lunes, 23 de mayo de 2011

¡INDIGNAOS!, Stéphane Hessel



En ¡Indignaos! (Destino, 2011, trad. T. Moreno Lanaspa), Stéphane Hessel llama a los jóvenes a rebelarse contra la opresión del mercado, la violencia, para reorientar el devenir de la historia hacia formas de vida que permitan la esperanza en el porvenir.

Un panfleto es, según la RAE un libelo difamatorio en su primera acepción y un opúsculo agresivo en la segunda. A estas dos acepciones cabría añadirle una tercera: opúsculo que llama a la insurrección. A ésta pertenecería ¡Indignaos!, el panfleto con el que Stéphane Hessel hace un emotivo y enérgico llamamiento a los jóvenes para que se alcen contra el poder constituido y sometido a las reglas que impone el dinero. Este pequeño libro, prologado de modo convencional por José Luis Sampedro, y escrito con un lenguaje sencillo y directo -didáctico- justifica desde la experiencia individual del autor las razones por las que los jóvenes deben asumir su responsabilidad e indignarse ante una forma de vida en la que el ser humano ha pasado a ser una pieza del perverso mecanismo del totalitarismo capitalista.
Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pone de manifiesto la imperiosa necesidad de reaccionar ante el sistema de ofensas a la dignidad que oprime al ser humano y de luchar por la restauración de los valores éticos que nutren la esperanza e impulsan el progreso. El suyo es un alegato contra la indiferencia y contra la violencia que han fraguado la confusión y la distorsión de los hábitos de vida ahondando la brecha entre ricos y pobres y amenazan los logros conseguidos en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial. Logros que son los soportes del Estado de bienestar. «Emanciparse de las amenazas que el totalitarismo ha impuesto a la humanidad», dice Hessel, quien no duda en señalar el carácter fascista del orden global que, desde la caída del muro de Berlín una vez vencido el comunismo, domina el mundo y contamina las democracias. Un orden que debilita los Estados y supedita sus gobiernos a los intereses y decisiones del poder económico financiero y condena a los ciudadanos a la infelicidad. 

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lunes, 16 de mayo de 2011

LA GEOMETRÍA DEL AMOR, John Cheever


John Cheever (Foto: B. Gotfry)












John Cheever es, probablemente, el más grande de los maestros del cuento estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. La geometría del amor (Emecé, 2006, trad. Aníbal Leal), título de uno de sus cuentos emblemáticos, reúne gran parte de su producción revelando al lector su visión descarnada e irónica de la sociedad norteamericana.

John Cheever aparece en el devenir de la literatura estadounidense como un sólido eslabón entre Francis Scott Fitzgerald y J.D. Salinger. De aquél prolonga su inteligente y, en cierta forma, cruel vivisección de la clase alta norteamericana, a la vez que perfecciona su estilo incisivo y elegante, y de éste preludia el tono místico y existencial que aureolan las peripecias de Holden Caufield, el célebre protagonista de El guardián en el centeno, y la familia Glass. 
Cheever, que solía tardar, con alguna excepción como El nadador, dos o tres días para redactar un cuento, abordaba su estructura como un juego de geometría euclidiana, en el que, no pocas veces, personajes desconocidos entre sí entrecruzan sus vidas y establecen un vínculo que cambia sus destinos. En el curso de ese acontecer vital, el paisaje humano se funde con la naturaleza, omnipresente en la obra cheeveriana, deviniendo metáfora del existir. «Era el final de una de esas tardes lluviosas, cuando la sección de juguetes de Wollworth, en la Quinta Avenida, está colmada de mujeres de quienes uno sospecha que fueron sorprendidas cometiendo adulterio y que ahora van a comprar un regalo para llevar al hijo menor», es el magnífico arranque de La geometría del amor. A su vez en El nadador, cuento existencial deudor de esa pieza magistral, Incidente sobre el puente del búho, de Ambrose Bierce, se lee: «Permaneció [Ned Merryll] en el jardín  de los Levy hasta que pasó la tormenta. La lluvia había refrescado el aire, y él temblaba. La fuerza del viento había despojado de sus hojas rojas y amarillas a un arce y las había dispersado sobre el paso y el agua. Como era mediados de verano seguramente el árbol se agostaría, y sin embargo Ned sintió una extraña tristeza ante ese signo otoñal». 
La mayoría de los cuentos aquí reunidos, prologado con amanerado intelectualismo por Rodrigo Fresán, avanza, casi siempre, desde una simple anécdota hacia un acontecer de hechos que revela la angustia mórbida de los personajes y el ahogo opresivo que impide respirar a la sociedad. En el final de Expulsado -citado en el prólogo- Cheever escribe: «En el colegio, Estados Unidos es siempre hermoso. Es siempre la gema del océano y está muy mal que así sea. Está mal porque la gente se lo cree. Porque se vuelven indiferentes. Porque se cansan y se reproducen y votan y no saben nada. [...] Porque todo lo que ellos saben y conocen es lo que les dice el periódico siempre de buen humor. Pero no diré más. No estoy en situación de hablar.»


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martes, 10 de mayo de 2011

CUENTOS, Antón Chéjov




La relectura de los Cuentos (Alba Editorial, 2004, trad. Víctor Gallego Ballestero), de Antón Chéjov pone de relieve la modernidad de un maestro del relato corto que trasciende el marco del realismo naturalista, donde, convencionalmente, siempre se lo ha encuadrado.

Antón Chéjov es uno de esos escritores cuyo personal estilo, fluido y preciso, suele provocar engañosas interpretaciones sobre la verdadera significación conceptual de sus textos y personajes. Sin embargo, basta con afrontar una lectura abierta a los sentidos de las palabras, a la entonación de su fraseo sintáctico (de aquí la importancia de una buena traducción, como la presente), para percibir la complejidad del universo que nos propone. Rompiendo con la tradición del cuento didáctico y moralista y alejándose a su vez de las fórmulas de la corriente realista más ortodoxa, Chéjov sienta las bases de una descripción de la realidad en la que -a través de un incipiente monólogo interior- la conciencia individual es elemento clave. Sobre este soporte, la arquitectura de sus cuentos deviene sólida construcción de un universo complejo, en el que los seres humanos se mueven inducidos por el sinsentido hacia una muerte inevitable, atenazados por una impotencia que les impide, aunque comprendan la necesidad de rebelarse y luchar, ser felices. En La dama del perrito, su cuento más popular, pero no el más emblemático de la literatura chejoviana, Verochka, La muerte de un funcionario, Tristeza, Gúsiev la infelicidad, la aceptación de la derrota y la angustia dominan el carácter y la vida de los personajes y dejan en el lector un poso de honda desazón y desesperanza, compensada por la belleza de una prosa que, en ciertos momentos, alcanza un sereno lirismo. 


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martes, 3 de mayo de 2011

LA COLA DEL PATO, Gonzalo Otero Pizarro

La cola del pato, la ciudad de los vientos (Imprecom Editora, 2010), de Gonzalo Otero Pizarro, es una novela vibrante que descubre al lector el paisaje urbano y humano de una ciudad pampeana -Río Cuarto, en la provincia argentina de Córdoba- en el primer tercio del siglo XX.

Situando al lector en una época en que el aluvión migratorio europeo se densificaba en Buenos Aires y algunos inmigrantes, por mera supervivencia, buscaban los muchos caminos del interior, Gonzalo Otero Pizarro inicia su novela siguiendo la peripecia de dos hermanos croatas que suben a un tren que se adentra en  la llanura. Uno de ellos, el más joven no alcanzará la meta que ambos se han fijado, pero pervivirá como conciencia ética del otro que optará por quedarse en la ventosa Río Cuarto.
A partir del momento en que el protagonista desciende en la estación, el lector irá descubriendo la ciudad y compenetrándose, al igual que el inmigrado centroeuropeo, con el carácter de sus habitantes. La inocencia, las contradicciones, las dificultades idiomáticas, las luchas obreras, las ínfulas aristocráticas de la clase patricia y el deseo de un joven ambicioso de conquistar y someter a su voluntad, su único capital, a esa ciudad. Para esto, los escrúpulos son a veces estorbos que impiden el objetivo, que la voz ética del hermano muerto mantiene a duras penas. En ese arduo proceso de integración y superación, Marko Jankovic llega a convertirse en don Marcos, merced a un contundente braguetazo y algunas traiciones y también lealtades.
A.T. y Gonzalo Otero Pizarro, en Bocaccio (Barcelona 1983)
Con un estilo ágil y directo, Otero Pizarro organiza con sentido narrativo y pulcritud documental un amplio fresco urbano, descriptivo aunque alejado del clásico costumbrismo realista, en cuya trama el lector se ve inmerso y deseoso de saber, como un habitante más de la ciudad, el destino del nuevo vecino. Su final es sorprendente y deja en el aire la continuidad de la historia.

lunes, 25 de abril de 2011

EL PEZ DEL OJO, Diego Formía

El último poema del poeta argentino Diego Formía da un paso más claro y preciso en la definición de una poética tan audaz, como moderna y musical. El pez del ojo (Cartografías, 2010) enfrenta al lector a un nuevo desafío para introducirse en una realidad trastornada por el poder y los hábitos vampíricos de una sociedad profundamente alienada.

En una cuidada edición de Cartografías, que viene a demostrar que la sencillez no está reñida con el rigor y la belleza, El pez del ojo propone una singular aventura poética cuyo arranque está en el mismo título del libro y que sitúa con descaro la metáfora en el ojo ajeno. Al adoptar el iris ocular la forma del pez, Formía fuerza la metáfora a situarse significativamente en su condición humana para enfrentarse, desde un entorno líquido y agitado, al vértigo de la tormenta y la luz exterior. Es desde ese mangrullo acuoso que el poeta observa los movimientos del cardumen humano entre rascacielos que igualmente se mueven como parte de ese subaile de nubes.
La metáfora del pez del ojo colea entre ese tumulto agorero del mini-shop hasta donde se cuela el silencio como una pausa de auxilio que salve al ser humano mientras el pez boquea: la única verdad es la ilusión General. Y de este modo, abandonado el mini-shop, el pez que boquea no otra cosa que un pescado en red que acabará convertido en un quark, esa palabra que inventó James Joyce y los físicos le dieron categoría científica. Corpus de luz / capaz de crearns un cielo celeste // en sí misma materia /  energía      se mueve / se mueve / incluso en el vacío   incide / refleja / recrea cosas / colores / en calor // la verdad comprobada giró / hacia la ilusión / importa su sueño mínimo / bajo el agua    no todos los ojos tienen la misma respuesta, escribe Formía poniendo de relieve su propósito de buscar también en el lenguaje y el conocimiento científicos, pero sobre todo en la musicalidad, el color de su voz poética.

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martes, 19 de abril de 2011

VISIÓN DE LOS HIJOS DEL MAL, Miguel Ángel Bustos



El 30 de mayo de 1976, un «grupo de tareas» del ejército argentino allanó el domicilio del poeta Miguel Ángel Bustos, lo secuestró e hizo desaparecer. Junto a su desaparición física comenzó también su desaparición poética hasta perderse casi todo rastro de ella. Parecía que el objetivo de la dictadura que asoló el país entre 1976 y 1982, pero cuya represión ya había comenzado con el gobierno de Juan Perón y de su sucesora, Isabel Martínez, con la Triple A, se había cumplido. Sin embargo, la publicación de Visión de los hijos del mal [poesía completa], (Editorial Argonauta, 2008), devuelve a Miguel Ángel Bustos y a su obra a su sitio en la historia de la literatura.

La poesía de Miguel Ángel Bustos constituye en su conjunto una obra capital de la poesía argentina de la segunda mitad del siglo XX. De aquí que los esfuerzos durante años de su última compañera, Iris Alba, de su hijo Emiliano, autor del prólogo, y del poeta Alberto Szpunberg, quien prologó Despedida de los ángeles, por mantener viva su memoria durante los años de olvido que dejó el horror, hayan sido determinantes para que Editorial Argonauta haya publicado su poesía completa. En una magnífica edición, que incluye dibujos del autor, se rescata una voz poética imprescindible de los años sesenta y mediados de los setenta, cuando fue brutalmente acallada. 
Miguel Ángel Bustos no fue un poeta acomodado al «compromiso» con que muchos se abanderaban en esa época. Apadrinada por Leopoldo Marechal y Juan Gelman, entre otros, su voz original trae desde el fondo de la noche oscura los ecos de una sensibilidad que lo emparenta con los grandes místicos castellanos -Teresa de Ávila y Juan de la Cruz- y con los textos sagrados judeocristianos, mayas e hindúes. «Yo creo que la poesía es de origen divino. Eso lo creo absolutamente. Desde el momento en que tiene un origen oculto, secreto y divino, personal en cada poeta...»,  declaró en una ocasión definiendo su poética (Clarín, 1971). Sin embargo, resolvía con lúcida simplicidad su aparente «falta de compromiso con el pueblo» que algunos podían echarle en cara. Pero, «yo adopto una posición política que es bien clara [...] Es mejor conceder que la militancia política nos tome que tratar de huir de ella». Bustos, al igual que Roberto Santoro y Haroldo Conti, pertenecía al PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), quizás la única agrupación política argentina de aquellos tiempos que, no obstante cierta ingenuidad en sus planteamientos, tenía una verdadera vocación revolucionaria.
La poesía de MAB, deslumbrante en sus imágenes y recursos formales, descubre al lector una visión cósmica del hombre, entendiendo el universo como un trasunto de espiritualidad atravesada por las ilusiones y las realidades del mundo: Desplazarse en la tierra, como los astros / se desplazan en el espacio. // Ningún libro es dulce en el sentido del azúcar. / Es dulce en el sentido de los astros. // La palabra que trazo en un papel es igual en / posibilidades a la Tierra lanzada en el espacio. /Pues la Tierra es un verbo y el espacio un papel infinito / y eterno regidos por el Tiempo, ritmo que tiembla. Es así cómo Miguel Ángel Bustos hacía sus murales con el alma del hombre, como escribió en 1957.


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miércoles, 13 de abril de 2011

CONVERSACIONES, Carlos Alfieri



Conversaciones (Katz Editores, 2008), de Carlos Alfieri, es un libro en el que el pensamiento y los proyectos de importantes personajes -César Aira, Ricardo Piglia, Antonio Muñoz Molina, Fernando Savater, Guillermo Cabrera Infante y Roger Chartier- son expuestos con la naturalidad de una charla surgida del rigor mayéutico de uno de los mayores periodistas argentinos contemporáneos.

Desde el título que Carlos Alfieri propone para el conjunto de sus entrevistas se pone de manifiesto su intención de distinguir lo que el imaginario popular considera una entrevista periodística, esa especie de artificio en el que el periodista trata de competir en ingenio con el entrevistado disputándole el protagonismo, y lo que es una conversación, entendida ésta como «una lúdica distensión placentera». El placer de la conversación se verifica cuando la cultura y el conocimiento del protagonista aflora con naturalidad a través de la inteligencia de las preguntas, las cuales dependen del conocimiento del personaje y de su obra, pero sobre todo de la habilidad del periodista para establecer una empatía con su entrevistado. 
En las cinco entrevistas que aquí aparecen -y en otras que he tenido ocasión de leer en Cuadernos Hispanoamericanos, como la hecha al pintor Antonio López-, Carlos Alfieri oficia de partero socrático y sus preguntas precisas e inteligentes aparecen como puntos de partida del discurso del entrevistado que habla con naturalidad y sin artificios, de un modo casi didáctico, sobre la materia o ciencia que lo distingue.
Carlos Alfieri, hombre culto y gran lector, antiguo redactor jefe de la española Interviú y actual editor de la edición Cono Sur de Le Mond diplomatique, pone de manifiesto en este libro que las entrevistas periodísticas consideradas como una conversación inteligente constituyen un género literario de calidad.


miércoles, 6 de abril de 2011

UNA MÚSICA ANTERIOR, José Di Marco

Una música anterior (Ediciones Recovecos, Argentina, 2010), de José Di Marco es un bello poemario que consolida la personalidad de un poeta, cuya obra nació cuando los coletazos del terror aún golpeaban el alma civil de los argentinos.

José Di Marco, nacido en 1966, en Río Cuarto (Argentina), fue uno de los integrantes de Poetas del Aire, grupo de jóvenes poetas que se dieron a conocer en 1992 a través de pequeñas plaquetas que distribuían gratuitamente por las calles de la ciudad. Junto a los suyos, estas plaquetas incluían poemas de grandes maestros y, en apretadas líneas, sucintas biografías de los mismos. Con ello declaraban, quizás inconscientemente, su vínculo con lo mejor de la tradición poética hispanoamericana y, en lo más próximo, se propósito de establecer un respetuoso puente con la generación anterior casi aniquilada por la dictadura militar (1976-1982). 
Sin embargo, en ninguno de ellos (José Di Marco, Marcelo Faggiano, Ernesto San Millán, etc.) había seguidismo de tendencias o modas ni tampoco constituían una misma voz. En aquel momento, cuando editaban el periódico La mosca muerta, dos de ellos brillaban especialmente: Ernesto San Millán y José Di Marco. Este último ha consolidado sin vedetismos su autoridad poética con generosidad y rigor.
Junto a Pablo Dema, Di Marco dirige una pequeña editorial cooperativa -Cartografías- que en pocos años se ha convertido en un sólido proyecto en proceso de profesionalización que, sin pretender competir con el núcleo poético de Buenos Aires, apunta a convertirse en una entidad referencial de la poesía y la narrativa del interior y con ello ofrecer una panorámica más real de la actividad literaria de Argentina.
Di Marco no es, por tanto, un poeta encerrado en su torre de marfil, sino sensible a la vida y a la angustia existencial que subyuga a los individuos. Si ya en Mundo sublunar (Cartografías, 2007) afrontaba un «diálogo entre el alma y el cosmos», en Una música anterior, José Di Marco ese diálogo se asienta en el lenguaje, en el conocimiento preciso de sus matices sonoros, para sondear el alma y su alma atrapada en una retícula de «tragedia y entusiasmo». Su poética se monta en ese mismo lenguaje que a veces se convierte en «piedra ciega» cuando las cosas reclaman «su nombre propio» y obliga al poeta a descreer y situarse «a la altura del zócalo / para darse una visión del mundo». La visión del mundo del poeta Di Marco no pide ni hace concesiones y en esa instancia de extremo rigor su poesía resulta ser una nota descarnada que ya vibraba en el espacio, en el mundo, desde mucho antes, acaso desde el origen, y que al oírla la fija en el pentagrama. En el poema.


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miércoles, 12 de enero de 2011

MIGUEL DE CERVANTES, El Quijote

1ª edición castellana
1ª edición gallega
  
La lectura de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, constituye una de las experiencias más gratificantes para cualquier espíritu sensible. Esto no debe tomarse como una frase hecha, como un tópico sobre esta obra gigantesca de la literatura universal, sino como la más cabal expresión de una realidad poética.

El Quijote es, no obstante su reconocimiento, una obra menos leída de lo que muchos dicen. Ni siquiera en los tan populares talleres ni escuelas de escritura figura en sus planes, cuando si su lectura es importante para cualquier persona, mucho más lo es para los aspirantes a escritores, quienes se enfrentarán a propuestas y registros técnicos que fundamentan toda la narrativa moderna, además de una de las más soberbias indagaciones sobre el carácter de los comportamientos sociales e individuales y la naturaleza del alma humana. Más allá de la escenificación de un loco arremetiendo contra los molinos de vientos basta pensar en el comportamiento del personaje en diferentes episodios para tener una pauta conmovedora de la originalidad y densidad de la obra. Uno de los méritos fundamentales del libro de Cervantes es haber dotado a su protagonista de una brillante armadura ética admirablemente resuelta al final del libro, cuando don Quijote empieza deslocarse y diluirse «como humo en el viento» para vivir eternamente en el imaginario como paladín de la justicia mientra deja el trance de la muerte al hombre de carne que es don Alonso Quijano.
Por esto y otros muchísimos factores, la [re] lectura de El Quijote sigue siendo valiosa para el crecimiento individual en tiempos tan o más revueltos que le tocó vivir a don Miguel de Cervantes. Por este motivo, es loable la iniciativa de la Biblioteca Nacional de colgar en la red un Quijote interactivo al que se puede acceder con gran facilidad.

miércoles, 5 de enero de 2011

W.B. YEATS, La escalera de caracol y otros poemas



William Butler Yeats (1865-1939) es uno de los mayores poetas del siglo XX, entre cuyas obras del período que él llamó de su «segunda pubertad» ocupa un lugar relevante La escalera de caracol y otros poemas (Linteo, 2009, trad. Antonio Linares Familiar), libro del que, además, conviene destacar las magníficas edición y traducción a la lengua castellana.

A Yeats se le puede considerar uno de los padres de la moderna poesía anglosajona. Él fue uno de quienes, siguiendo la estela de los simbolistas franceses, rompió con el encorsetamiento formal de la poesía inglesa tradicional incorporando a su poderoso verso tanto el aliento de la épica y el tono sagrado de raíces gaélicas como un ardiente y apasionado intimismo.
Desde sus primeras realizaciones, la poesía fue para Yeats un vehículo de búsqueda de una identidad en la que confrontaban las realidades nacionales inglesa e irlandesa y al mismo tiempo la fuerza física, en concreto la sexual, y la capacidad creativa. Tal actitud lo lleva a trascender el imaginario cultural católico-protestante de su entorno social y asomarse a la tradición del mundo celta vestido con el hábito de una lengua madura y moderna que le permitan describir «la furia y el fango de las venas humanas», como escribió en Bizancio. 
En La escalera de caracol y otros poemas, el alto registro poético de W.B.Yeats se traduce en versos desnudos que alumbran elementos esenciales que alcanzan su valor simbólico no como una fabulación intelectual sino como una exaltación de los sentidos. Convencido de la íntima comunión entre la palabra y el cuerpo humano, el poeta había recurrido por esos años a un afamado médico inglés para que le practicara una operación quirúrgica que le devolviera su potencia sexual. Tras ésta, relata Richard Ellmann, escribió al médico una carta en la que le decía que estaba viviendo «una segunda pubertad», que le permitía producir poemas que «estaban entre lo mejor que había escrito». Pero más allá de esta anécdota biográfica, lo importante es que Yeats hizo de este poema su hogar, desde el cual evocó en tono elegíaco a las hermanas Eva y Constance Gore-Booth y dialogó con su alma y con el tiempo. Un intento más de «llevar la realización de la belleza tan lejos como sea posible».

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