Con “Ella también es todas ellas”, (Edición Letras y Bibliotecas Córdoba, Córdoba, 2021) Premio Literario Provincia de Córdoba 2020, Género Poesía, Ricardo Di Mario continúa su recorrido por los senderos interiores del alma de seres apegados a la tierra y a un paisaje encarnado en sus gestos, aún en aquéllos más imperceptibles. Pero aquí, su poética se abre a las fantasías de la intimidad, atraviesa los espejos hasta encontrar los reflejos comunes que nos identifican con el otro, con los otros.
Ya en el primer poema Di Mario deja sentada su
intencionalidad cuando cuenta que “ella era una mujer de carbón / en su memoria
prístina ronda un olor a madera quemada / a humedad de la tierra…”. Esta
entrañable identificación define el carácter de un ser singular y bello dador
de vida y, por consiguiente, partícipe de todas las otras vidas que laten en el
mundo. Un ser cuya entereza, cuya fortaleza, le permite enfrentar y superar
cuantas adversidades le sobrevienen, sean desiertos de arena, dolorosas
soledades con “punta de espinillo” o un barro que ensucia los recuerdos. Nada
es impedimento porque el amor está allí, en el interior de una ría donde habita
el “animal transparente” con el cual se consuma.
Y es de este modo, como Ricardo Di Mario edifica su
escritura, sobre el dolor y el amor. Es así como su poesía se abre a la
esperanza para escapar de ese tiempo de “elefantes muertos en la vereda” y
atravesar “el espejo como un pan fresco del horno”. Desde este umbral, desde
esta frontera especular, el poeta escribe y sus versos se disponen siguiendo la
misteriosa mecánica del universo, como “piedras en el río que las ordena a su
antojo [conformando] un fondo que nunca vemos”. Un fondo que, si bien no vemos,
está en el sentido de la escritura y de la memoria, de los recuerdos que
indefectiblemente se irán disipando, porque “el olvido es una tierra arrasada
que se devora todo hasta lo necesario”, aunque en su momento las vivencias hayan
sido esa conmoción constante, ese desafuero que nos abocaba a enterrar libros,
folletos y carteles que anunciaban una ilusoria libertad. Y Di Mario aquí,
parece detenerse, tomar aliento y, mientras lo hace, metaforiza el umbral, para
alejarse y ofrecernos la visión de la frontera: “A un lado de la ventana una
estatua perfecta de pájaro”, ¿acaso la muerte?, y del otro “alguien escribe”.
Afuera, el vuelo del pájaro detenido ¿imagen del espíritu contemporáneo? y
adentro alguien que escribe procurando recuperar “el aleteo ausente”, la voz
desnuda escondida en el tiempo. Aquí, en el poema VIII, la alusión a Edgar
Degas no es caprichosa. En sus cuadros, el pintor francés se sitúa y nos sitúa
frente al ojo de la cerradura, frente a una rendija abierta por la imaginación,
para que observemos la intimidad de los personajes, como el poeta lo hace de
nuestra propia historia desde los tiempos más remotos, razón del poema
siguiente: “Una muy antigua untó con
aceite de animal marino todo su / cuerpo y cruzó el canal casi desnuda / otra
hija de la tierra soltó el cabello y caminó delante del / cortejo hasta el
camposanto / negra ya no esclava encendió un puro lo mordió y humeó la / tienda
del difunto…”.
La mujer, la tierra, la dadora de vida no cesa en su
trajín y ella, que no es diosa ni la libertad guiando al pueblo, sino “continente
/ unas veces de agua y otras de tierra / enorme territorio que se abre a la
luz”, para ser en el mundo, para “vivir al día sin mandatos de la memoria y del
olvido” hasta que arda en los “fuegos de la tarde”, hasta el final del día,
hasta el final de los días, hasta llegar al territorio de los “silencios que
conmueven más que las palabras”.