Álex Chico [Foto: Ernesto Escobar] |
Dimensión de la frontera (Isla de Siltolá, 2011), de Álex Chico, es una obra de sorprendente madurez poética no obstante la juventud del autor. Desde su mismo título, el poeta plantea un desafío conceptual que, a medida que se suceden los poemas, va asumiendo con encomiable entereza para dejar en el imaginario del lector la topografía de un territorio y de una realidad que trastocan las leyes del tiempo y del espacio en donde discurre la vida.
Un antiguo cuento jasídico narra la historia de un viejo que cierta noche se levantó de su cama y salió a la calle gritando «¡Tengo la respuesta, tengo la respuesta ¿quién tiene la pregunta?!». Álex Chico en Dimensión de la frontera parece recordar a ese anciano judío al dimensionar un espacio atravesado por el tiempo que al parecer no es posible poner límites porque representa el límite mismo. Sin embargo, esa tierra de nadie que es la frontera no es un no lugar, sino un lugar mitificado por el relato [del relato como expresión de la historia] y al mismo tiempo un lugar que se corresponde a la experiencia vital del poeta [Extremadura, antigua frontera de los reinos cristianos y musulmantes, La Verneda, barrio suburbial de Barcelona]. Ambos ambos lugares, el mítico y el geográfico, forman una unidad, cuyo anverso establece el vínculo con el imaginario colectivo y el reverso la relación de la biografía personal del poeta con el acontecer general.
En el contexto de esta dimensionalidad no objetiva de la realidad, pero sí sensible, como hubiese dicho Platón, Álex Chico constata que no es el individuo quien se mueve sino los lugares y los objetos los que establecen la distancia como parte de una mecánica que no se corresponde a la del hombre alienado por sus circunstancias. «Las habitaciones se alejan para siempre / del contorno de un paisaje perdido. / Sólo la memoria recupera su estado de sitio.» Y en ese espacio vacío que contiene y es contenido por el silencio llega el individuo no para morir «sino a permanecer», porque es esa permanencia que lo sitúa en el mundo donde reconoce la soledad y el desamparo existenciales, esos estados que lo extrañan también de ese otro lugar fronterizo entre el sonido y el silencio que es la lengua, la cual representa para el poeta el cordón umbilical que lo une a la tierra que oculta la «imagen que encierra mi nombre», e imposibilita el diálogo con los otros. La comunicación que evitaría su hondo aislamiento y permitiría a su yo reconocerse en el yo de sus semejantes que también habitan la frontera.
Con un lenguaje que su precisión también hace fronterizo, Álex Chico construye una metáfora de la realidad que desdeña toda equivalencia y se autodestruye como figura retórica para fundarse en la realidad misma de esa frontera dimensionada. De esa franja espacio-temporal que trastoca las leyes del fluir hacia el futuro, porque éste, en su constante mutabilidad, no es lo porvernir sino el volver la mirada hacia la ruina que perdura gracias a los restos de una memoria apenas sostenida por las palabras que «nos dirán cómo alzar nuevamente esta ruina». Es en este punto donde el lector descubre la razón de la inmovilidad [«el final del recorrido se sospecha inmóvil»], del sentido que se neutraliza [«hay un sonido mudo», «la luz deslumbrante de una sombra»] y comprende que tal razón es el desesperado intento del poeta de saber cuál es su ubicación en el mundo; el arduo esfuerzo por aferrarse a la escritura para fijar esa memoria en fuga que se disuelve inexorablemente, incluso a la lectura para descubrir alguna de las muchas paradojas y de poder «decir también del mundo». La lectura deviene refugio, compañía, resistencia ante el tiempo que resta los días y el espacio que resta las cosas.
Pero en este soberbio viaje al corazón del silencio y de la soledad, el poeta sabrá al final que el destino no es otra cosa que el verse a sí mismo, inocente y vulnerable a las leyes de la circularidad pitagórica; observarse y observar ese yo, como el futuro, en permanente fuga que le harán exclamar con hondo dolor «qué quedará de mí / en este lugar, / cuando apenas se sujeten / los últimos bancos del parque», cuando ya no queden libros por leer. Al final del viaje por los extremos lindes de la frontera, ese altiplano donde ha nacido y habita [La Verneda, 1980], el poeta, que reconocerá en su destino el destino del apátrida, sabrá que, al cabo, su experiencia habrá consistido en haber escrito «para morir con dignidad».
Con Dimensión de la frontera, magníficamente editado por Isla de Siltolá, se consagra como poeta riguroso de una generación, a la que también pertenecen jóvenes como Joan de la Vega, Juan Vico, José María Banús, Marta Agudo, entre otros, que promete darle a la poesía española una nueva fundamentación.