oscuridad es la condición indispensable para apreciar la belleza de una laca». Pero la belleza no siempre nace de la sombra. A veces surge de la mugre acumulada, ese «brillo producido por la suciedad de las manos. Los chinos tienen una palabra para ello, "el lustre de la mano", los japoneses dicen "el desgaste"; el contacto de las manos durante un largo uso, su frote, aplicado siempre en los mismos lugares, produce con el tiempo una impregnación grasienta [...] Contrariamente a los occidentales que se esfuerzan por eliminar radicalmente todo lo que sea suciedad, los extremo-orientales la conservan valiosamente y tal cual, para convertirla en un ingrediente de lo bello.»