La relectura al cabo de muchos años de ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner (La otra orilla, 2008, trad. y posfacio de Miguel Martínez-Lage) supone reexplorar el universo faulkneriano y sentir en plenitud la densidad y la riqueza de su literatura. Es virtud de la escritura de W.F. , a la que en este caso habría que añadir los ajustes de la nueva traducción, arrastrar al lector hacia ese territorio donde las contradicciones morales de los personajes quedan expuestas hasta el desgarro.
Una y otra vez los hechos son repasados a través de un relato que avanza, retrocede y vuelve a avanzar descubriéndonos en cada ocasión aspectos que los explican y dan sentido hasta que el lector entra en el mismo corazón del drama. O quizás debiera decir de la tragedia, porque lo que prevalece en la obra de Faulkner, y en particular en Absalón, no son tanto los hechos como la fuerza atávica que arrastra a los personajes hacia un destino contra el cual libran una lucha que saben perdida de antemano, pero que la afrontan porque sólo «quienes odian no necesitan de la esperanza» o porque la vida, como W.F. escribió a un amigo, «es una frenética carrera de obstáculos hacia la nada».
Como toda obra maestra, este libro exige al lector un alto compromiso para asumir la densidad de una escritura cuyo propósito es entrar en las interioridades del alma de unos personajes trágicos que se revelan arquetipos morales de una sociedad que, bajo la pátina de la modernidad y el desarrollo tecnológico, sigue en muchos aspectos anclada en la brutalidad.