Carlos Vitale es poeta. En él esta condición es radical y, consecuentemente, sólo escribe un libro e incluso diría decir que sólo escribe un poema. Este libro podría tener un solo título, pero, por mera cortesía al lector, le ha puesto dos -Unidad de lugar y Descortesía del suicida-, cuyas últimas publicaciones pertenecen a Candaya. Al primero lo presenta en las colecciones de poesía y al segundo en las de prosa, aunque uno y otro están atravesados por la luz del poema y cada nueva edición actualiza su empeño por desentrañar lo que de absurdo tiene la existencia humana. Es así que la radicalidad de este poeta no es fruto de una pose social, sino una actitud existencial que lo compromete con la poesía, entendida ésta como vehículo de conocimiento a través de un lenguaje, cuya extrema economía no admite impostaciones.
Nada ha cambiado / Sólo el sitio / donde mi cuerpo cae, escribe en Unidad de lugar constatando una inquietud a la que no es ajena la sospecha que anota en Descortesía del suicida, Por algo será que el espejo me devuelve la imagen. Por esto coincido con Luisa Cotoner, autora del prólogo de Unidad de lugar, cuando alude a la «pura esencialidad» de Vitale. «Esencialidad [ver vídeo Códigos, en la columna de la derecha] que produce sensación de vértigo, de caída en círculos concéntricos, en los que un yo, desasido, se interroga acerca de lo que no sabe, de lo que no posee, de lo que no es y de donde no está...», afirma Cotoner. Una esencialidad que es «otro intento de vencer al tiempo», como reza la dedicatoria que me hizo en un ejemplar que puedo tocar y leer, pero que no sé si de verdad tengo, a causa, como en una de las absurdas situaciones que describe en Descortesía..., de una incomprensión o de un error que deja este eco, Te alejas sin saber que existo. Me quedo sin saber si existo.