El espectacular crash de la economía capitalista mundial tiene su origen no sólo en los hechos concretos que la han desencadenado -guerra de Iraq, lucha por el control de las fuentes energéticas, especulación inmobiliaria, ingeniería financiera- sino en la falta de ética de la tendencia que ha prevalecido desde el principio en la doctrina ultraliberal impulsada por los Chicago boys encabezados por Milton Friedman.
Creo que la lectura (o relectura) de El dinero (Ediciones Orbis, 1983), de John Kenneth Galbraith resulta esclarecedora para comprender los mecanismos perversos de una doctrina económica factualmente inhumana. Horroriza pensar que EE.UU. utilizó el golpe militar de 1973, encabezado por el general Augusto Pinochet en Chile, para crear un campo de experimentación y aplicación de los métodos de esta doctrina «sin oposición de ninguna naturaleza».
«Como conservador devoto y de principios, el profesor Friedman veía en la política monetaria la llave de la fe conservadora. No requería la intervención directa del Estado en el mercado», escribe Galbraith. Los Estados anoréxicos fueron el objetivo del monetarismo salvaje que se aplicó desde finales de los años setenta hasta ahora y que sumió a casi todos los países del llamado Tercer mundo en dramáticas quiebras. Los excesos, no obstante, acabaron por alcanzar al Primer mundo y es ahora cuando se habla de crisis. Es ahora cuando los Estados a través de sus gobiernos salen con dinero público a ayudar a las empresas privadas y a los bancos, pero sin tocar la propiedad que es la que, en definitiva, impone las decisiones. ¿Sin control de la propiedad pueden los gobiernos exigir a los bancos a quienes han de dar sus créditos?