Un asunto muerto (Arte Activo Ediciones, 2011), de Pedro Tellería es una nouvelle que describe con calculado distanciamiento el estado emocional y psicológico de unos personajes a quienes les pesa, por activa o por pasiva, la losa del terror. La escandalosa rutina del miedo surgido del sueño romántico que deviene pesadilla y que se extiende, invisible y devastador, por el cuerpo de la sociedad.
El formato de nouvelle o novela corta adoptado por Pedro Tellería para desarrollar Un asunto muerto le sirve para dotar a la narración de la vigorosa intensidad que proporciona el cuento y al mismo tiempo de la variedad de recursos de una novela propiamente dicha en cuanto a su extensión. Con estos elementos, Tellería obra una narración cuya escritura no lleva al lector a través del trillado camino de una trama o de una historia argumentada, sino a través de un clima de frustración existencial que es a la vez origen y consecuencia de la violencia, el miedo y el sentimiento de culpa.
Al evitar el lugar común, propio de tanta novela negra de consumo masivo, Pedro Tellería [d]escribe un cuadro emocional como trasunto vívido del terror y lo hace a la manera de los grandes maestros de la narrativa de la Guerra Fría, como Graham Green y John Le Carré, es decir, exponiendo con naturalidad el factor humano en el territorio delimitado por el sinsentido de la violencia ideológica. No es casual que los personajes sean un redactor todoterreno de revista y un ¿ex? terrorista que al convenir elaborar el relato del suicidio de otro terrorista descubren hasta qué punto la rutina de sus mutuas actividades ha corrompido sus identidades condicionando sus conductas hasta hacerlas vulnerables a la mecánica del terror.
La originalidad y la virtud de Un asunto muerto radican en la prescidencia de trama, hecho que subvierte radicalmente la concepción narrativa decimonónica canonizada por la posmodernidad, para dar cuenta a través del vínculo circunstancial de dos personajes antitéticos del drama personal y colectivo generado por la violencia terrorista, cuya justificación épica no traspasa los límites de una retórica del absurdo y, consecuentemente, no alcanza nunca la vida cotidiana de sus actores, porque en ellos siempre hay, como fondo de verdad, una frustración sublimada. «A lo largo de la vida [cuenta el terrorista al redactor] tomamos una dirección u otra, cambiamos de meta, nos convencemos de que nuestra identidad es en cada instante la que es. Sin embargo, siempre hay algo que está inmóvil, que no se altera, un plano que nunca cambia y que nos recuerda quiénes somos.[...] Quiero que sepa que la forma como entré en la organización no es un relato cargado de épica ni de ideales. La relación con mis padres nunca fue fluida». De lo cual cabe inferir que la realidad del terrorismo en Un asunto muerto es una entelequia, una realidad que tiene su fin en sí misma y que se nutre encauzando las frustraciones y los impulsos autodestructivos de los individuos de una determinada colectividad.