jueves, 5 de febrero de 2015

LECCIONES DE TIEMPO, Antonio Tello


Fragmento del prólogo escrito por Juan Ariño a Lecciones de tiempo (Libros del innombrable, Zaragoza, 2015), de Antonio Tello. El dibujo de portada del autor ha sido realizado por la pintora argentina Erica Selinger.

 Hay (en Lecciones de tiempo) algo metafísico y religioso en su profundidad verbal, en sus palabras clave, aunque siempre desde la carne. También un ritmo poético personal, incluso cuando se atreve con formas más clásicas en otros de sus libros, inconfundible a estas alturas que llevo cuatro poemarios suyos leídos hasta recuperar el gusto por la poesía tras varios años alejado de los poetas. Me viene a la cabeza Gonzalo Rojas. Gonzalo Rojas y él son mucho para la poesía. Antonio Tello logra alumbrar espacios universales, los trae al presente con esa belleza, y eso que parece que su esencia estuviera hecha de una mirada en apariencia concreta pero capaz de nombrar en esa reducción a cierta totalidad; casi una tarea de poeta-filósofo, donde la poesía surge porque las palabras escritas no pueden ser juntadas de otro modo sin perder una parte de su verdad, sin renunciar a la belleza, sin que sobre un sólo verso, sin que uno sienta que no hay un solo poema que no está donde debe estar.                  
             Sucede en Lecciones de tiempo, pero también en Nadadores de altura, o en  O las estaciones, Sílabas de arena y  en Conjeturas acerca del tiempo, el amor y otras apariencias.    No sé donde rastrear el hilo del que tira esta poesía que, sin embargo, me es tan familiar, tan necesaria y sabia. Y en ningún momento uno tiene la sensación de que nos guíe o nos aconseje. Su sabiduría es literaria, ese lugar tan a menudo inconsciente al que nos llevan las palabras después de años trasegando con ellas.
             Durante mucho tiempo, estar en contacto con la literatura de Antonio Tello ha tenido consecuencias inmediatas. Adentrarme en un mundo poético singular y hermoso, y al tiempo reconocer mis limitaciones como poeta ante la magnitud y la extraordinaria claridad literaria y humana de un autor perdurable, disidente perpetuo  y lúcido, que no podemos perdernos; la sensación de descubrir a un poeta esencial, único, de una sabiduría y un lenguaje deslumbrante, ser contemporáneo de un fenómeno así, comprender la diferencia entre la buena poesía y la poesía extraordinaria, saber que existe un hombre vivo, generoso y humano a pocos kilómetros de mi ciudad, capaz de fascinarme. Una fascinación que sólo suelen provocar los grandes poetas que admiro, en cada verso, en cada palabra, hasta el punto de no poder objetar nada ni  siquiera al orden de los libros, a ninguna expresión o vocablo que no me pertenezca o no me corresponda, porque en verdad, a lo largo de Lecciones de tiempo tuve constantemente la sensación, tanto en la primera lectura como en las relecturas posteriores, de que el asunto de cada uno de los poemas no podía expresarse de otra manera sin perder su verdad. Y además, cada uno de esos poemas, encierra algo esencial, común a cualquier hombre.