sábado, 21 de octubre de 2023

LOS NÁUFRAGOS, Leonor Mauvecín

 



Con Los náufragos (El Mensú Ediciones, Villa María, 2021), libro de poemas finalista del Premio Literario Provincia de Córdoba, Género de Poesía 2020, que otorga la Subdirección de Letras y Bibliotecas de la Agencia Córdoba Cultura, Leonor Mauvecín se proyecta como una de las voces más personales y sólidas de la poesía argentina contemporánea.

Para Gilles Deleuze toda creación artística es inevitablemente fragmentaria dada la imposibilidad humana de concebir el todo; de abarcar la totalidad de la realidad. El poema Los náufragos parece no escapar a esta idea. Es frecuente que la mayoría de los poetas reúna en un libro tales fragmentos como piezas más o menos autónomas con sus correspondientes títulos. Leonor Mauvecín salva poéticamente este tipo de formulación e hilvana los distintos fragmentos que componen el libro, a su vez parcelado en tres partes significativamente rotuladas “El borde del abismo”, “Los trabajos y los días” y “La caverna”.

Siempre con un verso preciso de imágenes diáfanas, que abren un amplio horizonte semántico sin perder el hilo -el hilván- narrativo, Mauvecín avizora el naufragio y sitúa a los náufragos que somos en el ojo de la angustia existencial. Ya en el fragmento VI de un libro anterior -Postales de otoño- nos había reunido en la misma embarcación (Y éramos todos Stephen Dedalus, poetas rebeldes / y éramos todos Ulises en busca de Ítaca, / y éramos todos en la misma barca). Una misma barca de cambiantes formas destinada al naufragio en el abismo líquido junto a cuyo borde se asoman los ojos desorbitados / desde el fondo del agua de los ahogados, mientras los sobrevivientes -los náufragos- se alimentan de las frutas sobrantes y podridas del jardín ¿acaso el mismo jardín salvaje donde la sequía carece de rostro?

Pero la pregunta que la poeta se hace al borde del abismo es otra y su sola fonación mientras el mundo se desintegra lastima la garganta, araña la piel del inexorable exilio en el mundo: ¿Y Dios? Dios es una respuesta desoladora, como impotente parece ser su mirada y su silencio absoluto frente al dolor de los náufragos, esa realidad que es sólo un eco, como intuirá Platón, y los náufragos, un grupo de confusas sombras que “ocultan la realidad”, según escribió Emanuel Lévinas en La realidad y su sombra. Una realidad otra, una realidad oculta que el lenguaje vulgar no puede alcanzar, pero sí descubrir el lenguaje poético en sus más altos registros, como es el de Leonor Mauvecín. En este sentido, el lenguaje poético atraviesa lo ordinario y capta lo esencial de esa realidad para contar cómo las sombras invaden las ciudades desgarradas / expuestas, en jirones de amor y soledad. / Ciudades sujetas al diente del león hambriento / al murciélago con patas de araña / a las ratas que deambulan por laberintos siniestros […].

Y es en este punto, que la poeta entra de lleno junto a los náufragos, a los exiliados del mundo, y los sigue por los sombríos callejones. Su hilván es el hilo que Ariadna entregó a Teseo para que se adentrara en el laberinto, matara la bestia y saliera a la luminosidad del día. Pero Mauvecín sabe que los náufragos no olvidan, como olvidó el héroe que dio muerte al Minotauro a quien le ayudó a escapar. Los náufragos recuerdan la semilla y a ellos les llega, en ese momento crucial de su existencia, el cántico de los labradores que florecía al compás de la lluvia; tampoco olvidan que sus raíces estarán por siempre expuestas a la corrosión de la sal, a la dicha y desdicha del tiempo, que gobierna sus trabajos y sus días y, sin tregua, los arrastra como la corriente que imaginó Héráclito el Oscuro con forma de río, que es el mismo y es otro, como distinto es el rostro de cada uno “que se mira en los gastados espejos de la noche”, según reza el epígrafe del libro firmado por Borges. Y al final, en el colmo del naufragio, la poeta se dice Y entre tener y no tener, el desvelo. / Para qué -me digo- / si cuando la piedra caiga en el río Aqueronte / el oleaje de las sombras / me entregará al olvido.