Mendel el de los libros, de Stefan Zweig (Acantilado, 2009, trad. de Berta Vias Mahou) es un bello relato que trata sobre la ceguera y arbitrariedad del poder. Sin alcanzar la entidad de otros relatos cortos, como Los ojos del hermano eterno, también publicado por la misma editorial, Zweig urde una sencilla historia con una gran carga poética que permite que el lector interiorice con un sentimiento de repugnancia la violencia y la estupidez de un sistema autoritario. Es así como la entrañable figura de Mendel, una especie de catálogo bibliográfico viviente, se convierte en metáfora de carne que sufre la brutalidad de una sociedad cuyas instituciones y hábitos ya aparecen contaminados por las cepas del nazismo. Jakob Mendel es arrestado por un equívoco que nace de la ignorancia y enviado a un campo de concentración por el temor que engendra en todo poder autoritario su naturaleza ilegítima. Zweig, quien impulsó con Thomas Mann y Herman Hesse el bildungsroman o novela iniciática, asienta sobre la forma estética el peso de un discurso que trasciende la vulgaridad de la realidad cotidiana para proyectarlo en un registro superior. Un estadio donde es posible reconocer el verdadero valor de las cosas. De aquí que el narrador, al final del libro diga: «Después me marché y sentí vergüenza frente a aquella anciana y buena señora que, de una manera ingenua y sin embargo verdaderamente humana había sido fiel a la memoria del difunto. Pues ella, aquella mujer sin estudios, al menos había conservado el libro para acordarse mejor de él...».