domingo, 12 de abril de 2009

EL CONTRATO SOCIAL, Jean Jacques Rousseau


Jean Jacques Rousseau (1712-1778), un hijo de la Ilustración y precursor del Romanticismo, tuvo una relación conflictiva con sus contemporáneos. No obstante, el filósofo suizo configuró una de las obras más importante del derecho político moderno. El contrato social (Altaya, 1993, trad. José María Valverde) desde su mismo título da nombre a una noción fundamental a la que ya se habían acercado pensadores como Hobbes o Locke, pero a la que él aporta sus rasgos definitivos. Aquellos pensadores consideraban que el ser humano puede reducirse a su instinto de conservación y, consecuentemente, vivir en permanente pugna con sus semejantes. De este modo, dado que el orden natural carece de reglas que garanticen la supervivencia se hace necesario crear un orden artificial. La sociedad civil surge entonces como un espacio que, si bien recorta la libertad del individuo, garantiza la convivencia pacífica.
Rousseau no consideraba el ser humano malo por naturaleza, sino «un buen salvaje», bueno por naturaleza e imbuido de los sentimientos de amor y piedad, que la sociedad corrompe. El contrato social supone el paso del estado de naturaleza al estado civil. Este paso «produce en el hombre –afirma Rousseau en el Cap. VIII- un cambio muy importante, al sustituir en su conducta la justicia al instinto, y al dar a sus acciones la moralidad que les faltaba antes. Es entonces solamente cuando la voz del deber reemplaza al impulso físico, y el derecho, al apetito, y el hombre, que hasta ese momento no se había preocupado más que de sí mismo, se ve obligado a actuar conforme a otros principios, y a consultar a su razón en vez e seguir sus inclinaciones. Aunque en esa situación se ve privado de muchas ventajas que le proporcionaba la naturaleza, alcanza otras tan grandes, al ejercerse y extenderse sus facultades, al ampliarse sus ideas, al ennoblecerse sus sentimientos, al elevarse su alma entera, que, si los abusos de esta condición no le colocasen con frecuencia por debajo de la que tenía antes, debería bendecir sin cesar el feliz instante que le arrancó para siempre de aquélla, y que, de un animal estúpido y limitado, hizo un ser inteligente y un hombre».
Quizás, ante la deriva que lleva la sociedad globalizada, la lectura o relectura de este libro puede inspirar a los individuos nuevos términos contractuales con el Estado y quienes han de asumir la responsabilidad de proteger y salvaguardar al ser humano de sus propios instintos salvajes.