En El caso de una sangre derramada [Emboscall, 2008), con epílogo de Valérie Tasso y escenas de Jorge de los Santos, Alberto Tugues propone una serie de relatos singulares acerca de esos recovecos del alma que se esconden en los pliegues de la realidad cotidiana. Como poeta Tugues tensa la escritura y la narración como si fuesen un poema y en no pocos casos consigue que lo sean. Las citas de Cervantes y Beckett que encabezan el libro ya dan fe de una toma de posición estética que las primeras líneas de La balada de un perro solitario definen un poco más: «Después de leer el final más triste de una historia, no importa ahora qué historia, pero cuyo final era el más triste, salió precipitadamente a la calle...». De este modo, y también en sus diversos recursos formales, Alberto Tugues rechaza la historia -el soporte argumental de la misma- pero no la oralidad para narrar lo que acontece en esa dimensión desde la cual el absurdo del mundo se hace patente. Como el Mersault de Camus o los personajes de Beckett, los personajes de Tugues son seres extraños, excrescencias de la rutina y la alienación; seres tocados por un halo del misterio que ellos ignoran para no sentirse al margen de cualquier realidad, aunque eso suponga la más radical de las soledades [«Vivía solo. Con un pájaro amarillo. Comía, dormía solo, y no quería ver a nadie. Tampoco nadie le quería.» se lee en el arranque de Una vida breve] hasta que la incapacidad para comunicarse o comprender el entorno se les hace insoportable. Es así como algunos empiezan por despedirse una y otra vez, una y otra vez, se avergüenzan con antelación por la tristeza y el desorden del día de su muerte o viven más de un centenar de veces la misma historia, derramando su sangre en cada instante sin acabar de morirse nunca. Sin comprender ni ser comprendidos.