Osvaldo Guevara es uno de los mayores poetas hispanoamericanos, aunque su visceral timidez lo haya llevado a vivir a Villa Dolores, una pequeña ciudad cordobesa de Argentina. Su extraordinario dominio de la palabra y del arte de la versificación ha dado lugar a poemas de conmovedora belleza. En Sin pena en la palabra (Código Gráfico, 2007) vuelve a sus temas recurrentes, la ciudad, el amor, pero sin abandonar esa atenta vigilancia de todo cuanto sucede a su alrededor. A su inaugural Oda al sapo y cuatro sonetos, 1960 (Mi corazón cruza mi ser gritando./ Zumbo un fervor de sapo. Soy horrible. Soy único.), le siguen ese combativo y sublime La sangre en armas, 1962, la barroca Garganta en verde claro, 1964, y en 1967, acaso su libro más brillante, Los zapatos de asfalto, donde su poesía alcanza un registro que lo iguala a los grandes poetas hispanoamericanos, donde «esa zozobra, esa pasión, ese empecinamiento», como él afirma, de «transmitir su ser en el mundo» alcanzan el corazón de quien lo lee. Y así, adentrándose en el lenguaje, sujeto a sus sentimientos y a otros compromisos, el poeta alza el vuelo (Adónde ir con estas alas / que no se entienden con el viento) y ahora deja, a modo de otoñal soliloquio Sin pena en la palabra, acaso para renegar de tanto sufrimiento, propio y ajeno, que ha acusado su pecho. Ella y yo / ciertos días: / dos enfermos con sed / sobre la sal del mar/ en el fondo de un bote a la deriva, dice uno de sus poemas con el lamento, esperanzado aún, del náufrago que, después de todo, no está, no se siente, solo.