¿De qué trata esta novela La última vuelta del perro (Maghenta, 2007)? Trata del resignado intento de dos seres –un antiguo porquero reconvertido en peón de la construcción, Antonio, y una prostituta adolescente, Rosario- de sobrevivir con su prole. ¿Cuáles son los escenarios de esta lucha? La Andalucía rural desde la cual emigran y la Barcelona preolímpica, la lumbre de cuya antorcha quemará a los marginados como a insectos atraídos por la luz.
Elemento de vital importancia para la credibilidad del hecho narrativo y que cataliza la narración es la encarnadura del personaje de Rosario, que bien puede paragonarse con algunos de los más grandes personajes femeninos de la literatura. Pienso en los de Madre Coraje de Brecht, la Filomena Maturano de Eduardo de Filippo, incluso en la Regenta de Clarin o en el de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos. Mujeres de carácter que superan sus limitaciones personales y los obstáculos sociales con la sabiduría práctica de aquellos que no tienen otra cosa que perder que la vida.
En este caso el argumento que aprisiona a los desgraciados que habitan en los aledaños del progreso y a aquellos que, como Ramiro, poeta y universitario pobretón con tratos en las dos órbitas sociales, presumible alter ego del autor, es el progreso de relumbrón escrito por los señores del bien vivir, ya sean, en el caso de La última vuelta del perro, señoritos andaluces o burgueses catalanes.
En algunos aspectos, Jorge Rodríguez Hidalgo, hijo de andaluces emigrados, sigue la estela de Paco Candel, pero me animaría a decir que su mirada se alza por encima del horizonte del charneguismo catalán como provinciana y torpe tensión entre indígenas e inmigrantes, buscando una validez universal. JRH pone el dedo en la llaga de una realidad lacerante y radiografía con precisión las conductas colectivas e individuales que sustentan las desigualdades y las injusticias sociales.
El sociólogo alemán Alfred Weber, hermano de Max, que es el más conocido, escribió que la modernización de las sociedades tradicionales se produce cuando son capaces de desarrollar sus instituciones históricas, sus creencias y valores culturales en comunión con los avances científicos y tecnológicos, porque son las conductas y los valores morales de las personas los que en definitiva marcan las tendencias del progreso y su incidencia en los modelos de organización social.
Desde esta perspectiva, La última vuelta del perro es una novela que entra de lleno en la realidad que define a Barcelona como ciudad que responde a un modelo social regido por la ley del más fuerte dando pábulo al aserto de Hobbes cuando dice que el hombres es un lobo para el hombre. El diseño de la urbe considerado por encima o a costa de los que no cuentan como factor estético de la modernidad.
Para este cometido, JRH ha de sortear desde el punto de vista novelístico varios problemas que afectan a la creación literaria contemporánea. Uno de los más importantes es el divorcio entre poesía y narrativa como consecuencia natural de las condiciones creadas por las reglas del mercado. No es algo reciente, sino que viene de lejos. Desde el siglo XIX, cuando una realidad social tensada por los intereses contrapuestos de la burguesía y el proletariado generó un lenguaje hegemonizado por la clase dominante. Esta clase impuso, en correspondencia con sus intereses particulares una forma de narra sustentada en una prosa descriptiva y en unos recursos argumentales que acotan dicha realidad a historias donde los personajes aparecen condenados a repetir eternamente sus actos. Es así que el lenguaje del poder condena a la poesía a la condición de género exótico, y coloca la narrativa realista en lo más alto como máxima expresión de una visión particular de clase que universaliza. Estas pautas y modos de narrar según el canon literario del siglo XIX se prolongan hasta el siglo XXI clausurando la exploración de realidades complejas que subyacen en este mundo reducido a la visión mercantilista.
Consciente de esta escala social, JRH, en tanto poeta que se rebela contra la hegemonía de la vulgaridad, hace del lenguaje su bandera. El suyo es el lenguaje marginado y del marginal elevado a la categoría de voz poética que intenta dar encarnadura a seres igualmente excluidos de la gran prosa diseñada para el fuego de artificio y el consumo masivo.
JRH no hace concesiones y la crudeza de la realidad que retrata se corresponde con la crudeza de un lenguaje cuya gran vitalidad trasciende el pintoresquismo costumbrista, con que otros escritores, anclados en el canon narrativo de la novela burguesa del siglo XIX, pretenden vender como súmmum de la modernidad literaria.
La última vuelta del perro es, por esto, antes que una novela, un poema, un latido del desgarro, el desarraigo y la pérdida de quienes siempre serán los otros, porque, como dice Emmanuel Lévinas, en La realidad y su sombra, donde el lenguaje común abdica, el poema habla.
Elemento de vital importancia para la credibilidad del hecho narrativo y que cataliza la narración es la encarnadura del personaje de Rosario, que bien puede paragonarse con algunos de los más grandes personajes femeninos de la literatura. Pienso en los de Madre Coraje de Brecht, la Filomena Maturano de Eduardo de Filippo, incluso en la Regenta de Clarin o en el de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos. Mujeres de carácter que superan sus limitaciones personales y los obstáculos sociales con la sabiduría práctica de aquellos que no tienen otra cosa que perder que la vida.
En este caso el argumento que aprisiona a los desgraciados que habitan en los aledaños del progreso y a aquellos que, como Ramiro, poeta y universitario pobretón con tratos en las dos órbitas sociales, presumible alter ego del autor, es el progreso de relumbrón escrito por los señores del bien vivir, ya sean, en el caso de La última vuelta del perro, señoritos andaluces o burgueses catalanes.
En algunos aspectos, Jorge Rodríguez Hidalgo, hijo de andaluces emigrados, sigue la estela de Paco Candel, pero me animaría a decir que su mirada se alza por encima del horizonte del charneguismo catalán como provinciana y torpe tensión entre indígenas e inmigrantes, buscando una validez universal. JRH pone el dedo en la llaga de una realidad lacerante y radiografía con precisión las conductas colectivas e individuales que sustentan las desigualdades y las injusticias sociales.
El sociólogo alemán Alfred Weber, hermano de Max, que es el más conocido, escribió que la modernización de las sociedades tradicionales se produce cuando son capaces de desarrollar sus instituciones históricas, sus creencias y valores culturales en comunión con los avances científicos y tecnológicos, porque son las conductas y los valores morales de las personas los que en definitiva marcan las tendencias del progreso y su incidencia en los modelos de organización social.
Desde esta perspectiva, La última vuelta del perro es una novela que entra de lleno en la realidad que define a Barcelona como ciudad que responde a un modelo social regido por la ley del más fuerte dando pábulo al aserto de Hobbes cuando dice que el hombres es un lobo para el hombre. El diseño de la urbe considerado por encima o a costa de los que no cuentan como factor estético de la modernidad.
Para este cometido, JRH ha de sortear desde el punto de vista novelístico varios problemas que afectan a la creación literaria contemporánea. Uno de los más importantes es el divorcio entre poesía y narrativa como consecuencia natural de las condiciones creadas por las reglas del mercado. No es algo reciente, sino que viene de lejos. Desde el siglo XIX, cuando una realidad social tensada por los intereses contrapuestos de la burguesía y el proletariado generó un lenguaje hegemonizado por la clase dominante. Esta clase impuso, en correspondencia con sus intereses particulares una forma de narra sustentada en una prosa descriptiva y en unos recursos argumentales que acotan dicha realidad a historias donde los personajes aparecen condenados a repetir eternamente sus actos. Es así que el lenguaje del poder condena a la poesía a la condición de género exótico, y coloca la narrativa realista en lo más alto como máxima expresión de una visión particular de clase que universaliza. Estas pautas y modos de narrar según el canon literario del siglo XIX se prolongan hasta el siglo XXI clausurando la exploración de realidades complejas que subyacen en este mundo reducido a la visión mercantilista.
Consciente de esta escala social, JRH, en tanto poeta que se rebela contra la hegemonía de la vulgaridad, hace del lenguaje su bandera. El suyo es el lenguaje marginado y del marginal elevado a la categoría de voz poética que intenta dar encarnadura a seres igualmente excluidos de la gran prosa diseñada para el fuego de artificio y el consumo masivo.
JRH no hace concesiones y la crudeza de la realidad que retrata se corresponde con la crudeza de un lenguaje cuya gran vitalidad trasciende el pintoresquismo costumbrista, con que otros escritores, anclados en el canon narrativo de la novela burguesa del siglo XIX, pretenden vender como súmmum de la modernidad literaria.
La última vuelta del perro es, por esto, antes que una novela, un poema, un latido del desgarro, el desarraigo y la pérdida de quienes siempre serán los otros, porque, como dice Emmanuel Lévinas, en La realidad y su sombra, donde el lenguaje común abdica, el poema habla.